La publicación de un listado con 1,028 ciudadanos cubanos reclutados por el ejército ruso para participar en la invasión a Ucrania ha vuelto a poner sobre la mesa uno de los escándalos internacionales más graves que involucran al régimen de La Habana.
La fuente, el proyecto ucraniano “Quiero vivir”, ha revelado nombres, edades, documentación y fechas de incorporación que confirman un patrón masivo y sostenido de reclutamiento, en el que se mezclan engaño, pobreza, complicidad estatal y desesperación.
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Este artículo inaugura un dossier de investigación de CiberCuba sobre el fenómeno de los mercenarios cubanos en Ucrania, basado en la revisión de 96 notas sobre el tema publicadas en los últimos dos años y en el análisis detallado de la tabla filtrada por activistas ucranianos. Aquí comienzan las respuestas.
Una lista que lo cambia todo
La publicación de la lista de los mercenarios cubanos reclutados por el ejército ruso marca un antes y un después en la narrativa oficial del régimen cubano.
Durante meses, los testimonios de desertores, los reportes desde Ucrania y las denuncias en redes sociales fueron desestimados o calificados de manipulaciones mediáticas. Pero esta lista —con nombres, apellidos, fechas de nacimiento y números de pasaporte— confirma punto por punto lo que muchos ya sabían, pero no podían probar con documentos en la mano.
Ahora, las identidades de los mercenarios coinciden con los nombres que han sido noticia: muertos en el frente, capturados por el ejército ucraniano, o varados en campamentos rusos tras ser engañados. Lo que antes eran trazos dispersos de un escándalo, se convierte ahora en un mapa completo, verificable, inapelable.
Pero la lista no solo confirma lo que se sospechaba. Obliga a responder. Porque si un ciudadano cubano —identificado por su pasaporte nacional— ha firmado un contrato militar con una potencia extranjera en guerra, el Estado cubano está obligado legal y políticamente a actuar.
En Cuba, el "mercenarismo" no es solo ilegal: está tipificado como delito grave. Sin embargo, hasta ahora no hay una sola investigación pública sobre los cientos de jóvenes que aparecen en ese registro, y la que se anunció en su día ha quedado sepultada en el silencio oficial.
¿Por qué? Porque responder implicaría reconocer que se les permitió salir del país con documentos en regla. Que sus viajes no fueron clandestinos. Que alguien miró hacia otro lado. En un país donde hay que declarar los motivos de viaje para solicitar un pasaporte, la avalancha de cubanos que acudieron a solicitar sus documentos para viajar a Rusia debía haber hecho sonar las alarmas.
Y ahí está el tercer giro que impone esta lista: la evidencia de una complicidad estructural. ¿Cómo es posible que tantos jóvenes, algunos de apenas 18 o 19 años, hayan sido reclutados por mafias militares, hayan obtenido sus pasaportes en tiempo récord y hayan volado a Moscú desde aeropuertos cubanos sin que el Estado lo supiera? La respuesta más plausible es la más incómoda: lo sabían. Lo permitieron. Y quizás lo facilitaron.
Mientras tanto, las familias guardan silencio, atrapadas entre el miedo y la vergüenza. No hay libertad de prensa para que hablen. No hay defensores públicos que las amparen. Pero ahora, con la lista expuesta, pueden saber. Pueden identificar a sus hijos, hermanos o nietos. Pueden empezar a exigir respuestas.
Esa es la verdadera potencia de este documento. No solo revela un escándalo. Rompe el silencio. Señala responsabilidades. Y obliga al poder totalitario, causante de la miseria estructural que funcionado como motor de esta trama criminal, a mirar a los ojos a su propia gente.
Una red de reclutamiento silenciosa
Desde principios de 2023, la Federación Rusa ha estado reclutando activamente ciudadanos cubanos para enviarlos a combatir a Ucrania.
La operación se apoya en una oferta tentadora para quienes viven atrapados en la precariedad: contratos de hasta 2,500 dólares mensuales, promesas de vivienda y ciudadanía rusa.
