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Carlos Espinosa, monje estajanovista de la cultura cubana

En Cuba no se cansaron de demostrarme que era una persona non grata.

Carlos Espinosa Domínguez © Cortesía del entrevistado
Carlos Espinosa Domínguez Foto © Cortesía del entrevistado

Este artículo es de hace 3 años

Carlos Espinosa Domínguez, Guisa, Bayamo (1950) es un estajanovista cultural empeñado en el rescate de figuras esenciales de la cultura cubana como Jorge Mañach, a quien lee e investiga con su inteligencia y rigor habituales; como ya hizo con Lino Novas Calvo, de quien reunió su cobertura de la Guerra Civil Española.

Su labor no se limita a bucear en la papelería, artículos y libros de los investigados, sino que en el caso de Novás Calvo y Mañach lo hizo y hace, pagándose de su bolsillo viajes anuales a Cuba, donde se sumerge en la Biblioteca Nacional en busca de las joyas que admira; teniendo que fotografiar los fondos bibliográficos y luego pasándolos a su computadora en Aranjuez, donde vive jubilado, tras catorce años de profesor universitario en Estados Unidos.

Pero antes, mucho antes fue trabajador del departamento de Capacitación de la Empresa de Navegación Mambisa y especialista de teatro de Casa de las Américas, ambas en La Habana, donde pudo cursar, en el Instituto Superior de Arte, la especialidad de Teatrología.

Carlitos Espinosa, a quien Cuba debe un reconocimiento por la coherencia y constancia de su obra, tiene una mirada plural que abarca autores latinoamericanos, de Europa del Este, y el teatro y el cine de ambas regiones, a las que ahora no puede viajar por la pandemia de coronavirus; pausa forzada que aprovecha para seguir gozando con la transcripción de Mañach y hacer una antología "La chinela turca y otros cuentos", del brasilero Joaquim Machado de Assis para la editorial Arte y Literatura, de La Habana.

Antología "La chinela turca y otros cuentos"

La conversación que sigue transcurrió en el restaurante "Havana Blues", en Madrid, donde la rica cháchara fue coronada con una mousse de Guanábana que emocionó a Carlos Espinosa Domínguez, un cubano de mirada aguda, transversal y emociones discretas hasta el punto de mortificar a los editores con la exigencia de poner su nombre en letra pequeña en la portada de los libros que construye con pasión de monje benedictino.

Vargas Llosa asegura que la revolución cubana fue una esperanza por su aporte a la superación de lo que llama parálisis latinoamericana y por su impacto en Europa, pero Mario acabó distanciándose del castrismo por el "Caso Padilla". ¿Qué recuerdos tienes de la revolución, que ocurre a tus 8 años, y cuál es tu lectura del affaire Heberto?

A lo que expresó Vargas Llosa se puede agregar lo que dijo, por esa misma época, Carlos Fuentes: “La grandeza de la revolución cubana nos ha engrandecido a todos los latinoamericanos”.

¿Qué recuerdo de los primeros años de la revolución? Recuerdo la alegría y el entusiasmo que reinaba cuando aquellos combatientes barbudos y con uniformes verde oliva entraron triunfante en las ciudades y los pueblos. El período de la dictadura de Batista había sido realmente terrible y había una gran esperanza respecto a la nueva etapa que entonces se abría tan prometedoramente. Era, pues, lógico que la gente viese ese porvenir con mucha ilusión.

Me acuerdo que se hizo una costumbre bastante extendida clavar en las puertas de las casas un rectángulo metálico, mitad rojo y mitad negro, para representar la bandera del Movimiento 26 de Julio, en el cual se leía: 'Esta es tu casa, Fidel'. Me acuerdo también de que los alimentos y la ropa empezaron a escasear e instauraron la libreta de racionamiento. Sin embargo, esa situación se llevaba con estoicismo, porque estábamos convencidos de que era un esfuerzo necesario que se vería recompensado con creces con un futuro luminoso y próspero.

