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CIA y G-2: obsesiones cubanas

Ser opositor al totalitarismo es carísimo porque la dictadura carece de escrúpulos para conservar todo el poder.

Cartel en La Habana © CiberCuba
Cartel en La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

A juzgar por algunos cubanos, la CIA y el Ministerio del Interior de la isla están en quiebra técnica, debido al coste de los tantísimos agentes que nos vigilan en cada paso para que La Habana y Washington se jodan mutuamente.

Hace poco, el Partido Comunista acusaba a Tania Bruguera y Rosa María Payá de trabajar para la Inteligencia norteamericana; hace unas horas, unos opositores denunciaban a otros de ser agentes de la Seguridad cubana e intentaban criminalizar a los que defienden utilizar los resquicios de la legislación cubana para ir avanzando en sus posiciones políticas y atrayendo a nuevos ciudadanos a sus proyectos.

La postura de los que mandan en Cuba no es nueva, la CIA y el embargo norteamericano han sido grandes comodines del castrismo para justificar su desastre económico y su infinita capacidad liberticida.

La CIA y el embargo norteamericano han sido grandes comodines del castrismo para justificar su desastre económico y su infinita capacidad liberticida

Si en vez de exigir lealtad ideológica (muchas veces fingida), el Partido Comunista hubiera apostado por la racionalidad que implica trabajar disciplinadamente, otro gallo cantaría; pero suplantó la realidad con entusiasmos coyunturales que desembocaron en el borde del precipicio, porque la independencia económica nunca fue una prioridad en la agenda castrista.

Los recelos mutuos entre dirigentes de organizaciones opositoras son típicos de situaciones pre transiciones y, en parte, obedecen a la dinámica que usa la Contra Inteligencia para intentar dinamitar a la oposición, como es su obligación, que para eso les pagan.

La educación totalitaria y la desconfianza entre cubanos, igualados en su condición de víctimas del totalitarismo, también ayuda a generar desconfianza y descalificaciones mutuas entre opositores.

Cuba no es una prioridad para la CIA, nunca lo fue. Excepto momentos puntuales como la Crisis de los Misiles, cuando Langley comprendió tarde y mal que había errado apostando por Fidel Castro, a quien creía uno de los suyos y que acabaría entrando por el aro y desechando a Fulgencio Batista, al que luego impidieron –de por vida- entrar en USA.

La Contrainteligencia cubana actúa de manera expeditiva contra la oposición porque Cuba carece de recursos para afrontar un trabajo operativo largo y paciente, como hace la CIA cuando detecta indicios de actividad enemiga. Si Cuba prefiere prevenir a tener que curar; USA abre el jamo y deja que vayan entrando muchos pejes, como hizo con la Red Avispa.

Los más recientes análisis de la comunidad de Inteligencia mundial dicen que Cuba habría bajado del cuarto al sexto puesto en el ranking de eficacia represiva. Toda estadística suele ser manipulada y manipulable, pero en el análisis que han hecho público no mencionan el costo operativo de la desarticulación del Ministerio del Interior en 1989, cuando Raúl Castro usó la coyuntura de la Causas 1 y 2 para apoderarse del único sector del poder que se le resistía, pero ello implicó el desembarco de oficiales de la Inteligencia y Contrainteligencia militar sin experiencia en el trabajo operativo frente a USA y otros enemigos, que atesoraban muchos oficiales experimentados que hoy malviven en La Habana y/o son ayudados por sus hijos emigrados.

El gobierno cubano no teme a la oposición porque la sabe aún minoritaria frente a la mayoría silenciosa que no ve la santa hora en que se acabe la dictadura. Su miedo más persistente es a una primavera árabe. Los movimientos políticos, aunque sea aislados y hostigados responden a la lógica de conseguir el poder o hacer que el adversario lo comparta, pero un estallido espontáneo es impredecible.

El gobierno cubano no teme a la oposición porque la sabe aún minoritaria frente a la mayoría silenciosa que no ve la santa hora en que se acabe la dictadura

De esa ecuación, parte la orden que tienen la Contrainteligencia interna y la policía de tolerar que la gente hable mal y que en sus aproximaciones a los ciudadanos sean prudentes para evitar que una chispa incendie un barrio y se acabó.

