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Un crucero con coronavirus rumbo a Cuba

La medida plantea un dilema moral: ¿debería un país como Cuba ceder al impulso humanista y solidario, arriesgando de paso la seguridad de su propio pueblo, o debería elegir de los dos males el menor y optar por salvaguardar primero a los suyos?

MS Braemar © olsencruiseline.com
MS Braemar Foto © olsencruiseline.com

Este artículo es de hace 4 años

El Ministerio de Exteriores cubano recién anunció que la isla recibirá mañana al amanecer el crucero MS Braemar al que un número impreciso de puertos de otros países le negó atracar de emergencia.

El MS Braemar, de nacionalidad británica, surca ahora mismo las aguas rumbo a Cuba con más de mil personas a bordo, pasajeros que en el momento de zarpar no podían suponer la pesadilla en que terminarían convirtiéndose sus vacaciones turísticas. Cinco infectados de coronavirus confirmados, casi cincuenta aislados dentro del buque, y una incertidumbre que duró hasta ahora, cuando Cuba aceptó recibirlos y proceder a su traslado vía aérea al Reino Unido.

La medida plantea un dilema moral tan complejo como inevitable: en un escenario de pandemia como el actual, donde los países del primer mundo han demostrado hasta el momento una desagradable incompetencia para manejar la propagación de este virus, ¿debería un país como Cuba ceder al impulso humanista y solidario, arriesgando de paso la seguridad de su propio pueblo, o debería elegir de los dos males el menor y optar por salvaguardar primero a los suyos?

CiberCuba ha puesto a sus lectores frente a esta encrucijada mediante una encuesta. Mientras escribo esto, van casi 8 mil votos con una tendencia abrumadora: el 83% dice no. Recibir un crucero británico con infectados de un virus altamente contagioso, en un país donde la precariedad sanitaria es total, implica un riesgo que al menos los lectores de nuestra página prefieren no correr.

En lo que a mí respecta, me ha costado decantarme esta vez. Solo cuando he puesto este buque británico en contexto junto a todas las medidas que ha tomado o promocionado el gobierno cubano en relación al coronavirus, he logrado formularme una opinión.

Y esa opinión no comulga con recibir el MS Braemar en puertos cubanos. Muy a mi pesar. Muy a pesar de que defiendo la supremacía del humanismo en medio de plagas y crisis. Yo, que creo en la bondad de nuestra especie, que creo que solo el sacrificio conjunto y la solidaridad pueden llevarnos a apagar esta catástrofe global, miro la decisión cubana como un patrón de comportamiento total y lo que veo me resulta indignante.

Porque Cuba está actuando -una vez más- como si supiera algo que el resto del mundo no. Como si tuviera una fórmula exclusiva e infalible para lidiar con una crisis sanitaria que ha sobrepasado a todo país donde hasta el momento llegó.

Es eso, o que está actuando como si la vida de los once millones de nacionales le importara mucho menos que el rédito político que puede extraer de esta crisis mundial. Algo que, por muy espantoso que suene, no sería nada incoherente con lo que ha demostrado el poder cubano cada vez que la arena internacional ha requerido posicionarse.

Mientras el mundo entero cierra fronteras, aeropuertos, bares, torneos deportivos y clases escolares, Cuba anuncia sin rubor en las redes sociales de sus acólitos que este es el mejor momento para hacer turismo en su paraíso tropical.

El post de Havanatur alardeando de que Cuba es un destino seguro no solo nos revela que, según ellos, el sol mata las bacterias. También nos recuerda que deben volver a clase y aprender a diferenciar bacterias de virus, y que deben incorporar el significado de escrúpulos en su acervo empresarial. Cuanto antes, mejor.

Un país que promueve el turismo en tiempos en que naciones infinitamente más desarrolladas están sumidas en el caos, exhibe un nivel de irresponsabilidad y oportunismo fuera de lo común. Incluso para el gobierno cubano, un superdotado de la hipocresía, este es un nivel olímpico.

España e Italia no son Estados Unidos en cuanto a sus sistemas de salud pública. No hablamos de poderosos donde una inyección contra la migraña puede costar 7,500 dólares. España ocupa el puesto número siete en el ranking de los diez mejores sistemas de salud del planeta, según el Índice de Atención Médica elaborado en 2019 por CEO World Magazine, que mide infraestructura, competencias de los profesionales, costo y disponibilidad de medicamentos.

