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Cuba sigue jugando a la ruleta rusa

Resumen de acontecimientos más importantes del año.

Mandatarios de Rusia y Cuba, en su reciente encuentro en Moscú Foto © Presidencia de Cuba

Este artículo es de hace 1 año

La invasión rusa a Ucrania equivale a la Crisis de Octubre europea porque fue la respuesta del Kremlin a la expansión de la OTAN hasta sus fronteras, como hizo Estados Unidos ante la instalación de cohetes soviéticos de alcance medio en Cuba.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, acaba de visitar Washington, como parte de su conversión en héroe de Occidente frente al bárbaro Vladimir Putin, previamente cebado con millones por Europa y Washington hasta que, como San Pablo, se cayeron del caballo, camino de Moscú.

Pero el zarpazo Putin colocó a La Habana en el dilema de ponerse del lado del agresor, eligiendo entre dos gobiernos amigos y -encima- revivir la incomodidad de Fidel Castro ante la entrada del Pacto de Varsovia en Praga, en el turbulento 1968.

La crisis actual volvió a coger a Cuba con una depauperación económica notable, fruto de la persistencia comunista en el erróneo empobrecimiento para impedir libertades políticas y económicas a los cubanos; los efectos del embargo norteamericano, agravado por el cerco Trump; y el desplome venezolano, que fue mermando el despilfarro Chávez hasta el punto que Rusia pasó a ser el principal vendedor de petróleo a la isla, en 2018.

El gobierno cubano nunca ha explicado públicamente las razones de su alineamiento con Rusia, que afecta sus relaciones con Estados Unidos y Europa, cuando Cuba más los necesita; y parece convencido de la utilidad de su postura, pues acaba de visitar Moscú, donde la raspadera fue magra, como ocurrió en Argelia, Turquía y China, hartos de aplazamientos de deuda y nuevas peticiones.

La circunstancia geopolítica de ser vecinos de Estados Unidos, la democracia más antigua de Occidente y el mercado más dinámico del mundo, no parecen razones suficientes para la casta verde oliva y enguayaberada, que sigue apostando por alianzas remotas y vanas, como quedó demostrado en la reciente gira presidencial: irrentable política y económicamente y vacía de contenido real.

Ningún país del mundo, por potencia que sea o parezca, va a poner en riesgo sus relaciones con Washington por Cuba, insignificante geopolíticamente, desde el fin de la Guerra Fría.

El tardocastrismo tiene más miedo que inteligencia y vivaquea en clave de bloques, cuando hasta Venezuela está cuadrando la caja con el imperio, aprovechando la crisis desatada por Putin.

En política ¡nunca jamás! es hasta dentro de cinco minutos, y el pragmatismo es la nota predominante desde los viajes de Marco Polo, pero lo que ningún observador sensato entiende es cómo el gobierno de Cuba apoya a Rusia, alegando el peligro que representa para su seguridad el ensanche de la OTAN y -al mismo tiempo- coquetea con la simulación de volver a meterle un erizo en los calzoncillos a Estados Unidos.

Cuba se afianzó en el mapamundi con las imágenes de la flotilla estadounidense cercándola y los soviéticos en retirada unilateral, que enfadó a Fidel Castro aquel otoño de 1962; cuando aún no podía imaginar que el Kremlin volvería a ponerlo en aprietos, lanzando una invasión multilateral contra la díscola Checoslovaquia.

Durante la Crisis de Octubre, Fidel Castro contó con la ventaja de su gran apoyo popular y aquella rabia musicalizada de "Nikita, Nikita, lo que se da, no se quita"; aunque la masa fervorosa ignoraba que Estados Unidos se había comprometido a no invadir nunca Cuba, como ha ocurrido, pese a la algarabía de David contra Goliat, piedra angular de la política exterior cubana en los últimos 60 años.

Seis años más tarde, Castro volvió a tener que tomarse un purgante made in URSS, al tener que comparecer públicamente para confesar que apoyaba la entrada de contingentes del Pacto de Varsovia para aplastar la reforma anticomunista.

Si alguien tiene el cuidado de revisar las imágenes de la comparecencia, notará el incómodo lenguaje no verbal del comandante en jefe, tratando de explicar lo inexplicable en medio de un clima crítico hacia el deterioro de las libertades y la economía en Cuba, que reforzaba su dependencia de Moscú.

Putin no siempre ha sido amistoso con el castrismo y su epílogo, como demostró en 2001, vísperas de una cumbre con George Bush en Shanghái, anunciando -otra vez unilateralmente- que cerraba la base de espionaje de Lourdes -la más grande fuera de Rusia y el último vestigio soviético de Guerra Fría en Cuba-, donde ya había retirado la brigada de infantería motorizada, en 1992.

Aquella vez no hubo comparecencia, como en 1962 y 1968, pero Fidel Castro publicó en Granma una proclama que aun duele a Vladimir:

" (...) En horas de la noche de ayer mismo, con la representación rusa, que había solicitado entrevista urgente, abordamos de nuevo la cuestión con abundantes argumentos. Dicho representante era portador de otro mensaje del Presidente ruso proponiendo algo todavía peor: la conveniencia de declarar públicamente, y de inmediato, que el acuerdo del Centro Radioelectrónico de Lourdes estaba cancelado. Le respondimos que estábamos en absoluto desacuerdo y le propusimos que estudiaran otras variantes; que ellos tenían fama de buenos ajedrecistas y no ignoraban que podían buscarse cien variantes y no solo la que estaban proponiendo.

"La urgencia rusa, según expresaron, era por el deseo de que el presidente Putin se presentara a la reunión con el presidente Bush en el Foro de Cooperación Asia-Pacífico, en Shanghái, llevando consigo estas dos noticias.

"Cualquiera comprende cuán agradables son las mismas para su interlocutor: la de Cam Ranh, aunque intrascendente en los hechos, muy simbólica; la de Cuba, un especial obsequio.

"Por tanto, el acuerdo sobre el Centro Radioelectrónico de Lourdes no está cancelado, ya que Cuba no ha dado su aprobación, y resultará necesario que Rusia continúe negociando con el Gobierno cubano, tomando en cuenta que hay importantes cuestiones por resolver con relación al tema...".

Jugar a la ruleta rusa es muy excitante, pero el jugador debe asumir que, dentro del revólver, hay una bala que puede volarle la tapa de los sesos; aun cuando sean huecos, como parece ser el caso de la torpe diplomacia tardocastrista.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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