Pero pasaron los años, estos se convirtieron en décadas, y el tan anhelado porvenir parecía ser una liebre que corría veloz delante de nosotros sin dejarse alcanzar. Los sacrificios lejos de aliviarse aumentaron, y de ser el sueño de Marx, la revolución devino la pesadilla de Orwell. Como comentó Octavio Paz, el partido revolucionario se transformó en casta burocrática y el dirigente en César.

Y completo la declaración de Carlos Fuentes que cité al inicio: “Por lo mismo, la pequeñez de la Revolución Cubana nos ha empequeñecido a todos los latinoamericanos”.

El caso Padilla tuvo en su momento tanta repercusión mediática e hizo correr tanta tinta, que uno se siente amedrentado de escribir algo sobre el mismo. Cuando ocurrió yo solo supe lo que divulgó la prensa cubana. del resto, que fue casi todo, me vine a enterar una vez que salí de Cuba. No puedo recordar cómo supe la noticia de la publicación de "Fuera del juego" y "Los siete contra Tebas", la pieza teatral de Antón Arrufat, los dos libros cuya premiación cuestionó la dirección de la UNEAC por razones ideológicas.

Entonces yo era miembro del taller literario que funcionaba en Guisa, mi pueblo natal. Aprovechándome de ello, escribí a la UNEAC para pedir un ejemplar de cada libro. Me lo enviaron y hasta hoy los conservo. Posteriormente, leí el texto de la kafkiana autoacusación de Padilla, así como el incendiario discurso que pronunció en la clausura del Congreso Nacional de Educación y Cultura, materiales que se publicaron en la revista Casa de las Américas.

Todo lo que se suscitó en torno a "Fuera de juego" y a Padilla fue muy lamentable. Viene a cuento un comentario que me hizo una vez el difunto Adolfo Llauradó. Hablando una vez sobre los inexplicables errores que se cometían, me dijo: 'Carlos, este país lo asesora la CIA'.

Y tenía razón. No se pudo haber actuado con mayor torpeza en aquella ocasión (y en muchas otras). Lejos de obtener algún beneficio, la revolución cubana vio su imagen seriamente dañada. La detención de Padilla produjo la reacción inmediata de numerosos intelectuales de medio mundo. Firmaron una carta colectiva en la que, desde su solidaridad “con los principios y objetivos de la Revolución Cubana”, expresaban su inquietud “debida al encarcelamiento del poeta y escritor Heberto Padilla” y le pedían al poeta “reexaminar la situación que este arresto ha creado”. Asimismo, alertaban de que “el uso represivo contra intelectuales y escritores, quienes han ejercido el derecho dentro de la Revolución, puede únicamente tener repercusiones sumamente negativas entre las fuerzas antimperialistas del mundo entero, y muy especialmente en la América Latina, para quienes la Revolución Cubana representa un símbolo y estandarte”.

Vino después la intervención de Padilla en la UNEAC, en abril de 1971, orquestada en el mejor estilo estalinista de los procesos de Moscú. Eso motivó una segunda carta de intelectuales europeos y latinoamericanos, esta vez para hacer pública su vergüenza y su cólera por “el lastimoso texto de la confesión” de Padilla, que “solo pudo haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias”. La respuesta del finado fue el discurso al cual antes aludí, donde lanzó una invectiva contra los “agentillos del colonialismo cultural”, y en cual rechazaba “las pretensiones de la mafia de intelectuales burgueses de convertirse en la conciencia crítica de la sociedad”. Quedó así puesto en evidencia lo que el poeta español José Ángel Valente llamó “la vulgaridad del modelo represivo por el que el Gobierno cubano ha optado”.

Tus inicios están vinculados al teatro. Habitualmente, se habla mucho del teatro de los 60, fruto de la expansión cultural que generó la revolución, pero poco o nada de las tablas cubanas en los años 50, que fueron heroicas. ¿A qué atribuyes esa discriminación, qué valoración haces de ambas etapas en la escena nacional?

