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Un Arturo muy astuto con un periodismo muy chatarra

El artículo requería doble lectura. Como todo con su autor: el villaclareño Arturo López-Callejas, rebautizado por sí mismo como Arturo López-Levy. Un hombre doctorado en Relaciones Internacionales, según parece, y en dobleces según la praxis. Su escrito en la revista OnCuba requería, repito, una segunda lectura para extraerle todo el zumo maquiavélico hábilmente colado de contrabando.

Arturo López-Levy (izq.) junto a Miguel Díaz-Canel en Nueva York © Twitter de López-Levy
Arturo López-Levy (izq.) junto a Miguel Díaz-Canel en Nueva York Foto © Twitter de López-Levy

Este artículo es de hace 4 años

Me lo pasaron y me pidieron: “Léelo”, como quien busca testear un producto por segunda vez. Como un médico que busca en su colega la famosa segunda opinión que salva. O condena.

Y lo leí. El artículo no era ni bueno ni malo en mi primera ojeada. Era densamente mediocre, digamos. Llevaba a cuestas el tufo aparatoso de quien cree teclear verdades negadas al resto de los mortales, y le faltaba casi todo. Gracia, estilo, fluidez. Por decir algo.

Pero requería de una segunda lectura. Como todo con su autor: el villaclareño Arturo López-Callejas, rebautizado por sí mismo como Arturo López-Levy. Un hombre doctorado en Relaciones Internacionales, según parece, y en dobleces según la praxis.

El texto de López-Levy en la revista digital OnCuba requería, repito, una segunda lectura para extraerle todo el zumo maquiavélico, la ponzoña hábil y educadamente deslizada de contrabando en un escrito que, a primera lectura, podría venderse como crítico.

Esta cápsula subcutánea se titula “Ilusión kamikaze: la viceministra en su laberinto”, y yo paso de encontrarle las cosquillas como título. Que los “en su laberinto” podrían tener ya su hemeroteca aparte es cierto, y que de un tío que presume de currículo más largo que el bando del rey uno esperaría cierta creatividad, también es cierto. Pero corramos aquel velo piadoso, para seguir con las odas al lugar común.

En una no breve montaña de párrafos el camarada López-Levy amaga con azotar a la viceministra Martha Mesa Valenciano por este texto infame que recién publicara el Ministerio de Educación Superior cubano, donde, long story short, nos recuerda que la universidad es para los revolucionarios.

Lo mismo para sentarse en los pupitres que para hablar frente a ellos. En una oración que coagula todo el espíritu supresor de la libertad de pensamiento, todo el totalitarismo implantado desde la base educacional en la sociedad cubana aún de este siglo, la viceministra nos recordaba: “El que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido (…) debe renunciar a ser profesor universitario”.

Sobre eso escribió López-Callejas, ahora luego de algunas décadas rebautizado López-Levy. Y lo hizo en OnCuba, una revista donde también, ¡vaya casualidad!, los dobleces son cosa editorial. Su dueño me regaló uno de los primeros ejemplares alguna vez, en su casa de Miami Lakes, recién fundada la publicación impresa. “Somos el único medio con sede en Miami acreditado oficialmente en Cuba”, me dijo textualmente el inefable Hugo Cancio hace un puñado de años. Lo que no me dijo, por más que le pregunté con sorna, es cuánto valía lograr eso. Cómo se lograba. Qué precio debía pagarse para alcanzar esa acreditación permanente desde Miami, cuando ni siquiera a los periodistas de acá se les acredita por dos días para una cobertura de prensa en La Habana.

La respuesta la he tenido después: artículos como el de López-Levy son el impuesto al rey. El diezmo que se paga, contante y sonante, para que no te cierren fulminantemente tu revistica por más que Díaz-Canel un día haga el paripé de incluírtela entre las armas del enemigo. Como si fuéramos bobos. Como si no supiéramos que arremeter en público contra el amigo que nos hace el trabajo sucio es la mejor manera de protegerlo.

