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En pleno corazón del barrio habanero de Miramar, donde la Quinta Avenida se adentra entre jardines de mansiones que otrora fueron propiedad de millonarios en Cuba, se alza una estructura que parece salida de una película de ciencia ficción: la antigua embajada de la Unión Soviética.
Desde 1991, este edificio es la sede diplomática de la Federación Rusa. Su silueta vertical, afilada y monumental la comparan con una torre de vigilancia, una nave espacial, e incluso, con una espada de hormigón clavada en el paisaje habanero.
El impresionante edificio "daga", fue diseñado por el arquitecto soviético Alexander Grigoryevich Rochegov junto a su esposa María Alexandrovna Engelke.
Esta construcción brutalista comenzó a levantarse en diciembre de 1978, en pleno apogeo de la alianza entre la desaparecida URSS y el gobierno cubano. Tiene más de cuatro hectáreas y se inauguró en noviembre de 1987.
Su arquitectura sobresale en el paisaje urbano con un claro mensaje de poder que puede percibirse a grandes distancias. La torre principal rompe con cualquier estética tropical, por sus líneas severas, bloques salientes, vigas y pasadizos cubiertos.
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Una publicación de la Embajada de Rusia sobre la edificación, explica que la fachada está recubierta de piedra caliza cubana, y asegura que el arquitecto introdujo en el proyecto detalles específicos para responder al clima cálido del país, a pesar de que parece un búnker.
Entre esos ajustes en el diseño, mencionan las numerosas ventanas con cristales para aprovechar la luz, destacan las áreas de sombras proyectadas por salientes y las estructuras que canalizan la circulación del aire.
Los edificios cuentan pasajes de nuestra historia como país, y como civilización. El campo socialista ya no existe, pero las relaciones entre Cuba y Rusia se han fortalecido en los últimos años, y lo han hecho desde una creciente asimetría.
La Habana, en una profunda crisis económica, depende cada vez más del respaldo de Moscú. En ese contexto, la antigua embajada soviética se convierte también en símbolo de una realidad incómoda: la hoja de la espada sigue clavada en tierra cubana, aunque el rostro de quien sostiene la empuñadura lleve otro nombre.
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