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¿Por qué fracasó la "protesta del Yara" y triunfó la del "Muro de Miramar"?

La mayor penetración de internet en la isla y la creciente importancia de las redes sociales no pueden sustituir otro tipo de activismo y búsqueda de consenso.

Dos agentes del MININT apostados el pasado 30 de junio en 23 y L © Facebook/Jesús Jank Curbelo
Dos agentes del MININT apostados el pasado 30 de junio en 23 y L Foto © Facebook/Jesús Jank Curbelo

Este artículo es de hace 3 años

Empecemos por los hechos: entre las personas a las que la Seguridad del Estado impidió salir de sus casas el martes pasado con la advertencia de una "limitación de movimientos", las que lo intentaron y fueron detenidas, y las pocas que consiguieron llegar al lugar y ser "neutralizadas", el total de reprimidos por la operación represiva del pasado 30 de junio no llegó a 150 personas. Entre ellas se incluyen opositores, activistas de diferente tipo y periodistas independientes interesados en reportar la noticia.

La convocatoria, que abarcaba todas las provincias del país, pedía justicia para Hansel Hernández Galiano, el joven negro fallecido tras ser baleado por un agente de la PNR, pero también se identificaba con las causas del activista Ariel Ruiz Urquiola y del preso político Silverio Portal Contreras, miembro de la organización opositora Cuba Independiente y Democrática, cuyo estado de salud se ha agravado notablemente desde su detención en el 2018.

La idea era sumar varias concentraciones pacíficas, tanto en la capital como en lugares céntricos de otras provincias, y se especificaba que todos los asistentes debían cumplir con las medidas higiénicas y de salud establecidas por el gobierno a raíz de la epidemia de coronavirus.

Para ello, como era previsible, se crearon las "directas" en Facebook, los hashtags en Twitter, y circularon un sinnúmero de noticias en diferentes medios independientes, luego replicadas por las redes sociales.

De nuevo, parecía más importante mover la noticia "virtualmente" que conseguir el objetivo de manifestarse "físicamente". No sólo porque el monitoreo que hace la Seguridad del Estado de Facebook le resulta muy útil a la hora de decidir a quién vigilar o bloquearle los teléfonos, sino porque hay una diferencia entre cliquear "Me gusta" y arriesgarse a un encontronazo con el "seguroso" de turno.

Hace años que Malcolm Gladwell dejó claro que los lazos que unen a las personas que se conectan y organizan a través de las redes sociales son más débiles de lo que parecen. Para crear y sostener un movimiento social verdaderamente efectivo son imprescindibles un nivel de organización y una disciplina de grupo que garanticen la confianza entre los activistas, y su compromiso para cualquier movimiento de protesta real. En el caso de la "protesta del Yara" la suma de varias causas no era precisamente una garantía de mayor consenso o más participantes, sobre todo en las actuales condiciones.

Está, por supuesto, el problema de la represión. Pero también el de un sistema que apenas necesita ya reprimir en la calle pues le basta con tres o cuatro operativos preventivos. En casos anteriores, como el "maleconazo" o la protesta que llenó hace años la calle 23, el mecanismo de organización fue más a nivel de base o de iniciativa espontánea que por medio de las rades sociales, por entonces inexistentes en la isla.

El tipo de compromiso light de las redes sociales, sin embargo, sí ha demostrado ser útil en el caso de otras protestas, como la que acabó recientemente con el muro perimetral levantado en la Playita de 70. El carácter totalmente inconsulto de una edificación local provocó un alud de críticas desde todos los sectores, lo mismo vecinos que arquitectos, que no podía ser ignorado. La torpeza de las autoridades consiguió generar un malestar con una causa muy concreta, y ya no bastaron las aclaraciones en el sentido de que no había un plan de cobrar la entrada a la playa. El Muró desapareció como mismo había llegado, y no hay que subestimar este éxito que tuvo Facebook como su principal escenario.

Lejos han quedado aquellos años en que los escasos blogueros cubanos eran fuente de informaciones prohibidas. Ahora muchos cubanos están bien informados y han perdido el temor a opinar. En la isla aumenta el uso de móviles para documentarlo todo (incluida la represión) y son cada vez más numerosas las "filtraciones" de información vedada.

El régimen, por su parte, tiene un ejército de trolls y "ciberclarias" de los que muchos se burlan abiertamente. La contienda entre la información abierta y la "versión oficial" ya ni se plantea. Casi nadie en Cuba cree en el noticiero oficial de la TV, pero tampoco son muchos los que dentro de la isla están dispuestos a arriesgarse por reclamar un cambio político. Porque no sólo te arriesgas tú: la Seguridad del Estado va contra tu familia, tu prestigio, tu lugar en la sociedad. Eso es lo característico de una sociedad autoritaria. Hay que asumir todo eso y proponer nuevas vías de alterar la relación tradicional entre la autoridad política y la voluntad popular.

El aumento de la penetración de Internet en la isla es un síntoma estimulante, pero usar constantemente las redes sociales para convocar movilizaciones generales sólo provocará desgaste en acciones confusas y sin un público definido. Algunos medios también alientan ese tipo de acciones porque un escándalo siempre llama más la atención que una cobertura seria.

En sociedades autoritarias, la confusión entre "medio" y "mensaje" no parece haber contribuido a una libertad que rebase las alternativas a la prensa oficial y el uso político de la Red se ha demostrado más influyente en sistemas con altos índices de democracia y transparencia.

Cada vez más analistas se preguntan hasta qué punto puede derrocarse a un régimen sin salir de esa especie de ilusión democrática (y narcisista) que propicia Internet.

En escenarios donde el espacio para los reclamos libertarios es por fuerza minoritario y demasiado fácil de controlar, hay que volver a los viejos métodos del disidente tradicional: hacer huelgas, entender qué impulsa a llenar las calles, arriesgar un desafío que dependa menos de la imagen mediática.

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Ernesto Hernández Busto

Periodista y ensayista cubano. Fundador del sitio Penúltimos Días.


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