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La Habana sin USCIS, Miami sin voz

Hoy, cuando la embajada estadounidense en La Habana se quedó en cascarón hueco, no hubo una sola protesta. Ni una voz. No hubo un cartel, una rabia, un por qué, un cómo es posible. El síndrome del cederista indiferente se había apoderado del sitio con más cubanos fuera de Cuba en todo el planeta.

Embajada estadounidense en La Habana, vista desde el malecón © Cubasi.cu
Embajada estadounidense en La Habana, vista desde el malecón Foto © Cubasi.cu

Este artículo es de hace 5 años

Cuando este lunes el Servicio de Inmigración y Ciudadanía de Estados Unidos (USCIS) emitió su parco comunicado certificando que hacía las maletas permanentemente de La Habana, la reacción de mi entorno me llevó hasta un raro déja vú. Me sentí de vuelta en Cuba.

Pero este lunes, como tantos otros desde hace varios años, yo estaba en Miami, en la otra orilla. Aunque no me lo pareciera.

Y no me lo pareció porque el Miami de otrora, el que yo veía por la tele sesgada del sistema cubano, ese Miami tenía bajo sus venas el saludable síndrome de la protesta contra lo que no le venía bien, y eran los de aquella mi otra orilla, los de la Cuba amordazada y dócil, los que solían hacer un mohín de indiferencia o resignación ante las decisiones que les partían en dos la paz o el amor o la felicidad.

Cuando una jueza federal puso a Elián González de vuelta a los brazos de su padre, el Miami que a mí me contaban pareció un búfalo malherido. Las furias de protestas paralizaban las arterias del southwest. Pero quince años más tarde, cuando Barack Obama levantó de un plumazo un favoritismo que valía oro para quienes pisaran suelo nacional, los manifestantes de Vigilia Mambisa se achicharraban en la acera del frente del Restaurante Versailles y debían hacer sitio para viandantes y curiosos: había más cámaras que manifestantes.

Hoy, cuando la embajada estadounidense en La Habana se quedó en cascarón hueco, no hubo una sola protesta. Ni una voz. No hubo un cartel, una rabia, un por qué, un cómo es posible. El síndrome del cederista indiferente se había apoderado del sitio con más cubanos fuera de Cuba en todo el planeta. Los únicos afectados hacían el tonto o el indiferente: “Conmigo no es”.

Las administraciones de Barack Obama y Donald Trump han medido la temperatura corporal de la masa exiliada cubana de estos tiempos y han entendido: los tiempos cambiaron. Estos, los de ahora, no son como los de antes. A estos se les puede hacer casi todo sin que chillen peligrosamente.

Se les puede hacer, incluso, pasar más trabajo que a un emigrante centro o sudamericano común para llegar legalmente a este país. Y nadie va a alzar la voz.

Concentración: sí, es realmente más difícil iniciar un trámite legal migratorio hoy desde Cuba para Estados Unidos que desde Argentina o El Salvador o Paraguay. Todos esos países tienen embajadas estadounidenses activas. Ningún ciudadano de esos países debe viajar hasta un segundo territorio para solicitar visa con destino al tercero. Si un argentino residente en Estados Unidos pierde su Green Card durante una visita a Buenos Aires, tendrá una ágil embajada con servicios migratorios donde solucionar su percance. Desde este lunes, los cubanos no. A quienes les ocurra una pesadilla así deberán intentar solucionarla a través de México. Una barbaridad.

Los cubanos hemos pasado de privilegiados a desfavorecidos. Sin paradas intermedias. Y esto puede ser merecido o no – ya escucho los zumbidos: por abusar, por estafar, por mentir, por regresar al año y un día, por, por, por… - pero es un hecho imposible de obviar. Es un fact.

La vigencia de la Ley de Ajuste Cubano es apenas un recurso vacuo y de distracción bobalicona: cada vez hay menos maneras de aplicar. Si la Ley de Ajuste Cubano exige al menos una entrada legal al país para poder acogerse a ella, el sistema vigente les ha quitado a los cubanos casi todas las formas de acceder legalmente al país, por lo cual la solicitud para acogerse a la Ley de Ajuste se vuelve un quebradero de cabeza. A ratos un imposible.

Cuando los cubanos tenían “Pies Secos, Pies Mojados”, daba lo mismo si entraban en balsa, por frontera, o en paracaídas, submarinos, tele transportadores o a lomos de un halcón: el decreto presidencial les legalizaba siempre que pisaran suelo americano. Cuando dejaron de tener esa prerrogativa, les quedaba entonces un Programa Parole de Reunificación Familiar (creado en 2007) con el cual mal sortear el vendaval.

Hace en estas fechas un año y tres meses que ese programa no está activo. Ni un solo cubano más ha tramitado su visa por esta vía.

Por primera vez desde 1995, como gota adicional para desbordar la copa, las 20 mil visas como mínimo que acordó Bill Clinton se les otorgarían a los cubanos cada año, no llegaron a esa cifra ni a ninguna otra. Llegaron a cero. Los poco más de 4 mil 500 visados otorgadas hasta octubre último no califican dentro de ese acuerdo, según ha anotado el abogado de temas migratorios Wilfredo “Willy” Allen: esas eran visas de reclamaciones familiares regulares, otorgadas por el Servicio de Inmigración y Ciudadanía. Las 20 mil visas acordadas eran cosa del Departamento de Estado. De esas, ni una sola.

Y hoy, este lunes aciago, insignificante, olvidable como todo lo intrascendente, Estados Unidos, el sitio que alberga a la mayor comunidad cubana fuera de su país natal, anuncia que retira permanentemente su oficina de inmigración en La Habana. Y el silencio en Miami es atronador.

¿Cómo convencer a los gringos de que fue una mala decisión? Es imposible. Ni el FBI ni ninguna agencia federal nos ha explicado qué rayos pasó con los 22 diplomáticos estadounidenses dañados en La Habana. No nos dicen si el ataque fue acústico, acuático, acrílico o acrónico. No sancionan a nadie, no se toman represalias reales, palpables, contra el establishment cubano o contra rusos o chinos o iraníes o quienquiera que haya sido la mano ejecutora del acto en suelo cubano.

Pero las familias de allá son las que están jodidas. Y las familias de acá se acostumbraron a callar. Qué se le va a hacer. “No vas a resolver nada con protestar”, escuché cien mil veces en Cuba desde mi infancia. Hoy, este lunes en Miami, alguna pared de Westchester o Hialeah debió decorarse con esa alegórica frase tan parte de nuestra cultura nacional.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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