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La innovación empresarial que Cuba necesita

Díaz-Canel pidió “potenciar de inmediato una cultura de la innovación para resolver los problemas más acuciantes del país”. ¡Casi nada!

Trabajos en Calle Mercaderes de La Habana Vieja (Referencia) © CiberCuba
Trabajos en Calle Mercaderes de La Habana Vieja (Referencia) Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

Lo último es todavía mejor. Varios medios oficiales del régimen castrista han informado sobre una reunión de Díaz-Canel con las Juntas de gobierno, los consejos de administración de las empresas estatales; algo así como el “sanedrín económico” del régimen comunista cavilando en el Palacio de Convenciones de La Habana.

En dicha reunión, entre otras muchas cosas, Díaz-Canel pidió “potenciar de inmediato una cultura de la innovación para resolver los problemas más acuciantes del país”. ¡Casi nada! Imagino las caras de los asistentes mirándose unos a otros incrédulos, aburridos, desmotivados y pensando en cuál puede ser el enésimo argumento para justificar el incumplimiento del plan impuesto por burócratas del Ministerio de Economía. No se engañe, presidente, solo ha escuchado algunos de los problemas que preocupan al ámbito económico estatal; si se hubiera reunido con los emprendedores privados, otro gallo cantaría.

La cuestión es que pedir innovación a las empresas estatales cubanas es perder el tiempo. Ese empeño de Díaz-Canel, desde que escribió un artículo “científico” sobre este asunto, de querer “lograr un fuerte sistema de ciencia, tecnología e innovación, donde consigamos fertilizar las interconexiones necesarias entre el sector del conocimiento, el sector productivo y de los servicios, y la actividad del gobierno”, encuentra poco interés entre los dirigentes de las empresas estatales.

¿Por qué yerra el presidente?

Hay varios indicadores. Si se analiza la evolución del número de empresas (todas estatales) en Cuba en las estadísticas de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) se constata que el número de empresas en Cuba ha disminuido un 11% desde 2014, pasando de 1.992 en dicho año a las 1.774 del pasado ejercicio.

Una disminución que representa más del doble de la experimentada por todas las entidades que fue de un 4,8% en el mismo período. En los últimos años se ha producido un “ajuste silencioso” en el sector empresarial con la supresión de muchas empresas ineficientes, en situaciones de insolvencia estructural e incapaces de producir en condiciones competitivas. Las autoridades no lo han negado y desde que Raúl Castro asumió el poder se empezó a practicar esa “terapia de choque” que se ha llevado por delante a 218 empresas, con su facturación, sus activos y trabajadores.

Cierto es que muchos de los trabajadores de las empresas cerradas han acabado en la zona de cuidados paliativos de las OSDEs, pero la realidad de los datos no admite discusión. El régimen ha cortado cabezas de sus empresas estatales, porque no puede seguir manteniendo ese pozo de ineficiencia. Hace bien, aunque no hace lo correcto. Probablemente, si hubiera privatizado a buena parte de esas empresas, habría descubierto que la gestión privada es mucho más eficiente.

Y que si bien es cierto que en situaciones de crisis los gobiernos suelen salir en ayuda de sus empresas para evitar el cierre y la pérdida de empleos, en los países comunistas del Este de Europa, Vietnam o China, pasar las antiguas empresas estatales a la titularidad privada las convirtió en negocios florecientes, con capacidad de generación de empleo, riqueza y, sobre todo, de eso que Díaz-Canel quiere, innovación.

De forma ingenua, o tal vez intencionada, Díaz-Canel presentó en la reunión sus “43 medidas destinadas al fortalecimiento de la empresa estatal”, dentro de la Estrategia elaborada para luchar contra la epidemia de la COVID-19, con especial atención a las “trabas que nos quedan por eliminar, qué elementos nos pueden permitir otra motivación para que el sector empresarial empuje nuestra economía”. Y en ese punto empezó a hablar de cumplir con los “Objetivos del Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, con la Visión de la Nación y el Plan Nacional de Desarrollo Económico-Social hasta el 2030” sin duda, todo ello muy relacionado con la gestión empresarial y la obtención de beneficio y generación de empleo en beneficio de la economía.

De hecho, la visión de la nación de Díaz-Canel, expuesta ante el sanedrín empresarial, es cualquier cosa, menos atractiva para la gestión económica eficiente. Ni más ni menos que la definió en los siguientes términos, “tener una nación socialista, soberana, próspera y sostenible”. Tal vez si se hubiera ahorrado el primer atributo, lo de “socialista” las cosas podrían ser mucho mejores. La experiencia de 61 años intentándolo, lo confirma de sobra. Y la alternativa, ya la conocemos: ¡Socialismo o muerte!

No contento con la apuesta por su socialismo, Díaz-Canel llamó aún más la atención al ponerse a reflexionar sobre algo que es incuestionable, la “contradicción que se plantea en Cuba: Por un lado, con un índice de desarrollo humano alto (…) combinado con una ausencia del país en el ranking mundial de innovación de la Organización Mundial para la Propiedad Intelectual”. Bueno tampoco es para tanto, Cuba está fuera de numerosos rankings internacionales en muchos ámbitos y el gobierno ni se inmuta.

