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Cardet y Ariel, como símbolos del naufragio

No han hecho daño a Cuba. El primero se opone a su gobierno, que es tan normal como respirar y el segundo está siendo represaliado por esa perversa manía castrista de aniquilar al diferente.

Eduardo Cardet y Ariel Ruiz, presos políticos cubanos. © Martí Noticias / Cubanet
Eduardo Cardet y Ariel Ruiz, presos políticos cubanos. Foto © Martí Noticias / Cubanet

Este artículo es de hace 5 años

Cuando un gobierno encarcela a dos científicos porque no les baila el agua totalitaria, la nación se resquebraja, especialmente en Cuba, donde el castrismo pretendió una interesada superposición de patria, familia y revolución.

El doctor Eduardo Cardet Concepción (1968) y el biólogo Ariel Ruiz Urquiola (1974) han sido condenados por tribunales cubanos, el primero a tres años de prisión por su labor opositora en el Movimiento Cristiano Liberación (MCL) y el segundo a un año de prisión por “desacato”, que consistió en usar la frase “guardia rural” en alusión a unos guardabosques, que irrumpieron en su finca (occidente cubano) y a los que exigió se identificaran.

En 1968, cuando nació el médico Cardet, el castrismo llevaba 9 años en el poder y en 1974, cuando nació el biólogo Ruiz, hacía 15 años que los barbudos habían entrado victoriosos en La Habana. Ambos son lo que la terminología oficial llama “hijos de la revolución” sin vinculación alguna con el pasado batistiano ni con el imperialismo yanqui.

Por tanto, algo mal debe haber hecho la revolución para que dos de sus “hijos”, universitarios, decentes, con méritos profesionales y sociales, hayan tenido que ser encarcelados por causas fabricadas ad hoc para intentar justificar lo inexplicable y que concita simpatías con las víctimas y repulsa hacia los carceleros.

Más allá de las condenas de organismos internacionales como Amnistía Internacional, de los tecnicismos legales usados y del rechazo que provoca en familiares, amigos y vecinos, ambos casos confirman que el castrismo es un modelo fallido, salvo en la conservación del poder con una represión eficaz y selectiva, a la que dedica cuantiosos recursos humanos y materiales por su miedo a la libertad y la prosperidad.

El castrismo es un modelo fallido, salvo en la conservación del poder con una represión eficaz y selectiva, a la que dedica cuantiosos recursos humanos y materiales por su miedo a la libertad y la prosperidad.

Los abundantes exégetas del tardocastrismo, prestos siempre a lavar la cara a La Habana, podrán intentar abrumarnos con datos que suministra el gobierno cubano, pero el problema es que en sociedades democráticas y pluripartidistas Eduardo y Ariel seguirían trabajando en sus ocupaciones habituales y la cárcel ni la olerían.

El Movimiento Cristiano Liberación tuvo la habilidad, bajo la batuta de Oswaldo Payá Sardiñas, de usar la legislación cubana para intentar promover cambios graduales y pacíficos a la democracia, pero no solo recibió un aldabonazo con una reforma express de la Constitución, violando el viejo principio de que el hecho no crea el Derecho, y violando las propias leyes cubanas; sino que sus promotores fueron perseguidos y acosados.

Ariel Ruiz Urquiola ni siquiera ha militado en grupo opositor alguno. Incluso soportó la embestida injusta de ser apartado de una investigación marina de vanguardia con la que obtuvo el reconocimiento de la comunidad científica mundial y una beca en Alemania, por intentar preservar una especie marina que Cuba pescaba indiscriminadamente. Se recluyó en las montañas pinareñas para subsistir e intentar salvar parte del singular patrimonio ecológico cubano en la zona de Viñales, chocando con los criadores de cerdos en extensivo, uno de los negocios más florecientes en la Cuba actual, siempre que el negociante cuadre la caja con la dictadura.

El medio ambiente, que tras la caída del Muro de Berlín ha sido santo y seña de parte de la izquierda mundial porque ya no pueden hablar del proletariado, ha sido destruido por el castrismo en sus voluntarismos económicos empobrecedores y antinaturales.

Ariel mantiene una huelga de hambre, que ha comprometido su salud, y ha tenido que ser trasladado a la Sala de Penados del hospital provincial de Pinar del Río, al negarse a beber y comer, en respuesta al aislamiento al que pretendieron someterlo en una cárcel.

Cardet está siendo hostigado en la prisión, y a la espera de los resultados de una biopsia que comunicará a su familia un oficial “especial” designado para el caso, o sea, se castiga al ya castigado y a sus familiares.

El nuevo presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, heredó el conflicto Cardet, pero el de Ruiz Urquiola corresponde a su mandato y sería útil para Cuba que el mandatario se involucrara personalmente y promoviera la puesta en libertad de dos paisanos, como muestra de cambio y de mano tendida ante los que piensan diferente y se oponen pacíficamente.

