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Julio Lobo: el millonario a quien el Che le propuso dirigir la industria azucarera en Cuba

Guevara quería que Lobo regentara la producción cañera; mientras, lo dejaba vivir en su mansión y tener el usufructo de uno de sus centrales. Sus otras propiedades serían confiscadas.

Julio Lobo y el Che Guevara © Collage/ Ecured y Radio Bayamo
Julio Lobo y el Che Guevara Foto © Collage/ Ecured y Radio Bayamo

Este artículo es de hace 5 años

Solo los más viejos en Cuba conocen o han oído hablar de Julio Lobo, el hombre más rico de la Isla en 1958 y a quien el Che Guevara en persona despojó de todos sus bienes, antes de invitarlo a dirigir la en aquel momento próspera industria azucarera.

Aunque realmente nació en Caracas, su familia emigró cuando él tenía dos años. Su padre hizo fortuna y lo envió a estudiar a Estados Unidos. Al regresar, comenzó a construir su imperio: una serie de centrales que producían casi cuatro de los seis millones de toneladas de azúcar que el país fabricaba anualmente.

Según contó a BBC Mundo John Paul Rathbone, autor de El rey del azúcar de La Habana: ascenso y caída de Julio Lobo, el último magnate de Cuba, el magnate llegó a controlar casi 405.000 hectáreas de los terrenos cultivables del país.

“Cuba y el azúcar en ese momento eran el equivalente hoy de Arabia Saudita con el petróleo. Desde La Habana se controlaban los precios del azúcar en el mercado mundial. Y detrás de esos precios estaba Julio Lobo”, contó.

Su encuentro con el Che, entonces al frente de la banca, se produjo en la madrugada del 11 de octubre de 1960, en las oficinas del Banco Nacional de Cuba.

El ministro le espetó que en la nueva sociedad no había lugar para el capitalismo. Sin embargo, lo invitó a cambiar de bando. Le propuso dirigir la industria azucarera, mientras se quedaba con la mansión donde vivía y con el usufructo de su central preferido, el Tinguaro.

Todas sus otras propiedades: almacenes, refinerías, agencia de radiocomunicaciones, banco, naviera, aerolínea, compañía petrolera, entre muchas otras… serían inmediatamente nacionalizadas.

El multimillonario le pidió unos días para meditar su respuesta.

Dos días después abandonó Cuba para siempre.

Tras él quedaron sus textos sobre el azúcar, junto a centenares de libros, que se enviaron a la Biblioteca Nacional. Además, reliquias y objetos de Napoleón Bonaparte que hoy se exhiben en el Museo Napoleónico de La Habana, así como pinturas y esculturas de su colección privada, que hoy integran la muestra del Museo Nacional de Bellas Artes. Aunque de sus obras más valiosas (cuadros de Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael…), se desconoce su paradero.

En cuanto a sus centrales azucareros, la mayoría fueron demolidos.

EL EXILIO

Lobo partió hacia Nueva York; allí hizo una nueva fortuna invirtiendo en la bolsa. Pero se arruinó a los cinco años y decidió cambiar de aires.

Entonces marchó a España, donde vivió hasta su muerte.

Años atrás había enviado una gran suma de dinero al general Francisco Franco, para ayudarlo a combatir a los republicanos.

Lo mismo que hizo dos décadas después cuando, ilusionado con la insurrección de Fidel Castro, mandó dinero a la Sierra Maestra para cooperar con los rebeldes.

John Paul Rathbone destaca el amor que Julio Lobo sentía por Cuba, país que lo acogió, donde hizo su fortuna, y donde también la invirtió.

“Compró muchos ingenios que eran propiedades de los estadounidenses porque creía que eran los cubanos quienes debían de tener control del país. Son elementos de su vida que muestran que hubo un orgullo nacional entre cierta parte de la burguesía cubana, que tenía también un gran patriotismo. Eso mata muchos de los clichés que han proliferado sobre lo que era la burguesía y los cubanos de antes de la Revolución”, concluyó.

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