Esa discriminación de la actividad teatral prerrevolucionaria responde a una política que se aplicó a partir de 1959, encaminada a imponer una visión de la historia según la cual en Cuba prácticamente todo comenzó con la revolución. Pero se ha aplicado no solo al teatro, sino a todas las esferas del pensamiento, la cultura, la política, la propia historia. Para referirme concretamente a la manifestación por la que me preguntas, a partir de los años 60 se formaron grupos profesionales de todas las provincias, y en poco tiempo se pudo hablar de un movimiento nacional en toda regla. Crear desde cero un movimiento de esas proporciones habría tomado unos cuantos años. De no haber existido previamente una tradición de actores, dramaturgos, actores ese florecimiento de la actividad escénica difícilmente se hubiera producido. Figuras que desempeñaron un papel significativo en esos primeros años, como Francisco Morín, Vicente y Raquel Revuelta, Rubén Vigón, Modesto Centeno, Adolfo de Luis, Rolando Ferrer, contaban ya con una trayectoria previa. Y otras que poco después se dieron a conocer se habían formado en instituciones que existieron en décadas anteriores como el Patronato del Teatro, Prometeo, ADAD, Las Máscaras, Farseros, Grupo Escénico Libre.

¿Por qué "Virgilio Piñera en persona"? ¿Por qué "Cercanía de Lezama Lima"? ¿Se han mitificado ambos autores por su "apatía" ante el castrismo, o crees que aún no están suficientemente reconocidos? ¿Es Orígenes el último aldabonazo de la cultura cubana?

Tanto Virgilio Piñera como José Lezama Lima han concitado y concitan tanta atención de los críticos e investigadores por las grandes cualidades literarias de sus respectivas obras. Esas fueron las razones que a mí me llevaron a escribir esos dos libros. Otras que no fueran esas, no hubo por mi parte. En el momento en que acometí esos proyectos, empezaban a salir de la marginación a que fueron condenados. Así que consideré útil realizarlos. Tratar de explicar ese interés que Piñera y Lezama Lima hasta hoy siguen despertando en otras zonas, como la apatía a la cual aludes, es empobrecerlos y reducirlos a unos supuestos y potenciales disidentes, cosa que ni por asomo fueron.

En cuanto a considerar el Grupo Orígenes como el último aldabonazo de la cultura cubana, es una opinión que peca de absoluta y excluyente, con toda la cuota de injusticia que eso conlleva. Y personalmente, es un juicio que nunca he encontrado en ninguno de los estudiosos que con más seriedad y constancia se ocupan de la obra de esos autores. Que fueron autores que, en conjunto, hicieron una gran aportación a la literatura cubana y en la que ejercieron una benéfica influencia, es algo que nadie pone en duda. Entre ellos hay además nombres como los de Lezama Lima, Eliseo Diego y Fina García Marruz, que están entre las figuras imprescindibles de nuestra poesía. Pero antes y después del Grupo Orígenes ha habido nombres igualmente importantes: Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Nicolás Guillén, Heberto Padilla, Pablo Armando Fernández, Delfín Prats, Manuel Díaz Martínez, Raúl Hernández Novás, Reina María Rodríguez, para mencionar unos pocos. Concluyo con un ejemplo. Shakespeare es un escritor inmenso, excepcional, pero a nadie se le ha ocurrido afirmar que fue el último aldabonazo de la literatura inglesa.

Quizá eres el buceador más coherente e insistente en la literatura y el periodismo cubano del siglo XX ¿Cómo es tu relación intelectual con Gastón Baquero, Lino Novás Calvo, Jorge Mañach, Eduardo Manet, Antón Arrufat, Héctor Quintero?