Es bueno que Díaz-Canel se pregunte por qué esa ausencia, ya que no se trata de un problema de falta de cultura de innovación del sector empresarial, como dice, sino de unas políticas económicas fallidas del gobierno, por cierto, dueño de las empresas, que impiden esa actividad innovadora, dejando de lado otras cuestiones no menos importantes, como la escasa motivación de unas empresas que malviven con subsidios estatales para dedicar recursos a innovar.

Además, la transmisión de conocimientos del sistema universitario y científico al empresarial, ideada según Díaz-Canel nada más y nada menos que por Fidel Castro, nunca ha funcionado en el régimen comunista, por la separación de propiedad y gestión. Hace unos días se citaba la experiencia de un campesino independiente que había estado en contacto con el mundo científico de su zona para innovar y producir más. Eso se llama motivación, y por ahí deberían empezar las 43 o 44 medidas presidenciales en la Estrategia, y preguntarse ¿por qué un agricultor. con un pedazo de tierra en arrendamiento, innova más que todo el sanedrín empresarial estatal, la infértil Asociación Nacional de Agricultores Pequeños y la estructura burocrática del Ministerio de Agricultura y sus grupos científicos ocupados en producciones tan escasas como el arroz y los frijoles?

Señor presidente, lo que se sabe, no se pregunta. Usted y sus colaboradores saben lo que deberían hacer; si no pueden o no se atreven, es harina de otro costal.

Nada encontrará Díaz-Canel rebuscando en los viejos discursos de Castro, ni tampoco en los aburridos lineamientos de Murillo, ni siquiera en lo que denomina “famosas interfaces entre empresas y centros de investigación y universidades”, o los parques científicos que malviven sin apoyo económico para sus actividades. Y mucho menos en el modelo de gestión del gobierno, incapaz de apoyar un sistema empresarial innovador y potente, si no dedicado a cerrar silenciosamente empresas, y luego declarar que en Cuba no hay “terapias de choque”.

Tal vez alguien debería explicar, al margen de cuestiones demográficas, por qué el nivel de ocupación total en Cuba ha caído un 7,7%, desde 2014, pasando de casi cinco millones de personas trabajando a los cuatro millones 585 mil 200, del año pasado, según publica la ONEI. Si, casi medio millón de ocupados han desaparecido de la economía cubana en un corto período de tiempo. ¿Será por causa de la terapia de choque?

El discurso de Díaz-Canel sobre la innovación empresarial es triunfalista, pero erróneo. Se mueve de un lado a otro, combinando la actuación en el sector presupuestado durante el COVID-19, y poniendo como ejemplo la salud, que debe recordar que es un servicio estatal financiado completamente por fondos públicos, donde no existen empresas como tales, con la experiencia fracasada de la innovación empresarial estatal, donde apenas existen unos pocos ejemplos de éxito. De nada sirve contar con “más de 700 investigaciones, muchas con publicaciones a nivel internacional en revistas prestigiosas de las ciencias médicas; más de 13 biofármacos, que se están produciendo; y cuatro candidatos vacunales” si después no se implementa en aras a la mejora de la productividad y la competitividad del país. En definitiva, al bienestar de todos los cubanos.

El representante empresarial estatal que escucha todas estas cosas, sabe bien de qué estamos hablando, y del escaso interés que tiene preocuparse por actividades que, una vez conseguidas con no pocos esfuerzos y dedicación, se acaban entregando gratis a otros países en virtud de una “cooperación internacional de Cuba” que nunca ha dado buenos resultados, salvo golpecitos en la espalda en organismos internacionales y algún apoyo a iniciativas contra Estados Unidos.

Solo se puede estar de acuerdo con lo dicho por Díaz-Canel en una cosa: Cuba tiene extraordinarias potencialidades para innovar. Los campesinos independientes lo demuestran todos los días con su trabajo y esfuerzo sacando malanga del surco para que luego Acopio la despilfarre y deje pudrir. También es cierto, aunque Díaz-Canel no lo dijo, pero se le puede recordar. Los cubanos en el extranjero acumulan una historia de éxitos como emprendedores e innovadores de primer nivel.

La cuestión es cómo lograrlo en Cuba, y ahí es donde viene el desacuerdo con relación a las propuestas. Díaz-Canel promete la máxima intervención del gobierno “en todas las dimensiones, a nivel nacional, territorial, sectorial y sobre todo a nivel local (...) en ciencia e innovación, como centro de todo”, y, en cambio, lo que debe hacer es justo lo contrario. Apartarse y dejar libertad absoluta para que sean los agentes privados, haciendo valer sus derechos de propiedad, los que promuevan el capital humano y la creatividad de los cubanos en beneficio de su propia economía, que también es su propio bienestar. Lo demás es chico pleito.

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Elías Amor

Economista, Miembro del Consejo del Centro España-Cuba Félix


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