Pero todo ese entramado tiene trampas: los documentos están redactados en ruso, los firmantes no comprenden lo que firman, y el traslado a zonas militares ocurre sin advertencias. Según testimonios publicados, para muchos, la guerra empezó al llegar a una base donde se les asignó un chaleco antibalas, un fusil y una orden de combate.
La revelación pública de esta red apenas generó ruido dentro de Cuba. En septiembre de 2023, el ministerio del Interior (MININT) detuvo a 17 personas, acusadas de participar en el reclutamiento. No se revelaron sus nombres ni cargos. No hubo procesos judiciales transparentes ni cobertura oficial.
Para analistas cubanos e internacionales, el silencio del gobierno fue parte del mecanismo: el régimen no solo conocía la red, sino que la toleró —y posiblemente, la patrocinó.
Hay indicios que apoyan esa tesis dispersos en declaraciones, contradicciones y ausencias. Por un lado, el embajador cubano en Moscú, Julio Antonio Garmendía Peña, afirmó en una entrevista que su gobierno “no se oponía” a que ciudadanos cubanos se integren al ejército ruso.
Aquella frase encendió las alarmas, pero no provocó rectificación inmediata. Fue días después que el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, emitió una declaración institucional en la que negaba cualquier tolerancia al mercenarismo, desmarcando al gobierno de toda responsabilidad.
Sin embargo, los hechos contradecían al canciller. Varios subtenientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) habían sido identificados como jefes de pelotones conformados por cubanos en centros de entrenamiento de Riazán, en Rusia. Algunos aparecieron en videos enviados por los propios reclutas, reconociendo su rol de mando y asegurando que todos salieron legalmente del país, “con contrato y pasaporte”.
Del lado ruso, las señales no eran menos elocuentes. El embajador de Rusia en La Habana, Victor Koronelli, admitió en público que su gobierno había sostenido conversaciones con las autoridades cubanas sobre la presencia de cubanos en el ejército ruso.
Un coronel ruso, identificado como Román Andreyevich Borsuk, supuesto jefe del Regimiento 137 de Paracaidistas en la Unidad Militar 41450 del ejército ruso en la ciudad de Riazan, fue mencionado como jefe directo de combatientes cubanos en zonas de operación militar.
Por su parte, Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores del Kremlin, agradeció al régimen cubano su "plena comprensión" sobre el conflicto en Ucrania, además de insistir en ampliar la cooperación económica y logística con la Isla, incluso solicitando facilidades para operadores rusos en territorio cubano.
Todo apunta a que esta red de reclutamiento no fue espontánea ni informal. Su continuidad, su cobertura diplomática y su amparo silencioso la convierten en una estructura que ha funcionado con eficiencia burocrática, pero sin rostro público. Una maquinaria discreta y eficaz para exportar carne de cañón desde la isla hacia una guerra ajena.
Anatomía de una lista: Edades, patrones y fechas
La tabla revelada por el proyecto “Quiero vivir” no solo expone los nombres de los cubanos reclutados, sino que permite trazar un perfil demográfico y operativo del fenómeno.
Lo primero que salta a la vista es la edad: la media al momento del reclutamiento fue de 36 años, pero el rango es amplio y revelador. Hay jóvenes de apenas 18 años —como Joender Raúl Mena Álvarez-Builla y Alfredo Cámaras Benavides, ambos nacidos en 2005—, y también adultos mayores de 60 años.

En total, se registran ocho casos por encima de los 60 años, y 129 casos entre los 50 y 60 años, una cifra alarmante si se considera que hablamos de una guerra de alta intensidad.
El pico más alto se encuentra en los 32 años, seguido de cerca por los rangos de 30 a 38 años. Hay una concentración clara entre los 24 y 47 años, lo que representa el núcleo principal del contingente.
A partir de los 47 años, la curva cae, aunque sigue habiendo una presencia significativa de hombres de 50 a 60 años. El reclutamiento de jóvenes menores de 22 años es minoritario, pero no inexistente.
Los más jóvenes, curiosamente, fueron los primeros en levantar la voz. Dos adolescentes, recién llegados a Rusia, grabaron el video que destapó el escándalo, con sus rostros aún marcados por el miedo y el desconcierto. Su testimonio no fue solo una denuncia: fue una grieta en el muro de silencio.
