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¡Trump sí; Biden no!, pero Obama tampoco

Que los niños crean en los Reyes Magos resulta gozoso, pero que la dictadura pretenda que Melchor regale lo devuelto -con muy malos modos- a Baltasar, revela psicofancia política.


Este artículo es de hace 1 año

¡Trump sí, Biden no!; pero Obama tampoco; es el nuevo tableteo de ametralladoras del tardocastrismo, tras confirmarse su exclusión de la Cumbre de las Américas, llenando de luto al Palacio de la Revolución; preso de errores de Inteligencia y estrategia políticas, con el agravante que el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el zar Luis Alberto Rodríguez López-Calleja carecen del liderazgo y capacidad de consenso necesarios para democratizar a Cuba.

El tándem Díaz-Canel/López-Calleja padece un grave déficit de legitimidad porque es liberticida, incoherente y delictivo; incumpliendo sus obligaciones de garantizar servicios médicos y farmacéuticos, alimentarios y de transporte a una población diezmada por la pobreza y desigualdad, pero aun asi pretendía vacilar en Los Ángeles, intentando homologarse como estado democrático y usar la cumbre como tribuna contra el embargo norteamericano, montando acostumbrados shows con exégetas y gusañeros, a salvo de los rigores de la resistencia creativa.

Hasta el último congreso del partido comunista, López-Calleja disfrutó de la opacidad de un virrey, pero su designación en el Buró Político y como diputado por Remedios, mas su nombramiento como asesor presidencial, con despacho en los aledaños de Díaz-Canel, extinguió su conveniente low profile, colocándolo en incómoda y quemante postura.

Un régimen que promueve la guerra civil entre cubanos, lanza una avalancha migratoria contra Estados Unidos, elige como socios a mataperros continentales, y pretende asistir a la Cumbre de las Américas, padece de esquizofrenia política o es bobo rente el culo; que los niños crean en los Reyes Magos resulta natural y gozoso, pero que una dictadura sexagenaria pretenda que Melchor regale lo devuelto -con muy malos modos- a Baltasar, evidencia psicofancia política.

El tardocastrismo sigue preso de la concatenación de errores raulistas, despreciando al pragmático Barack Obama, fantaseando con una victoria electoral de Hillary Clinton, rechazando sensatas peticiones de Donald Trump y rezando por un triunfo de Joe Biden que -nunca fue un entusiasta del deshielo, solo un vicepresidente disciplinado- y ha resultado letal para los intereses cortoplacistas de la dictadura más antigua de Occidente, que lleva rato jugando a matar el inning.

Un mundo post coronavirus, post comunista y con una mayoría de estados devueltos a la necesidad de incrementar el gasto público; tras los excesos del capitalismo especulativo, es marco propicio para Cuba, siempre que asuma su peso geopolítico real y la casta verde oliva y enguayaberada asuma la democratización como camino ineludible, necesario y deseable; porque ya no hay tiempo para completar las reformas amagadas por Raúl Castro, ni evitar cambios que cambien estructuralmente el odiado sistema.

Una dictadura en isla pequeña, carente de pluralidad política, recursos energéticos y aliados estratégicos, con una economía destrozada y dependencia crónica de las remesas de la emigración. y que sigue desaprovechando la vecindad con la democracia más sólida y el mercado más dinámico del mundo, tiene fecha de caducidad porque no hay pueblo, por noble que sea, que asuma vivir siempre en vilo, cual trasplantado de corazón; sabiendo que el partido único y el predominio de la empresa estatal son prehistoria.

La paradójica relación de amor-odio con Estados Unidos tampoco funciona porque la Casa Blanca hace rato que desconectó el plug Cuba, avisando a La Habana, que acogería con beneplácito cambios políticos y económicos estructurales y no simulacros; con una coherencia sorpresiva para extraños y decepcionante para emigrados radicales, deseosos de que el presidente flaquee para agitar intransigentes banderas; facilitando a la dictadura que amplifique su vehemencia, en su baldío intento por descalificar a la solidaria y esforzada emigración cubana; una de las más prestigiosa y vilipendiada del mundo.

Mientras la dictadura comunista opte por morir matando, Cuba seguirá siendo una cárcel hambreada, dividida entre buenos y malos y excepción democrática en América Latina y el Caribe que -desde 1974- hizo esfuerzos notables por normalizar sus relaciones con La Habana, sin dejar de usarla como contrapeso en la balanza geopolítica con Estados Unidos, y tras décadas de seguidismo a Washington, que parece listo para lanzar una nueva Alianza para el progreso, como antídoto migratorio.

El tardocastrismo solo tiene dos caminos: Democratizar a Cuba, salvando vidas y haciendas de los herederos de Raúl Castro o morir matando y -por ahora- el continuismo sigue apostando por una indeseable noche de San Bartolomé; amparándose en una proclamada lealtad a Fidel y Raúl Castro, que caducó con el aldabonazo popular del 11J, mostrando lo peor del castrismo, pero abriendo un escenario inédito que sigue huérfano de liderazgo.

La lealtad y gratitud del binomio Díaz-Canel/López-Calleja a Raúl Castro no deben ser obstáculos para emprender la democratización de Cuba porque el general de ejército ya es pasado; vivió como pudo o quiso; mientras que presidente y zar corren el riesgo de pasar de joven promesa a viaje gloria, sin consagrarse, porque la política es despiadada, de frágil memoria y no ofrece segundas oportunidades.

Raúl Castro tuvo en sus manos la posibilidad de pasar a la historia, pero le temblaron las piernas ante la pujanza de Barack Obama entre los cubanos, especialmente en las capas de población más empobrecidas por el comunismo de compadres; y eligió muerte en vez de patria; aunque corresponderá a historiadores y psicólogos determinar el peso, que tuvo en sus decisiones, la dilatada vigilia del comandante en jefe que, renuente al retiro total, pitaba regao desde Punto Cero, de cuando en vez, para sobresalto del raulato.

Si el pretendido continuismo sigue rehén del pasado, un indeseable estallido será cuestión de tiempo porque Cuba está agotada, su gobierno sigue instalado en la ficción y carente de soluciones reales a graves problemas; como le pasó al camarada Nicolae Ceausescu aquella Navidad trágica en Bucarest, cuando creyendo que el río de pueblo aplaudía, tuvo que huir en helicóptero hasta el pelotón de fusilamiento.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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