Voy a insistir en algo que antes te contesté. Cuando acometo la redacción de un libro propio o una compilación de textos ajenos, no me guío por gustos personales o afinidades intelectuales, sino por la utilidad que ese proyecto pueda tener. Te apoyo lo que digo con un ejemplo. He publicado un libro testimonial y dos antologías de textos de Lezama Lima, un autor cuya relevancia reconozco, pero cuya obra no puedo afirmar que me guste de modo especial. En cambio, no tuve la más mínima duda a la hora de realizar esos libros. Concibo mi labor investigativa como un servicio público, si cabe llamarlo así, y en ese sentido trato de que no intervengan factores subjetivos, como son las simpatías y las fobias. Alguien puede preguntar por qué no he hecho con figuras como Nicolás Guillén o Alejo Carpentier lo mismo que he hecho con Lezama Lima, Manet, Mañach, Baquero o Novás Calvo. Sencillamente porque son escritores de los que no queda nada inédito por publicar.

Este año, se están cumpliendo 40 años del desgarro del Mariel. Te has ocupado de investigar dos publicaciones de la diáspora cubana: Exilio y Mariel. ¿Cuál es tu valoración de ambas?

Exilio (1965-1973) fue un caso excepcional entre las revistas que surgieron en la diáspora cubana en la década de los 60. Duró nueve años y logró sacar 28 números, gracias al apoyo económico y la dirección del fallecido Víctor Batista. Vino a dar cierta articulación a unos escritores y artistas entonces muy dispersos, y les proporcionó un vehículo de difusión. A lo largo de su existencia, dio cabida a una amplia gama de tendencias, aunque sin descuidar el criterio de la calidad que siempre imperó. Así, junto a Gastón Baquero, Lydia Cabrera, Lino Novás Calvo, Eugenio Florit, allí publicaron José Kozer, Rita Geada, José Mario, Orlando Rossardi, Octavio Armand. Por otro lado, en su primera etapa prestó mucha atención a las interpretaciones socioeconómicas de nuestras raíces. Y también abrió sus páginas a las artes plásticas, a través de creadores como Alfredo Lozano, Waldo Díaz-Balart, Hugo Consuegra, Baruj Salinas. Día llegará en que se haga una justa valoración de lo que significó la valiosa aportación de Exilio a la cultura cubana de la diáspora.

En conjunto, el del Mariel constituye hasta hoy el éxodo de creadores más importante que se ha producido en Cuba en estos últimos sesenta años. Su influencia en el panorama cultural y literario fue tan valiosa como decisiva, pues actuó como un revulsivo en el sosegado paisaje del exilio. Mariel (1983-1985) tuvo como objetivo primordial servir de medio para dar a conocer la producción literaria de los recién llegados. Entre se hallaban Miguel Correa, Carlos Victoria, Carlos A. Díaz, Andrés Reinaldo, Juan Abreu, Reinaldo García Ramos, Reinaldo Arenas. Estos tres últimos integraron el comité de dirección de la revista, de la cual lograron sacar ocho números. No obstante, desde las primeras entregas demostraron una amplitud de perspectiva y una falta de sectarismo. Eso se materializó en la apertura a colaboradores de otras promociones, así como en los homenajes que dedicaron a Virgilio Piñera, Gastón Baquero, José Martí y José Manuel Poveda.

Pese a su corta trayectoria, Mariel queda como un fiel y significativo testimonio de una etapa señalada de nuestra historia contemporánea, y como expresión representativa de las letras y las artes del exilio. Su balance es indiscutiblemente positivo, y no es posible hacer un recuento de nuestra evolución cultural sin acudir a sus páginas.

Tu trabajo ciclópeo y tu visión tolerante te han granjeado el reconocimiento de ambas orillas, en ocasiones enfrentadas. ¿Por qué vives fuera de Cuba; qué papel crees podría desempeñar la cultura en un escenario de reconciliación nacional?