Mi segunda lectura de este panfleto somnífero me hizo soltar el teléfono. Yo soy muy cobarde, yo, cuando advierto la jodida cosa mala, a veces me asusto. Y un artículo que dice que la viceministra está equivocada, que no debería querer implementar a las bravas un pensamiento de Fidel que data de 1981, pero que nos cuela de pasadita, también como si no nos diéramos cuenta, que la dama Mesa Valenciano tenía “el mérito de exponer con criterio directo la política de su Ministerio”, y que a pesar de todo, la viceministra “está en buena compañía al pedir un profesorado y una universidad al servicio del país”, es terrible.

Ahí mi celular me dio el primer corrientazo. Y no me sirvió su inmediata relativización con aquello de que el patriotismo no debería imponerse por decreto educacional. Como el dinosaurio, el corrientazo todavía estaba allí.

Porque López-Levy es entrevistado por CNN como un catedrático, y él nos cuenta que imparte clases en la Universidad de Massachussets. Y que un hombre del mundillo académico dé por buena la premisa, sin pegar un puñetazo en la mesa, de que las universidades de Cuba o Moldavia, de donde sean, deben responder a cualquier interés que no sea exclusivamente el del intelecto del individuo, es espantoso.

Me niego a extenderme en el por qué. Yo también pasé ya la Universidad. Me alcanza con subrayarlo: es como para que la Universidad de Massachussets se diera por aludida. Que no es lo mismo tener en la sombra a un profesor que defiende agendas ideológicas en la enseñanza de una nación, que tenerlo a la luz de sus propias palabras.

Y López-Levy no es ningún tontorrón. Siete años de oficio en las rigurosas filas del Ministerio del Interior cubano son como para tomarse en cuenta. Si ha logrado sobrevivir en las aguas pantanosas de la influencia, de un lobby soterrado a favor de vínculos cubano-estadounidenses que canta (por evidente) como gallo mesosoprano, es gracias a que ese discurso perdonavidas, hipócrita y encubridor, a veces consigue deslizarse con una vaselinita rica, muy agradable en la carne.

Arturo, el pariente del López-Callejas que condensó a toda Cuba en cinco letras (GAESA) y que se la administra a la gerontocracia que aún respira oxígeno, sabe demasiado bien que admitir la tradición excluyente y censora de la historia cubana, pero llevándola a la cancha contraria es una táctica bajita, muy bajitica. Como de hijo de puta doctorado, digamos.

Que alguien le diga a Arturo que poner a Carlos Rafael Rodríguez como ejemplo de exclusión ideológica, por ser comunista en la universidad cubana prerrevolucionaria, da su asquito. Hacerlo en estos tiempos en que los profesores se saben con el machete de Damocles encima luego de que Omara Ruiz Urquiola fuera “cesada” en su magisterio justamente por no ejercer el insano arte de la doblez y la hipocresía, da más asquito aún.

Carlos Rafael Rodríguez, me dice este tío a mí, a mí que me botaron de una cucarachienta emisora radial de Bayamo por atreverme a cuestionar la muerte silenciada de Orlando Zapata Tamayo. A mí que cuento entre mis amigos con todo un recordista del patio: Henry Constantín, tres universidades al hilo, expulsiones súbitas y violentas, por ser anticastrista y libertario.

Pero la joya de la corona vendría dos párrafos después. No lo cuento, lo cito (cualquier parecido con el Goyo Jiménez no es casual):

“Cuba es un país acosado por la primera potencia del mundo, al servicio de intereses revanchistas y reaccionarios, que apuestan a la ayuda estadounidense y la violación de la soberanía para ser impuestos en el poder. A esos sectores, por ese camino, no es patriótico darles nada".

Bueno, ahí el celular me explotó del todo. Perdí un dedo.