En ese ranking, Cuba ni siquiera figura ante la imposibilidad de acceder a información basada en estándares internacionales. Sin embargo, quien sí figura es un cuasi producto de Cuba en estos tiempos: Venezuela. El país con las mayores reservas de petróleo del mundo ocupa el último puesto, el 89, en el ranking de sistemas médicos consultados por este estudio.

Una isla donde se suturan dedos a sangre fría por falta de anestesia, y donde se realizan complejas cirugías en salones goteados por aguas albañales no tiene nada que enseñarle al mundo en materia de higiene y salud. Un país donde se encuentra el cadáver descompuesto de un ser humano en la cisterna que abastece de agua a un hospital provincial, tiene demasiado que aprender de responsabilidad sanitaria.

El gobierno cubano ha demostrado hasta el cansancio que su propio pueblo siempre es lo de menos. Es una actitud verificable lo mismo en políticas domésticas como la prioridad absoluta que siguen teniendo los extranjeros para casi todo en el país, que en decisiones exteriores cuyas ganancias políticas y económicas se impusieron siempre, sin excepción, al bienestar nacional.

Que nadie se olvide de que Cuba mantiene un hospital de primer mundo en Qatar, cuando sus propios hospitales son incubadoras de cuanto virus o bacteria puede sobrevivir al sol tropical del que tanto alardea Havanatur.

Desde que los médicos cubanos se convirtieron en un subproducto de exportación castrista, hay más felicidad en poblados ecuatorianos, venezolanos o congoleños luego de recibir profesionales bien capacitados, que en los policlínicos provinciales de Cuba, donde a falta de doctores graduados los estudiantes de segundo año de medicina recetan fármacos o diagnostican padecimientos con el pulso todavía temblándoles.

En este contexto, la demagogia de manual que orienta las decisiones cubanas ha vuelto a girar la tuerca: se ofrecen médicos a Italia. Aunque Italia tenga infinitamente más recursos y capacidad de hacer frente al coronavirus, a pesar de la aberrante incompetencia evidenciada por sus políticos e instituciones.

Si Cuba anuncia que lleva 72 horas sin diagnosticar ningún caso nuevo de infección estamos obligados a desconfiar. No es paranoia. Es experiencia. Nadie puede confiar en la transparencia del mismo gobierno que impulsaba una guerra nuclear, con las ojivas en su propio suelo, y jamás tuvo el detalle de pasarles el dato a sus millones de bajas colaterales.

Todavía estamos esperando informes serios sobre el número real de casos de dengue registrados en la última década en ese país.

Un poco de amor no estaría de más. Un poco de sensibilidad con un pueblo angustiado por carencias, restricciones, desastres naturales y desastres políticos que llegan siempre desde los que no los sufren.

Publicar fotos de pioneritos listos para el combate contra el coronavirus puede parecerle muy patriótico a un entusiasta cuadro que dirige la prensa oficial. Al Covid-19 esa imagen de cientos de niños amontonados en un patio de escuela durante un matutino, también le parece muy bien. Sobre todo luego de comprobar que de ninguna pila de ninguno de los baños sale una sola gota de agua.

Los turistas a bordo del MS Braemar serán trasladados a suelo cubano y recibirán atenciones solo al alcance de ellos (y del equipo de filmaciones de Michael Moore). Y a mí me alegra que más de mil personas que alberga ese hotel flotante en medio del mar encuentren en esta decisión consuelo en medio de tanta tristeza.

Pero que nadie olvide que los habitantes de la tierra a donde ellos atracarán mañana al amanecer jamás han conocido qué cosa es un crucero, qué cosa son aeropuertos del mundo, y que si se enferman luego de esta bonita operación de solidaridad y propaganda, tampoco conocerán la misma atención que los “compañeros británicos” tendrán mañana.

Cuando alguien me habla de la protección que tienen los cubanos y las bajas cifras de víctimas que suelen tener en estos casos, me viene a la mente un duro recordatorio que hiciera William Golding en su obra maestra El Señor de las Moscas: “Cuando Dios manda sus tragedias, las prisiones son los mejores refugios”.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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