El régimen cubano volvió a vestirse de verde olivo —y de vergüenza— para celebrar otro “glorioso” Día de la Defensa Territorial, esa jornada en la que el gobierno saca a la calle su maquinaria propagandística para simular que el país está listo para resistir una invasión extranjera... aunque sea con palos, zancos y un entusiasmo tan falso como los uniformes reciclados que lucen los participantes.
Las imágenes divulgadas por la prensa oficialista —y por internautas con más sentido del humor que miedo a la Seguridad del Estado— muestran una serie de escenas tan surrealistas que parecen sacadas de un sketch de comedia: ejercicios de tiro con carabinas oxidadas, ancianas haciendo calentamiento con lemas de “cultura y deporte”, milicianos en zancos que más que intimidar, provocan ternura, y brigadas de civiles portando palos, listos para reprimir al "enemigo interno".
En pleno siglo XXI, mientras en otras partes del mundo las potencias se baten en escenarios de guerra híbrida, drones autónomos y ciberataques, el castrismo saca músculo con cañas, embarcaciones oxidadas con banderas del 26 de julio que simulan el desembarco del Granma, y clases magistrales de cómo agitar un palo.
Todo bajo el solemne argumento de que el “imperio” acecha, aunque la mayor amenaza que perciben los cubanos hoy en día sea el precio de los alimentos y el colapso del sistema eléctrico nacional provocado por la corrupción e ineptitud de un gobierno que llama a “resistir creativamente” los apagones.

En el contexto de una actualidad internacional explosiva —con guerras en Gaza, Siria, Ucrania, y recientes bombardeos de EE.UU. a instalaciones nucleares en Irán—, el régimen intenta desempolvar su gastado discurso de la agresión imperialista.
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Como cada año, aprovecha para activar su doctrina de la “Guerra de Todo el Pueblo”, una estrategia que no ha evolucionado desde que la televisión era en blanco y negro. Y aunque en los años 80 fue una táctica que movilizó millones de cubanos, hoy apenas convence a los que deben abandonar su jornada laboral para fingir que marchan en defensa de algo que ya no creen.
Las redes sociales, claro, no perdonaron. La sátira fue inmediata. En Twitter, un usuario bromeó: “Cuidado, que Cuba tiene un batallón de paleros listos para liberar Puerto Rico”. En Facebook, las imágenes se compartieron con frases como “G.I. Joe versión CDR” o “Los Vengadores del MINFAR”. El contraste entre el discurso oficial —de heroísmo y preparación— y las imágenes reales —de precariedad, improvisación y apatía— no podría ser más cruel... ni más cómico.
La televisión estatal, como siempre, hizo su parte: reportajes llenos de épica, con planos cerrados para que no se notaran los zapatos rotos de los milicianos ni el desinterés de los niños obligados a recitar versos de Martí entre guardias uniformados.
En algunos municipios, la cobertura fue tan pobre que el “simulacro de combate” consistía en cruzar un arroyo cargando una vieja arma de caza mientras una bandera rojinegra se ondeaba al viento como en una mala película soviética.
El sarcasmo de la ciudadanía no es solo burla: es una válvula de escape ante un modelo agotado, que sigue vendiendo la idea de una Cuba sitiada, cuando el verdadero enemigo es interno. Porque mientras los dirigentes juegan a la guerra con manuales de los años 70, el cubano de a pie tiene que luchar cada día por sobrevivir al colapso del transporte, los apagones, la inflación y el desabastecimiento.
Ni los discursos de Raúl ni las frases de Fidel pintadas en las paredes pueden maquillar una verdad: el pueblo ya no está dispuesto a derramar “ríos de sudor y sangre” por una guerra que solo existe en la cabeza de quienes nunca van al frente, pero siempre gritan “Patria o Muerte, Venceremos”, antes de regresar a sus mesas con buenos manjares, y salones climatizados donde el ridículo se trasviste en “éxitos” del “pueblo uniformado”.
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