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Michelle, Havana Air y el fin de los dioses charters

“Ya no puede uno vapulear a un pasajero sin que se arme una ciber-algarabía de proporciones épicas”. 


Este artículo es de hace 6 años

“¡Vaya si los tiempos han cambiado!”, pensará con amargura el hombre fuerte detrás de Havana Air.

“Ya no puede uno vapulear a un pasajero sin que se arme una ciber-algarabía de proporciones épicas”.

Nuevos tiempos, nuevas reglas: quién les iba a decir a los charters de Miami que alguna vez un simple celular activado en su camarita de grabar les haría morder el polvo, bajar la cabeza, asumir una atípica postura de humildad que les queda impostora, plástica, inverosímil.

Que nadie lo olvide: los vuelos charters han representado por décadas el abuso soterrado contra una masa exiliada o emigrada –según elija el término cada quien- que debió pagar lo que ellos quisieron, seguir las reglas que ellos quisieron, tragar y callar.

Eran los dueños del avión. El único. Como cuando niños: “Soy el dueño del bate y la pelota, juegan los que digo yo”. Soy el puto dueño del avión, y si quiero, si no me gustas, te bajo. Eran dioses charters, una especie novedosa en cualquier Olimpo.

Pero de repente todo cambió. Y American y JetBlue pusieron malo el pica´o, y una avalancha de aviones con aeromozas rubias ofreció precios de espanto para quienes cobraban $500 y se quedaban tan anchos: hasta $140 ida y vuelta. “¡Cuánta maldad!”, pensaron los antiguos dueños del avión, el bate y la pelota.

Y para colmo ahora la tecnología cambia las reglas otra vez.

“Antes podíamos maltratar, abusar, retrasar. Antes podíamos ensañarnos con esa masa cubana de paquetes envueltos en azul. La gente armaba su algarabía, pero bajito, todos cobrábamos y nada más”.

Ahora un teléfono da una lección a Havana Air, mucho más que a Michelle Capasso, esa insufrible empleada de uniforme mal puesto y ceño peor fruncido: con Internet no se juega.

¿Por qué? Pues porque primero ellos jugaron a la víctima.

“Es cosa de Cubamax, la competencia”, dijeron. Y mostraron un apoyo feroz a una empleada con métodos más cercanos a la recepción de un sector de la PNR de Lawton, que a una empresa capitalista de Estados Unidos.

Pero la avalancha los humilló a ellos esta vez. No pudieron seguir como si nada. Cientos de miles de views, de shares, de comentarios de desahogo e indignación les hicieron doblar la cerviz.

“Nos equivocamos”, dijeron, palabras más palabras menos. No mencionaron explícitamente a Michelle Capasso. Ni falta hacía. Ella misma se volvió famosa, todo un símbolo sin querer.

Michelle no debe estarla pasando bien por estos días. Son de esos incidentes que provocan alejarse de las redes sociales hasta que la vergüenza y el bochorno hayan bajado en el termómetro personal.

Pero nosotros, las víctimas de las Michelle en Cuba, cuando no teníamos celulares, cuando con o sin razón debíamos callar, cuando una funcionaria con las mismas formas y exigencias que Michelle (“¡Pídame disculpas, que le estoy permitiendo volar!”), nosotros los que alguna vez sentimos odio contra nuestra indefensión, de alguna forma creemos que hoy este incidente puede servir para algo.

Puede tener el sabor trascendente de los sucesos en apariencia irrelevantes, pero que son síntomas del cambio de los tiempos: hoy, Havana Air es un poco menos prepotente, sus clientes tienen algo más de paz.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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