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Cuba espera ruptura con Estados Unidos (pero su corazón no lo quiere)

En momentos en que saben que una ruptura total está a punto de caramelo, se plantean dialogar con exiliados cubanos, en abril próximo.

Carlos Fernández de Cossío y Donald Trump © CubaMINREX.com y Twitter de Trump
Carlos Fernández de Cossío y Donald Trump Foto © CubaMINREX.com y Twitter de Trump

Este artículo es de hace 4 años

Ha sido divertidísimo presenciar el desahogo plañidero de Cuba sobre una posible ruptura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Al menos a mí, el espectáculo me recordó a esos adolescentes de orgullo herido que saben que van a ser abandonados, tarde o temprano, por la chica que aman, y que a última hora intentan salvar una parcela de dignidad diciendo: “Por mí que se vaya, aunque mi corazón no lo quiera”.

Algo así, más o menos, salió de la boca de Carlos Fernández de Cossío, director general para Estados Unidos de la cancillería cubana, preguntado por la agencia AFP sobre el estado de las relaciones bilaterales entre ambas naciones.

“El gobierno de Cuba está listo para una eventual ruptura de relaciones diplomáticas, pero no la deseamos”, fueron las nerviosas declaraciones transmitidas desde el poder cubano, expresadas mediante la garganta intrascendente de este diplomático de turno.

Desde todas las bocas de todas las madres de la Historia surge la respuesta, una marca registrada de mamá que siempre ve más hacia adelante y que no puede resistirse a su sentencia cabal: “Te lo dije”.

Porque en efecto, todos se los dijimos a estos burdos rufianes que gobiernan a la fuerza el país donde nacimos tantos exiliados de este mundo. Se los dijimos de una y mil maneras. Les advertimos que la luna de miel no duraría para siempre, que esto no era cosa de hacerse el chulo, el sabrosón del patio, y que si pretendían volver duradero un pacto tan ventajoso como el que lograron con Barack Obama, era hora de impulsar verdaderos cambios, verdaderas reformas.

En el fondo, la dictadura cubana ha sido su peor enemiga durante un proceso de distensión con Estados Unidos que duró lo que duró la propia dictadura en exhibir sus podridas intenciones.

Porque pudieron sacar de todo. Y lo saben. Pudieron lograr los acuerdos jamás soñados bajo la locura ortodoxa de Fidel Castro, y que esta vez el debilucho Raúl tenía ante sus ojos: un presidente estadounidense dispuesto a salvar de la ruina a toda la isla cubana, y hacerlo con cash inmediato, contante y sonante, mientras cenaba en una paladar habanera y asistía a un partido de béisbol en el Latinoamericano.

Era fácil ceder con Barack Obama, porque Barack Obama no sentía necesidad de ser el duro de la película. Él lo era, y le alcanzaba con eso. Era el presidente de la primera potencia mundial. El mismo que sonreía afable, hablaba como un intelectual brillante, y mandaba de paso a sus drones a reducir a cenizas barrios enteros en Iraq y Yemen donde se ocultaban los dirigentes del terror.

Pero a la satrapía castrista nada le alcanza. No les fue suficiente una ocasión que les venía de perillas.

Mientras Barack Obama les montaba a cuatro de sus espías regordetes en un avión, les abría una embajada en Washington, les visitaba, abogaba abiertamente por sacudirles de encima el embargo y les trataba con decencia, ellos mandaban al otro lado a un desdentado contratista arruinado física y moralmente, infestaban de nuevos espías el aeropuerto de Miami, y se burlaban de su propio pueblo con medidas tan avanzadas como aumentar el número de mesas y sillas permitidas en un restaurante privado, para retirar después las patentes a carretilleros y vendedores ambulantes de cilantro y frijol.

Durante esta honeymoon que habría cumplido por estos días cinco esperanzadores años, Cuba se encargó de ensuciar el legado de Barack Obama entre los cubanos de Estados Unidos, dándoles la razón un día sí y otro también a quienes asumieron desde el primer momento que dialogar por las buenas con una dictadura era un disparate monumental.

Yo recuerdo a uno de esos críticos mordaces del acercamiento: Carlos Alberto Montaner, uno que no necesita mucha presentación. Montaner, más que analista un sabio, y cuya seña de distinción quizás sea la sensatez, dijo desde el primer día: “Cuba morderá esta mano que le está intentando dar de comer”. Vaya si llevaba razón Carlos Alberto.

Porque la ilusión de crecimiento empresarial cubano, ese famoso “empoderamiento” de los emprendedores independientes, solo sirvió para relajar la aplicación de algunas restricciones comerciales americanas y que Vilma Rodríguez, por ejemplo, la nietecita de Raúl, pudiera incluir su mansión proletaria en la capitalista AirBNB, cobrando $650 dólares la noche. Que nadie lo olvide.

Y el desfile de representantes de Google, que hicieron del corredor aéreo entre Miami y La Habana una suerte de hábitat semanal, no sirvió para que los cubanos tuvieran internet libre y de alta velocidad, sino para que el impresentable Kcho, un toxicómano fidelista con delirios de arte, monopolizara el experimento a su propia conveniencia y pusiera hasta las contraseñas del WiFi al servicio de la ideología del PCC.

Entonces, ¿a qué viene ahora el llantén indisimulado de la cancillería cubana? “Te lo dije”, repiten a coro todas las madres de todos los humanos de este mundo.

Porque si no era Donald Trump iba a ser casi cualquier otro: la fortuna no suele llamar dos veces a la puerta de quien no la merece. Mordieron la generosa mano de Barack Obama. Nos escupieron a los propios cubanos que sostenemos con nuestras remesas el caos que ellos perpetúan generación tras generación. De esos truenos, estas tempestades.

Que se preparen para una eventual ruptura diplomática, sí, porque al igual que el vocerito de turno Fernández Cossío, yo también veo ese panorama cada vez más perceptible en el horizonte. Y no seremos los exiliados los tontos útiles que ellos requieren.

¿Así que interesados en un diálogo durante el abril venidero? ¿De verdad? ¿Un diálogo desesperado porque ya se les hizo óxido el conducto de petrodólares venezolanos, porque sus esclavos de batas blancas y bisturís han sido expulsados de los cañaverales de Brasil, Ecuador y Bolivia, y porque ahora en Norteamérica, vaya detalle, no está un tipo diáfano y dialogante sino un billonario desafiante que les ha puesto el escenario color hormiga?

Tienen la torpeza de subestimar el alcance del dolor que han ido repartiendo como hienas. Los mal nacidos por error tenemos más memoria y vergüenza de la que ellos suponen.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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