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Alboroto por Halloween en Sancti Spíritus

¿Qué de malo tiene que un grupo de cubanos celebre una fiesta y pague a un hotel por ello? ¿Alguno de los aburridos combatientes del pensamiento se ha ocupado en averiguar los ingresos que reportó a Los Laureles la cumbancha de los muertos?

Villa Los Laureles (i) y Uno de los participantes en la fiesta (d) © Collage Los Laureles - Facebook/Los Laureles
Villa Los Laureles (i) y Uno de los participantes en la fiesta (d) Foto © Collage Los Laureles - Facebook/Los Laureles

Este artículo es de hace 4 años

Los miembros más aguerridos de la ciudad letrada de Sancti Spíritus han reaccionado ante la celebración de una fiesta de Halloween, en un hotel de esa histórica villa cubana, con el alboroto típico de los expertos en hincar el diente en la carne flácida, bajo el manoseado pretexto de que sería una actividad de “penetración del enemigo”.

A estas alturas, estando la Isla, la provincia y su capital listas para la defensa en varias etapas y con el elevado nivel político-ideológico de la población formada en estos 60 años de victorias continuas, una fiesta de brujas y calabazas no debería alarmar a nadie; pero como mucha gente cree -erróneamente- que se trata de una celebración 'yuma', allá corrieron los CVPs del pensamiento para denunciar la actividad enemiga.

Nada nuevo en el Yayabo ni adyacentes; la bulla del grupito habitual de expertos en morder carne inerte que -por su reiteración- debían crear un Máster entre las facultades de Estomatología y de Periodismo: Morder correctamente, y con firmeza revolucionaria, al adversario.

Los directivos de Los Laureles -sede de la fiesta de origen celta, exportada a USA- tuvieron la virtud de acoger una celebración que redundará positivamente en su cuenta de resultados; especialmente en momentos en que Donald Trump le quita turistas a Cuba, como reza la letanía tardocastrista, que pretende -una vez más- ocultar su responsabilidad en el desastre, escondiendo que la subida de los precios turísticos en 2018 alejó al turismo que habitualmente iba a la Isla.

Pero vayamos al Halloween espirituano. ¿Qué de malo tiene que un grupo de cubanos celebre una fiesta y pague a un hotel por ello? ¿Alguno de los aburridos combatientes del pensamiento se ha ocupado en averiguar los ingresos que reportó a Los Laureles la cumbancha de los muertos?

¿Cuántos de estos expertos en morder la masa boba han criticado al Ministerio de Turismo por seguir vendiendo una imagen de Cuba con negros maraqueros, mulatas sensuales, almendrones remendados y ron a granel?

Y fíjense si esta propaganda ha sido dañina que cuando algún extranjero habitual del castrismo es entrevistado enseguida suelta lo de “la alegría del cubano” y se agarra a la fotogénica pobreza de los condenados.

¿Cuántos de estos vampiros necrófilos han criticado a Díaz-Canel por dolarizar la economía? Si tan preocupados están por la penetración enemiga, ¿qué mayor naufragio que el predominio del dólar americano?

¿Cuánto de esos intrépidos críticos de Sancti Spíritus se han lanzado a la yugular de Miguel Cabrera y Amaury Pérez Vidal por el patinaje racista del último “Con 2 que se quieran”, emitido por la televisión que paga el Buró Político del Partido Comunista?

¿Cuántas de las figuras que ahora critican la celebración de Halloween en Los Laureles levantaron su voz contra el uso por la policía de perros amaestrados para mantener el orden en el Festival Iberoamericano de Holguín?

Las ciudades letradas suelen ser la conciencia crítica de la mayoría de las sociedades, pero algo anda mal, cuando algunos intelectuales devienen en Brigadas de Respuestas Rápidas que -por convicción u oportunismo- refuerzan el monólogo totalitario que la casta verde oliva impuso a Cuba.

La cultura cubana es tan poderosa que venció la indiferencia de una parte de la República y ha vencido el maltrato castrista que -tras quedarse sin la URSS- se dedicó a pasarle la mano por los lomos a José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Lino Novás Calvo y Jorge Mañach, cubanísimos en contenidos y formas; mientras ahora intenta pisotear a los incómodos al ritmo del Decreto 349.

Nadie debe temer a una fiesta pagana que se celebra en buena parte del mundo, como parte de la tradición popular; pero si estuviéramos ante el arranque de una campaña nacionalista, sería deseable que los soldaditos de plomo clamaran por el derribo de la catedral ortodoxa de La Habana, ajena a la cultura cubana y erigida para congraciarse con los rusos postcomunistas; como acaba de hacer, en Moscú, el Presidente de la República.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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