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Memorias de embajador norteamericano en Panamá contiene lecciones para Cuba

¿Tendrá identificado Estados Unidos a personajes equivalentes a Ardito Barletta y Arias Calderón en la Cuba tardocastrista?; es probable, pero el ritmo con que Joe Biden está asumiendo el conflicto con La Habana confirma que la isla no es una prioridad para la Casa Blanca, aunque podría indicar que en seno de la nueva administración demócrata hay disensos sobre la actitud a seguir frente al Palacio de la Revolución.

Portada del libro de memorias del embajador norteamericano Everett Ellis Briggs © Amazon / Diplomacy Academy
Portada del libro de memorias del embajador norteamericano Everett Ellis Briggs Foto © Amazon / Diplomacy Academy

Este artículo es de hace 3 años

Las memorias del embajador estadounidense Everett Ellis Briggs en Panamá pueden servir guía de supervivencia política a los cubanos -especialmente a opositores, activistas de Derechos Humanos y personeros del tardocastrismo- para que saquen lecciones oportunas de las relaciones entre Estados Unidos y la dictadura de Manuel Antonio Noriega Moreno, derrocado en 1989 por una invasión norteamericana.

Los recuerdos de Briggs están recogidas en Honor to State (Outskirts Press), que es un repaso a la era de los presidentes Ronald Reagan y George Bush, a los ojos de un joven diplomático, durante una de las etapas más convulsas en Centroamérica, asolada por dictaduras, guerrillas, guerras civiles y narcotráfico, como relata el diario La Estrella de Panamá, en su reseña del libro.

Briggs nació el 6 de abril de 1934, en La Habana, donde su padre, Ellis Ormsbee Briggs, acompañado por su esposa Lucy Barnard, estaba destinado como diplomático estadounidense; el hijo siguió la estela paterna y ha sido embajador de Estados Unidos en Panamá (1982 - 1986), en Honduras (1986 - 1989) y en Portugal (1990 - 1993) y fue Asistente Especial del presidente George Bush para Asuntos de Seguridad Nacional.

El diplomático norteamericano firmó, junto a otros cuatro colegas, una carta dirigida al entonces presidente Donald Trump para que revertiera la política de Barack Obama hacia Cuba por "ilegal y mal concebida".

A su llegada a Panamá, Briggs entendió pronto que el principal obstáculo a su misión era la cúpula militar, a la que define como un grupo “mafioso” que operaba "una bien lubricada maquinaria cleptocrática" con control sobre los negocios de las drogas, burdeles, juegos, la aduana, los ingresos de los duty free shops del aeropuerto de Tocumen y de la Zona Libre de Colón.

El paralelismo con la casta verde oliva que gobierna Cuba y el monopolio económico que ostenta el conglomerado militar-empresarial cubano GAESA resulta inevitable, a escasos días de la jubilación oficial del General de Ejército Raúl Castro Ruz, durante la celebración del octavo congreso del partido comunista.

¿Qué evaluación tienen el Pentágono y la CIA del General de Brigada Luis Alberto Rodríguez López-Calleja?¿Tiene Washington comunicación con militares cubanos no sancionados por el anterior gobierno norteamericano?

Del entonces presidente de Panamá, Nicolás Ardito Barletta, el embajador destaca su capacidad para conquistar a los funcionarios estadounidenses y sostiene que quería gobernar honestamente, poner orden a la burocracia, reformar el sistema bancario y legal, y usar el gasto público para impulsar la economía en lugar de engrosar la cleptocracia.

¿Que valoración tienen el Departamento de Estado y agencias estadounidenses sobre el presidente Miguel Díaz-Canel y demás altos funcionarios civiles del tardocastrismo?

¿Ha evaluado la administración Biden posibles interlocutores civiles y militares en Cuba? ¿Tiene la Casa Blanca identificados a opositores y activistas cubanos con peso específico para negociar?

El asesinato del médico Hugo Spadafora Franco, que había luchado en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, provocó un autogolpe de estado de la cúpula militar contra Ardito Barletta, a quien el embajador intentó restituir en su puesto, presionando a su sucesor designado Eric Arturo Delvalle Cohen-Henríquez, que abortó los planes del diplomático porque quiso ser presidente hasta que el general Noriega lo destituyó, en febrero de 1988.

Para su sorpresa, el embajador se encontró con que todas las agencias norteamericanas pensaban en sus intereses particulares; de hecho, cuando asumió la embajada en Panamá, encontró 28 misiones distintas y algunas contradictorias entre sí, que complicaban su desempeño diplomático, en el que eligió apartarse de los militares norieguistas y cultivar sus relaciones con civiles de trayectoria democrática impecable como Jorge Illueca, Ricardo Arias Calderón, Fernando Cardoze, y la comunidad de negocios panameña.

El Pentágono temía perjudicar su relación con la cúpula militar panameña y las operaciones del Comando Sur, asentado entonces en el país centroamericano, la CIA y la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) preferían perdonar las faltas de Noriega y sacar ventaja.

El Departamento de Estado y el Consejo Nacional de Seguridad (NSC) temían que las Fuerzas de Defensa quedaran en manos de Roberto Díaz Herrera, a quien consideraban un psicópata y peor aún, izquierdista; presionar por unas elecciones libres era un riesgo porque podría resultar ganador Arnulfo Arias Madrid, quien representaba otras "amenazas a la “democracia, al orden civil y a la relación bilateral”.

Ante tan variadas visiones e intereses, la decisión fue "esperar y actuar de acuerdo a las circunstancias", socorrida fórmula diplomática de play by ear (tocar de oído) que, en la actualidad de Cuba, adquiere vigencia por la reducida dimensión de la embajada norteamericana, decidida por Donald Trump, en respuesta a los ataques sónicos de la era Obama.

¿Tendrá identificado Estados Unidos a personajes equivalentes a Ardito Barletta y Arias Calderón en la Cuba tardocastrista?; es probable, pero la cautela con que Joe Biden está asumiendo el conflicto con La Habana confirma que la isla no es una prioridad para la Casa Blanca, aunque podría indicar que en seno de la nueva administración demócrata hay disensos sobre la actitud a seguir frente al Palacio de la Revolución.

El embajador Briggs se apuntó un tanto a su favor, logrando que el asesor de seguridad de Reagan, John Poindexter, advirtiera a Noriega, en una reunión entre ambos, que pagaría un alto precio si seguía amenazando el orden y deteriorando la relación bilateral.

Pero la satisfacción del embajador norteamericano en Panamá duró poco porque el entonces director de la CIA, William Casey, invitó a Noriega a su cuartel general de Langley, donde se esforzó porque el dictador “se sintiera bienvenido, admirado y apreciado”, según relata en sus memorias.

“Fue una fiesta de amor que duró veinte minutos, seguida de un cordial almuerzo al que asistieron media docena de oficiales de la CIA”. Noriega se sintió encantado por tan cordial acogida y volvió a Panamá convencido de que contaba con la aprobación oficial de Estados Unidos, detalló.

El único consuelo para el embajador Briggs, en esos días. era que el reporte anual sobre derechos humanos en Panamá sería tan duro como fuera posible, confiesa en sus recuerdos; una circunstancia que se repite en el caso de Cuba, pese a que su gobierno ha conseguido sentarse, por tercera vez consecutiva, en el organismo de Naciones Unidas que vigila las garantías ciudadanas en el mundo.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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