El Mundial que yo veo: Europa para los europeos

La jornada

No hacía falta ser experto en fútbol para advertir que un choque entre las actuales generaciones de Brasil (Neymar, William, Coutinho...) y Bélgica (De Bruyne, Hazard, Lukaku...) acabaría siendo un plato de gourmet. “Es el partido del Mundial”, había adelantado Roberto Martínez, el atinado técnico de los Diablos Rojos.

Brasil había ido de menos a más en el torneo, y esos son los equipos más temibles en campeonatos cortos como éste. Su fortaleza defensiva llegaba de la mano de la dupla Miranda-Thiago Silva, hermética y solvente, y encima había probado que la habilidad de sus hombres de ataque podía superar la telaraña más enrevesada.

Mientras, Bélgica llegaba de ganar todos sus duelos, uno de ellos con una remontada heroica ante Japón que terminó por convencer al grupo de que toda la gloria del evento podía caber en sus vitrinas. Su media goleadora, a razón de tres dianas por encuentro, daba cuenta de la dinamita almacenada en sus botines y cabezas.

Había un gran problema para Tite: Casemiro estaría inhabilitado, y por ahí perdería libras en el centro del campo. Pero había también una noticia alentadora: Marcelo volvería a la alineación. Del otro lado, el cuerpo técnico optaba por hacerle hueco en la titularidad a Nacer Chadli y Marouane Fellaini, piezas claves en la consumación del triunfo versus los nipones.

Las apuestas, huelga decirlo, se inclinaban por la Canarinha, que no por gusto es la única pentacampeona del planeta. Por más que los Diablos Rojos fueran capaces de meterle miedo al susto, nadie olvidaba –por supuesto que nadie podía olvidar aquello- los sonoros fracasos del equipo en la cita universal y la Eurocopa previas.

Sin embargo, al sonar el pitazo final del primer tiempo el criterio mayoritario había dado un giro de 180 grados. Eso, porque en acciones que remataban el exquisito desempeño colectivo de los hombres de Flandes, un autogol de Fernandinho y un obús de Kevin de Bruyne tenían al Scratch abocado a la eliminación.

Pasa que se había producido una conjunción propicia de los astros en favor de la escuadra europea. Courtois fue un pulpo; Kompany resolvió siempre con la categoría que le sabemos; Witsel y Fellaini conformaron una pareja de peludos infranqueables; Hazard sacó toda su clase para enloquecer a cuanto marcador le salió al paso; Lukaku hizo y deshizo; De Bruyne aprovechó estar más adelantado en el terreno y regaló lecciones apreciables.

Cierto: en el complementario los belgas se echaron atrás, Brasil plantó un cerco que acercó el marcador a través de Renato Augusto, mas la historia no llegó a revertirse. Así, Bélgica entró por segunda vez a las semifinales; en el gigante sudamericano seguirán soñando con el sexto campeonato; y Europa se mantendrá como escenario propicio para el triunfo de sus selecciones, excepción hecha del torneo de Suecia en 1958, cuando un negrito llamado Pelé no creyó en el poder de las cábalas y las tradiciones.

El gol

El misil de De Bruyne, coronando un contragolpe de manual.

El equipo

Cuando juega a atacar, Bélgica tiene una ferocidad impresionante.

La individualidad

Hazard y Witsel, Lukaku y De Bruyne estuvieron inmensos, pero Courtois fue el hombre.

El fiasco

Neymar es un gran jugador que suele actuar como si no lo fuera.

Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.