Pero más allá de datos y errores, una verdad soterrada –como es lógico en ese mundo– es que la CIA y la Inteligencia cubana vienen colaborando de manera puntual, pero sostenida, al menos desde que Cuba fue abandonada a su suerte por Moscú, en vísperas de la toma de posesión de Reagan.

En aquella época, además, Cuba estaba estancada en Angola y dolida por los cabildeos de Dos Santos con los norteamericanos en Cabo Verde y Lisboa, así que en cuanto Cuba tuvo datos de Inteligencia de un plan de atentado contra Reagan por unos fanáticos de Carolina del Norte, Castro ordenó pasarle esos datos al FBI, posibilitando su apresamiento y neutralización del atentado.

Incluso antes, mucho antes, Celia Sánchez viajó discretamente a Estados Unidos, donde fue atendida y operada para intentar curar el cáncer que acabó matándola en 1980 y dejando huérfanos a la escolta de Fidel Castro y a muchos cubanos que acudían a ella cuando la maquinaria burocrática comunista los aplastaba.

Este discreto programa no sirvió en exclusiva a Sánchez, sino también a varios pacientes cubanos, especialmente niños, aquejados de dolencias de corazón y pulmón, hijos de familias trabajadoras y anónimas, que solían reaccionar con extrañeza y temor a la opción de viajar a USA para atender a su hijo. Eran años en que viajar estaba vedado a la mayoría de los cubanos que, además, tenían una imagen negativa del país vecino.

Las relaciones entre Estados, aún cuando sean enemigos públicos declarados, suelen moverse entre el pragmatismo y la generación de pequeñas zonas de confianza; por ello resulta baldío todo el ajetreo entre opositores cubanos para ganar el favor de la Casa Blanca, el Congreso y el Senado norteamericanos.

En el caso de Cuba influyen su posición geográfica y el prestigio e influencia del gobierno cubano entre los guerrilleros reciclados de la región, que ahora se mueven entre el narcotráfico, un reto mayúsculo, y la política al uso, como está ocurriendo en Colombia.

Europa, Rusia y China están muy lejos, y los cincuentones cubanos saben que su suerte pasa por la mejor relación posible con USA, donde viven casi dos millones de cubanos, en su mayoría trabajadores esforzados, respetuosos de las leyes y solidarios con sus familias y amigos.

El tardocastrismo ha sido hábil dejando que los opositores viajen, selectivamente, y esos viajes, luego lo usan en sus negociaciones con la Unión Europea y USA, como muestra de su flexibilidad ante el adversario y en los medios de comunicación que paga para intentar desprestigiar a los opositores.

Ser opositor al totalitarismo es carísimo porque la dictadura carece de escrúpulos para conservar todo el poder, y en este empeño ayuda la incultura política de muchos cubanos y su escasa memoria, pues La Habana sigue agitando los fantasmas del dinero y la CIA como fantasmas.

Ser opositor al totalitarismo es carísimo porque la dictadura carece de escrúpulos para conservar todo el poder

El dinero es una herramienta útil e imprescindible en esta hora para Cuba, que sigue dependiendo de remesas de sus exiliados y de recargas de teléfonos móviles desde el extranjero para mantener a una empresa que estaría quebrada si dependiera de los recursos propios de los cubanos.

Sí, ya sé que es lo que ocurre en otros países de la región. La diferencia es que ninguno de ellos se metió a hacer una revolución más grande que ellos mismos, se dedicaron a trabajar y emigrar a USA y Europa sin el trauma del tajo cubano.

Donald Trump es una fuente inagotable de noticias para los medios de comunicación que paga el tardocastrismo, cuando ya no esté, lo echarán de menos; aunque ya aparecerá otro personaje que sirva a los analistas cubanos para reiterar su preocupación por el medio ambiente, la crisis mundial y lo malo que está el transporte en Chipre.

Mientras, los cubanos seguirán yendo a Guyana y esperando a que llueva café en la Esquina de Tejas, que es un cruce de calles habanero, donde abundan más los “luchadores” que los agentes de la CIA y el G-2 porque la pobreza ha igualado a casi todo el mundo en la isla, incluidos los segurosos y sus colaboradores, que se mueven entre la fatiga y su deber.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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