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Cuba ya tiene Primer Ministro: ¿Y a quién le importa?

Dos preguntas en torno a la designación de Manuel Marrero Cruz como Primer Ministro cubano. La primera: ¿Quién diablos es Manuel Marrero Cruz? Y la segunda: ¿A quién le importa?

Manuel Marrero Cruz, elegido Primer Ministro de Cuba © Cubadebate
Manuel Marrero Cruz, elegido Primer Ministro de Cuba Foto © Cubadebate

Este artículo es de hace 4 años

Dos preguntas monopolizan el debate sabatino en torno a la designación de Manuel Marrero Cruz como Primer Ministro cubano. La primera: ¿Quién diablos es Manuel Marrero Cruz? Y la segunda: ¿A quién le importa?

La proliferación de cargos y estrategias fantasmas se está convirtiendo en una plaga en el país. Cuba está dando una preocupante imagen de país aburrido, que no tiene nada que hacer y se dedica a convocar Congresos que nada cambian y designar Premieratos que dan sueño.

Porque el más elemental sentido común indica que la designación de este nuevo fantoche, otro sujeto con el carisma de un cactus, obedece a intereses de irrelevancia, lo único que le conviene a la familia Castro mantener en la fachada del poder.

Si usted lee la designación de funciones para este cargo de Primer Ministro, barrido de suelo cubano en 1976 y resucitado ahora por obra y gracia de una Constitución enloquecida de poder, dice que el caballero Marrero Cruz será quien “centralice la gestión del Consejo de Ministros, y la persona con la cual el presidente de la República despachará acerca de las actividades de la Administración Central del Estado”.

No se me ocurre una función más irrelevante en cualquier administración de cualquier país, que un Primer Ministro que coordina con un Presidente que no manda las acciones que otro designa. Que nadie se olvide de que Raúl Castro sigue siendo Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, órgano todopoderoso y, como supimos por ciertas intervenciones en la previa de febrero 24, un poder que gravita incluso por encima de la Constitución.

Es agobiante la absoluta falta de sentido común, la desconexión que tienen los tracatanes cubanos con las urgencias reales del pueblo que mal dirigen. Resucitar la figura de un Primer Ministro en tiempos de hambruna, de escasez de agua hasta en zonas muy urbanas, tiempos donde faltan las medicinas, los condones y la esperanza: a eso le llamo yo una nomenclatura entera filosofando sobre los marañones de la estancia.

La Asamblea Nacional escuchó la sugerencia oracular de Miguel Díaz-Canel, que a su vez trasladó con su garganta afónica la orden recibida quién sabe cuándo (aunque intuimos por quién). No había terminado el monigote presidencial de pronunciar el segundo apellido, Cruz, y ya los delegados tenían las manitas levantadas en señal inequívoca de aprobación. Unánime, desde luego.

La ortopedia futura nos deberá un estudio óseo sobre esos brazos de diputados parlamentarios cubanos que tienden siempre, extrañamente, a erguirse cuando se pregunta por votos a favor de algo por allí dentro.

Mientras tanto, a ir tirando con un Primer Ministro harto conocido en su núcleo familiar y con todas las luces de casa encendidas, en lo que rezan porque no falte otro barco a su cita con el combustible revolucionario o que otro tornado, meteorito o huracán no venga a recordar cuánta calamidad e ineficiencia pudre a nuestro país en pleno siglo XXI.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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