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Adiós a un maestro de la timba: "Que el pueblo baile hasta que se caiga en pedazos"

El escritor César Pérez reflexionó sobre la relación que guarda la Timba, género al cual El Tosco contribuyó sobremanera, con el contexto sociológico de la llamada “revolución cubana”. 

José Luis Cortés (El Tosco) © Facebook / Miguel Díaz-Canel
José Luis Cortés (El Tosco) Foto © Facebook / Miguel Díaz-Canel

Este artículo es de hace 1 año

A raíz de la noticia de la muerte del José Luis Cortés (El Tosco), el escritor y académico cubano César Pérez reflexionó sobre la relación que guarda la Timba, género al cual el músico contribuyó sobremanera, con el contexto sociológico de la llamada “revolución cubana”.

“Me entero que se murió El Tosco, y es lógico que la gente recuerde sus dos caras más públicas, la del músico brillante y la del abusador de mujeres. Habrá quien se ponga lírico recordando la timba, deliciosa ironía, y a quien le cueste disfrutar los arreglos salvajes del maestro porque la historia de sus abusos sin arrepentimiento y sin castigo les enturbian los mambos y les cuadriculan los tumbaos”, dijo el escritor este martes en sus redes sociales.

Ambas reacciones le resultan comprensibles, pero -incidió-, la noticia del fallecimiento del flautista provocó en él una meditación sobre el surgimiento y auge de la timba durante los años críticos del período especial, cuando la precariedad material amenazó con extenderse al supuesto apoyo popular al régimen cubano.

“La timba, subversiva como era si se la lee desde la academia, fue ‘un arma de la Revolu’ en tiempos en que la gente se quedaba literalmente ciega de hambre y yo en mis caminatas famélicas por el malecón veía a cada rato a Paulito FG o a Isaac almorzando en el Capri, separados de Cuba por una pared de cristal”, recordó Pérez, estudiante de periodismo en la Universidad de La Habana por aquellos años.

Paradójicamente, señaló, la timba “se burlaba del hombre nuevo, celebraba el jineterismo y la lucha del baro americano, el fasteo, el trapicheo, el invento, el aguaje, la especulación, el chuleo, el tembleque, el despelote y el descontrol”.

Pero, al mismo tiempo, “era el brazo musical y empacotillado de la Seguridad del Estado, el opio de los pueblos y bateyes patrios, más efectivo que las tonfas y los perros policías para el control de masas, y más persuasivo que los adefésicos discursos del esperpento en jefe, que estaba cada día más gagá y nadie se atrevía a decírselo”.

La docilidad de los timberos con el régimen totalitario fue patente a lo largo de la historia de éxito del género musical. “Tocaron donde les dijeron que tocaran, viajaban y volvían, porque apreciaban su privilegio más que la complicada libertad de acá afuera”, analizó el académico, residente en Estados Unidos.

“Lo mismo votaban por todos, que nos conminaban asincopadamente a la escuela al campo; y sobre todo nos repetían de todas las maneras posibles que la vida hay que vivirla, que cada uno se la busque como pueda y que el sistema todavía tenía resquicios donde los vivos podían medrar sabroso, lucha tu guanikiki que lo demás viene solo, y singa que la vida es pinga”, describió.

Según el escritor, la timba pregonaba una filosofía donde lo bueno y lo bello era “no meterse en política”. Sus letras y arreglos musicales arrastraban multitudes a un estado de enajenación de la miserable realidad que les rodeaba. “Hagan lo que quieran, pero el relajo con orden, chamacones, y si se tiran pa’ la calle, que sea a dar cintura”, anunciaba el espíritu de la época que canalizó la timba.

“Y luchamos el baro y la jama, y singamos, y se nos puso la cabeza mala, y desmayamos al que se pasó de rosca, y la vida siguió siendo pinga en el país de la siguaraya. Y así el régimen pasó un mal trago y aseguró su supervivencia mientras otros países comunistas menos guaracheros tuvieron sus revoluciones y sus cambios y sus ejecuciones de Ceaucescu”, constató.

Un artículo del New York Times de finales de los 90, recogía las declaraciones del músico David Calzado, director de La Charanga Habanera. "Yo amo este país. Si no fuera porque tengo que tocar afuera para hacer dinero, no saldría nunca. Pero, tú sabes, me he acostumbrado a las cosas caras", decía el músico mientras paseaba con la periodista por el malecón en un descapotable.

“No parece notar la rareza de que su lugar favorito es el único lugar donde no se puede hacer dinero”, observó Pérez en su revisita a los años de la timba sin pan. “El Tosco, que es old fashion, dice que ‘el precio del espíritu no se subasta’, aunque cobra bien caro el cover. Y el pueblo... bueno, el pueblo ese del que hablan en todas las canciones... que baile hasta que se caiga en pedazos”, concluyó.

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