El gesto, que deberá ser complementado con la puesta en libertad gradual y sostenida de los condenados por delitos políticos, aunque hayan sido condenados por tener debajo de la cama mamoncillos comprados en el mercado negro, liberaría a Cuba de buena parte de los recelos que despierta en gobiernos e instituciones del mundo.

Una de las obligaciones de Díaz-Canel es promover la reconciliación nacional y mientras haya hombres como Eduardo y Ariel presos, el pacto no será posible porque carecería de legitimidad, y porque nada se puede negociar amordazado y preso.

Una de las obligaciones de Díaz-Canel es promover la reconciliación nacional y mientras haya hombres como Eduardo y Ariel presos, el pacto no será posible porque carecería de legitimidad.

Cardet y Ruiz no han hecho daño a Cuba. El primero se opone a su gobierno, que es tan normal como respirar y el segundo está siendo represaliado por esa perversa manía castrista de aniquilar al diferente, como ya ocurrió con muchos otros cubanos que los han precedido en su paso por las cárceles de la Isla o están exiliados o inxiliados.

Y si alguien duda de la vocación represora del castrismo y su epílogo, solo tiene que leer en el libro de Ben Rhodes (asesor de Obama) al que Alejandro Castro Espín propuso le devolvieran la Base Naval de Guantánamo con presos y todos dentro “porque nosotros somos buenos en mantener a la gente a resguardo”.

Habría que tener la versión del coronel cubano, pero pedir una instalación con presos obedece a irracionalidad mental y la amoralidad que corroe a la dictadura, que no ha dudado en rasgarse las vestiduras ante los presos torturados de Guantánamo, mientras mantiene en sus cárceles a 120 presos políticos, de los que 24 estarían acusados de delitos contra la Seguridad del Estado, según cifras de la opositora Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CDHRN).

Muchos de estos presos son de los más antiguos en el hemisferio occidental, al llevar entre 15 y 27 años tras las rejas; pese a que 92 nunca han empleado la violencia en su labor política.

Ahora mismo las Damas de Blanco, a las que han intentado desprestigiar acusándolas de recibir dinero del extranjero, es decir, lo mismo que hace el gobierno cubano en su vertiente de mendicidad internacional, pero que llama cooperación al desarrollo; sufren otra ola represiva injustificada.

El Movimiento Cristiano Liberación mantiene una presión constante sobre el gobierno cubano y en foros internacionales a favor de la libertad de Cardet; mientras que el Observatorio Cubano de Derechos Humanos está pendiente del médico encarcelado y de Ruiz Urquiola, caso que se ha hecho viral en la blogosfera cubana.

Díaz-Canel podrá emplearse a fondo para recoger la basura de La Habana, para evitar los robos en almacenes estatales y mejorar las heladerías en un país caluroso, pero mientras persistan injusticias como las de Cardet y Ruiz Urquiola, carecerá de legitimidad popular, pues hay una parte de Cuba que sigue presa.

Los conflictos nunca suelen apagarse con gasolina y la huelga de hambre de Ariel Ruiz Urquiola y las penalidades de Eduardo Cardet Concepción no son buenas consejeras, por muchas presiones que haya por parte de los duros de La Habana, que ya tienen poco que perder, pues la biología es inexorable.

A estas horas, algún jefe del Ministerio del Interior debería estar negociando con la familia de Ariel Ruiz Urquiola una salida mutuamente ventajosa para ambas partes, pues si el huelguista no acepta el apaño habitual de exiliarlo, como ya avisó, el coste político de un joven talentoso muerto sería incalculable y La Habana ya tiene agotada la compresión internacional porque Obama cambió las reglas de juego y el mundo esperaba más del tardocastrismo, que gastó sus últimos cartuchos de credibilidad, posponiendo los cambios inevitables, por miedo.

La prosperidad económica es una asignatura pendiente permanente en el castrismo y su epílogo, pero no solo de pan vive el hombre. También hacen falta libertad y justicia. Y no se trata de un voluntarismo político, sino de reconocer oficialmente la pluralidad que se vive en las calles de una sociedad diversa y empobrecida a la fuerza por una cadena de errores y estrategias políticas orientadas a la perversión del delirio.

Salvo que Díaz Canel, como sus antecesores, desconfíe del pueblo cubano y pretenda entretener al personal con acciones cosméticas, su viabilidad en el poder dependerá de su capacidad para generar un amplio consenso nacional- en el único camino posible para Cuba: libertad, desarrollo económico y justicia social.

Lo otro ya lo conocemos y sus resultados están a la vista de todos: pobreza, despoblación, cárcel, inxilio y exilio; que dibujan una Cuba indeseable, incluidos los que se creen a salvo en el gobierno, en el partido comunista y en el ejército, la seguridad y la policía.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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