Resido fuera de Cuba desde octubre de 1986, lo cual significa la mitad de mi vida. ¿Las razones? Creo que se podrían resumir en unas pocas frases: Allí no se cansaron de demostrarme que era una persona non grata. Esas muestras nada sutiles comenzaron tempranamente, cuando yo aún estaba saliendo de las adolescencia. Debido a algunos comentarios de tipo político que, con la inmadurez propia que se tiene a esa edad, yo expresé, al iniciar el octavo grado me castigaron a no poder estudiar en ninguna escuela del país por un año.

Con semejante mancha en mi expediente estudiantil, el futuro que me aguardaba era negro. Y así fue. Me gradué en el preuniversitario dos o tres meses después de celebrado el Congreso Nacional de Educación y Cultura, así que no hace falta decir que para mí las puertas de la universidad estaban cerradas. Una suerte más o menos parecida tuve en mi vida laboral, pero no vale la pena extenderme y dedicar espacio a ello.

Cuando en 1986 me invitaron a la primera edición del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, lo más sensato me pareció no regresar a Cuba. Pensé que iba a ser motivo de júbilo para aquellos que no querían allí y que, como era usual con todo el que se marchaba, iban a borrarme y olvidarse de mí. ¡Pues no! En la Casa de las Américas, donde yo laboraba, a todas las personas con quienes yo había mantenido intercambio epistolar por motivos de trabajo les enviaron una carta para notificarles lo que calificaban como mi “traición”.

Esa carta fue enviada cuando ya Mijaíl Gorbachov había puesto en marcha la perestroika. La imagen de Cuba que iba a proyectar en el exterior iba a ser muy dañosa, pero a la dirección de la Casa de las Américas eso pareció no importarle en lo absoluto. Una vez más, viene a cuento recordar el comentario de Adolfo Llauradó.

Carta de Casa de las Américas contra Carlos Espinosa / Foto: Cortesía entrevistado

En cuanto al papel que puede desempeñar la cultura en la reconciliación nacional, pienso que puede contribuir. Justamente con esa idea, cuando en el Centro de Documentación Teatral del Ministerio de Cultura de España me encomendaron la coordinación de la antología Teatro Cubano Contemporáneo, adopté como premisa incluir autores tanto de la isla como del exilio. Junto a Abelardo Estorino, Antón Arrufat, Eugenio Hernández Espinosa, Héctor Quintero, aparecieron José Triana, Manuel Reguera Saumell, Matías Montes Huidobro. Como expresó Moisés Pérez Coterillo, director del CDT, la presencia de estos últimos “da sentido a los deseos de reconciliación y solidaridad que formulamos para Cuba”.

En La Gaceta de Cuba, Rine Leal publicó un artículo titulado “Asumir la totalidad del teatro cubano”, en el cual elogiaba la publicación del volumen y se preguntaba si no había llegado el momento de publicar y representar a “los dramaturgos cubanos que trabajan fuera del país y que pertenecen por entero a nuestra escena”. Su deseo se cumplió y las obras de varios de esos autores se han editado en Cuba.

Siempre fuera de Cuba, se han realizado algunos eventos encaminados a propiciar un puente entre cubanos de ambas orillas. En noviembre de 1994, el Ministerio de Asuntos Exteriores de España organizó y financió un encuentro titulado "La isla entera". Aprovechando la coincidencia con el medio siglo de la revista Orígenes, reunió a trece poetas de Cuba y once del exilio. No faltaron los esfuerzos para disuadir a los primeros para que no participaran, lo cual incluyó “visitas cordiales” de la Seguridad del Estado, pero finalmente el evento se celebró y tuvo un saldo muy positivo. Después se programó otro similar dedicado a los narradores, pero en esa ocasión las autoridades cubanas fueron menos amables e impidieron tajantemente a los escritores de Cuba asistir.

Pienso que para que haya una reconciliación y la cultura pueda contribuir a la misma, tiene que haber, ante todo, voluntad de las fuerzas políticas de que esa reconciliación se produzca. Y hoy yo no veo muestras de que haya esa voluntad. Sin ella, los esfuerzos que hagan los escritores y artistas servirán de muy poco.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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