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Patria o remesas: ¡perderemos!

Sobre la propuesta de paralizar el envío de remesas a Cuba.

Oficina de Western Union en calle 26 y 23, Vedado © CiberCuba
Oficina de Western Union en calle 26 y 23, Vedado Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

La vida cubana padece de desmesura, agravada en los últimos años por el exceso de emocionalidad que suplanta realidades con entusiasmo y que repite esquemas erróneos -aparentemente enfrentados- pero unidos por una raíz melancólica común: Dolor de perdedores.

Cuando Miguel Díaz-Canel twittea que van a vencer y otras mentiras, lo hace para aliviar el miedo que siente. Cuando un cubano pobre lapida con insultos a otro cubano pobre harto de castrismo, solo intenta esconder su miedo a pasado mañana. Llevamos demasiado tiempo en el despedazamiento mutuo para alegría de la casta verde oliva que permanece unida y se autoprotege desde 1959.

Alexander Otaola, impulsado por su éxito individual en la movilización promovida contra la oportunista e insensata Haila Mompié y el intercambio cultural, lanza ahora la propuesta de congelar en enero el envío de remesas y recargas telefónicas a Cuba para presionar al tardocastrismo e intentar conseguir que la dictadura tome en cuenta al exilio, a partir de su peso específico en la economía de la isla.

El argumento tiene la fuerza inobjetable de poner sobre la mesa la injusta ecuación de la emigración paganini y silente, que es atracada regularmente con las tarifas de servicios consulares más caras del mundo, en consonancia con el carácter parásito de un estado fallido.

Pero la iniciativa Otaola roza la perversa manía castrista de imponer a otros lo que debe hacer con su dinero, y censura, de facto, a aquellos cubanos que envían dinero a Cuba en el ejercicio de su libertad individual y en correspondencia con la democracia próspera en la que viven. Con el agravante de que su acción busca inmiscuirse en un asunto privado como son las relaciones familiares y con amigos.

Ningún cubano debería promover acciones que impliquen el menoscabo de la libertad individual de otro y menos aún, haciéndolo desde una posición de francotirador expedidor de Hago Constar de buena conducta. Las ocurrencias tardocastristas mejor dejárselas a La Habana, experta en cursilería.

¿Cómo un demócrata pretende instigar a un hijo para que deje sin comer 30 días a su mamá? Pero vayamos a la esencia del asunto. Una congelación de las remesas y recargas amargará a las víctimas y dará un argumento exquisito al tardocastrismo para rasgarse las vestiduras y -como viene haciendo desde 1959- azuzar el odio entre cubanos con un monólogo totalitario y excluyente.

La Habana tiene más de 250 empresas repartidas por el mundo, que funcionan bajo reglas neoliberales, incluido un banco en la City financiera de Londres, y cuentas reservadas en Suiza y otras naciones con controles discretos de los activos, que le permiten sortear un bloqueo temporal del exilio, al que luego culparán de la nueva desgracia.

Además, en situaciones puntuales, puede contar con ayudas de Moscú, Beijing, Luanda, Viet Nam, Azerbaiyán, Madrid y París; incluso Washington se movería para evitar una implosión que desestabilice la región y pueda desembocar en otra estampida de cubanos hacia Florida. La Casa Blanca aprieta, pero no ahoga como hace ahora mismo en temas como los acuerdos bilaterales migratorios, militares, el enfrentamiento al terrorismo y el narcotráfico, y la Enmienda Agrícola.

La fórmula Otaola pretende dividir a los emigrados en buenos y malos, en función de su observancia de la orden de cero remesas, cero recargas en enero de 2020. Y a eso también llega tarde porque ya lo hizo el castrismo, dividiéndonos entre exiliados y gusañeros, que son esos mansos que merodean embajadas y consulados, que no dan la cara nunca y hablan en susurro para no complicarse la vida.

Claro que el exilio tiene razones poderosas para influir en Cuba, haciendo valer el peso de los 6 mil 600 millones de dólares que envía anualmente; pero el adversario es la casta verde oliva, el Buró Político del Partido Comunista y no un jubilado empobrecido y con achaques que -cuando quiso reaccionar- ya Fidel Castro le había arrebatado los mejores años de su vida.

El gobierno anticubano lleva diez años sin ratificar los pactos sobre Derechos Humanos de Naciones Unidas, que Raúl Castro firmó en 2009 para comprar tiempo político.

El gobierno anticubano vende alimentos y otros productos de primera necesidad en dólares norteamericanos a los cubanos que empobreció previamente y a los que paga sueldos y pensiones con una moneda devaluada.

El gobierno anticubano desprotegió a los enfermos crónicos y ambulantes mandando a médicos, especialistas y demás personal sanitario a países extranjeros a los que cobra en divisas y se apropia del 75% del importe de sus salarios.

El gobierno anticubano veta durante 8 años o más a médicos que han abandonado misiones en el extranjero para vivir en libertad y mejorar la vida de sus familiares.

El gobierno anticubano mantiene en la cárcel a más de 120 presos políticos y practica retenciones intermitentes contra artistas, periodistas independientes, damas de blanco y otros.

El gobierno anticubano encarceló a un matrimonio que profesa la fe evangélica por negarse a matricular a sus hijos en los colegios estatales.

El gobierno anticubano es incapaz de erradicar el dengue y de proveer de agua potable a toda la población.

El gobierno anticubano promueve la despolitización unidireccional y el relativismo moral de los cubanos para conseguir una aprobación fingida a sus tácticas y estrategias.

Los cubanos padecen, además, de altas tasas de envejecimiento, subempleo y desempleo, de abundancia de familias monoparentales femeninas, de violencia en casas y calles, de enfermos alcohólicos y adictos a otras sustancias nocivas para la salud humana.

Ante este panorama, la postura de la emigración no debe ser emocional, sino organizarse con reglas claras y plurales, y mandar un mensaje diáfano a La Habana: Han destruido a Cuba; nos asiste el derecho de participar en su reconstrucción y no podemos esperar a que muera Raúl Castro para que los burócratas se pongan en marcha. 6 mil millones de dólares dan para muchos si se emplean en favor de todos y en contra de nadie. El tiempo de la guapería y la sinrazón está agotado.

La Cuba de pasado mañana debe ser una nación democrática, rica y justa; pero nunca más un país totalitario con capacidad para fabricar enemigos inventados y absurdos. Hacer cosa distinta equivale a seguir machacando en baja, reproduciendo alaridos sentimentales que -como todo esfuerzo baldío- conduce a la melancolía.

Otaola, que tiene el mérito de diagnosticar correctamente un problema y capacidad de movilización, corre el riesgo de ser devorado por la efímera gloria, cuando en febrero constate su éxito privado y el tardocastrismo brinde por el 23 aniversario del asesinato de cuatro Hermanos al Rescate.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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