Ahí se nos volvió lineal el académico de la doblez. Le costó un poco, mareando perdices entre supuestos llamados a la cordura y la libertad de pensamiento en Cuba, pero lo logró. Ahí asomó su oreja peluda, como dijera Cortázar.

No sé si valga la pena escribir que un ensayista que justifica las violaciones de derechos humanos en Cuba o en Moldavia sobre la base del acoso, ay, de la primera potencia del mundo (donde él vive y enseña), no es en verdad un ensayista, es un agente de influencia. Voluntario o pagado, que de todo hay en esta vida. Pero lo es.

Y ahí toda la hojarasca de su texto se barre a sí misma. Sobra de una jodida vez. Es como justificar el encubrimiento de los curas pederastas aduciendo que el catolicismo ha sufrido un acoso histórico por emperadores y sistemas, y que, bueno, al enemigo ni un tantico así. Aunque los curas insistan en sentarse feligresitos desnudos en sus piernas.

Premisas como esa, vertidas desde algún escritorio en Colorado, con la misma internet libre y poderosa que tengo yo ahora mismo pero que no tiene ningún cubano, son tan útiles a la maquinaria diabólica cubana que Arturo López-Levy debería recibir la medalla a alguna cosa nacional. Yo lo nominaría.

El villaclareño profesor de Massachussets también da por sano y justo, digamos, que “la Ley 88 prohíbe hacer propaganda a la anexión de Cuba a Estados Unidos o la aceptación del programa de la Ley Helms-Burton” y que “ser profesor no da aval a nadie para violar la ley o patente de corso para insultar” en un artículo que intenta pasar por látigo con cascabeles. Y eso es, otra vez, terrible. Corrosivo.

Que un individuo que recorre las cátedras estadounidenses no se insulte porque la ley cubana prohíba estar de acuerdo con el mismo anexionismo que defendió Narciso López, ¡el creador de la bandera cubana!, es solo explicable desde una agenda muy tendenciosa y torcida.

Alguien que pase en el Congreso una ley que prohíba en Estados Unidos manifestarse contra el embargo, por favor. El embargo, que es tan ley acá como la 88 allá. Muero por ver al camarada López-Levy respetarla con la misma vehemencia que exige a los cubanos respetar la ley 88 y, en consecuencia, silenciar todo posible respaldo a la Helms-Burton.

En este punto recuerdo que yo no iba a leer a Arturo López-Callejas, astutamente un Demiurgo de su propio apellido. Arturo casi rima con astuto. Aunque a veces la astucia le haga darse un tiro en el pie: querer ficharme alguna vez a mí, por ejemplo, un escoria irredento, un gusano de vocación, un mal nacido por error, para las filas de su Cuban Americans for Engagement (CAFE). Tan bonito todo, con sus siglitas.

Recuerdo mi credo de que OnCuba ha sustituido a Fernando Ravsberg en aquello de ser útil al aparato pareciendo que dispara desde la otra trinchera, pero con pistolita de agua. Y que es, con o sin intención, un instrumento de alto calibre para que La Habana arme sus ficciones. La de que en Cuba sí se puede criticar, por ejemplo. Pero en el lugar y el momento indicados.

Y recuerdo que durante mi primera lectura, “Ilusión kamikaze: la viceministra en su laberinto” no me pareció tan tóxico como después de esta segunda revisión de médico desconfiado, que vuelve a pasar la lupa porque aunque no lo ve de entrada siente que algo no anda bien.

Y entonces termino mirando al techo, recordando que escritos como este e individuos como este han logrado infestar, y de qué manera, buena parte de la intelectualidad de centro izquierda de este mismo siglo XXI. Periodismo chatarra como este, que se vende como un manjar para arrancar salivas y en el fondo es apenas eso: un químico perverso y camuflajeado. Como McDonald´s, pero en cosa escrita.

No digo yo si a estas alturas las neuronas de mi lindo país van a seguir sufriendo viceministerios como el de Mesa Valenciano.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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