En cuanto a las fechas, el patrón es igualmente inquietante. Julio y agosto de 2023, así como enero y febrero de 2024, destacan como meses con picos altos de contratación, lo que sugiere que el proceso de reclutamiento operó en oleadas organizadas y no como fenómeno aislado.
La mayoría de los reclutas proviene de entornos civiles y laborales precarios. Fueron atraídos con promesas de trabajo como obreros de la construcción, mecánicos, vigilantes de seguridad.
Pero al llegar a Rostov, Tula o Riazán, se enfrentaron a otra realidad: recibían chalecos antibalas y armas, eran alojados en bases militares, y los que se atrevían a negarse eran golpeados o enviados directamente a unidades de asalto. Así lo narró, entre lágrimas, el capturado Frank Darío Jarrosay Manfuga, uno de los primeros en testificar desde territorio ucraniano.
Vivos, capturados y muertos: Los rostros del reclutamiento
La lista tiene nombres, pero detrás de esos nombres hay historias —y destinos distintos. Algunos están vivos, otros han sido capturados, y muchos han muerto en silencio, lejos de casa.
Entre los capturados está Jarrosay Manfuga, quien se convirtió en uno de los testimonios más sólidos sobre cómo opera la red. En su relato ante cámaras ucranianas, explicó que firmó sin saber a qué se enfrentaba, creyendo que iría a trabajar en una construcción.
El joven, original de Guantánamo, pidió ayuda para no ser devuelto ni a Cuba ni a Rusia y relató que en su unidad se encontraban al menos 35 mercenarios cubanos más.
Pero no todos vivieron para contarlo. Algunos murieron en combate y fueron identificados por documentos hallados entre los escombros, como Leonel Duquesne Fundichely, tal y como reportó Martí Noticias en julio de 2024, y Denis Frank Pacheco Rubio.
Otros, como Raibel Palacio Herrera, simplemente desaparecieron. Su cadáver fue enterrado en una fosa común tras un bombardeo, según reportaron medios europeos y activistas ucranianos.
Francisco García Ariz, en cambio, fue uno de los pocos que logró escapar y dio testimonio desde Grecia, desde donde intentaba conseguir asilo tras desertar del ejército ruso. Su nombre no aparece en el listado revelado por la inteligencia ucraniana, que cifra en unos 20,000 el número de mercenarios cubanos reclutados por Rusia.
Estas historias ponen rostro a la lista. No son solo nombres impresos en una tabla: son vidas atrapadas entre la promesa de un futuro y la crudeza de una guerra que nunca fue suya.
El costo humano y político
Más allá de las muertes, el fenómeno ha expuesto un sistema que excluye, empuja y sacrifica a los jóvenes cubanos. En varios testimonios, los padres de los reclutados declaran que funcionarios del MININT sabían lo que sus hijos planeaban y no lo impidieron.
Ucrania, por su parte, ha denunciado ante organismos internacionales que el régimen cubano finge desconocer la situación, mientras colabora indirectamente al no sancionar el tráfico humano ni exigir el retorno de sus ciudadanos.
El uso sistemático de “carne de cañón” en las llamadas tormentas de carne —ataques suicidas en masa— ha llevado a decenas de cubanos a perder extremidades o la vida en campos que no conocen, por una guerra que no es suya.
El llamado de "Quiero vivir"
El proyecto ucraniano que reveló la lista mantiene activa una campaña para que soldados extranjeros puedan rendirse voluntariamente.
En sus redes, difunden mensajes como este: “No importa qué ‘montañas doradas’ te prometan los reclutadores. Todo suele acabar con la muerte. Sálvate. Ríndete”.
Teléfonos, canales de Telegram y contactos están activos para ayudar a cualquier cubano que quiera desertar del ejército ruso y salvar su vida.
- Salva tu vida y ríndete al cautiverio: t. Yo/espacioporabot
- Llamadas al +38 044 350 89 17 y 688 (desde números ucranianos)
- Escribe a Telegram o WhatsApp
- +38 095 688 68 88
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