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La torpeza contra los Ruiz Urquiola

¿Qué sentido tiene machacar al que piensa de manera diferente a estas alturas de la película? ¿Castigar a una persona decente? ¿Qué cunda el pánico entre amigos, compañeros y alumnos?

Ariel y Omara Ruiz Urquiola en una imagen de archivo © Facebook / Lia Villares
Ariel y Omara Ruiz Urquiola en una imagen de archivo Foto © Facebook / Lia Villares

Este artículo es de hace 4 años

El despido laboral de Omara Ruiz Urquiola es la penúltima torpeza del tardocastrismo contra una familia que no les baila el agua, pero tampoco viola las leyes y que ya ha sufrido lo suyo con los años de prisión del padre Máximo Ruiz Matoses, ex miembro del Ministerio del Interior, y de su hijo Ariel, un científico que ha intentado promover una explotación sostenible en una zona intrincada de Viñales, oeste de Cuba.

Omara, que padece cáncer, avisó con antelación de su despido del Instituto Superior de Diseño de Cuba (ISDC), que no ha hecho pública las causas de una decisión tan drástica, sin aportar antecedentes anteriores de indisciplina laboral o desatención de sus obligaciones como profesora del alto centro de estudios.

Ha sido la propia Omara quien ha explicado que la causa de su despido obedece a una “baja carga presencial ante los estudiantes”. Los burócratas al servicio de la dictadura usan un lenguaje tan florido como el marabú que atenaza a la superficie agrícola de la isla. Con lo fácil que resulta escribir: por dar pocas clases y no esos renglones torcidos de amanuenses estrellados.

¿Qué sentido tiene machacar al que piensa de manera diferente a estas alturas de la película? ¿Castigar a una persona decente? ¿Qué cunda el pánico entre amigos, compañeros y alumnos?

El tardocastrismo, como ya lo fue su antecesor, en ocasiones actúa como una máquina de fabricar opositores, a partir de una torpeza represiva que lo deslegitima ante los cubanos y el mundo, donde en muy pocos sitios se condiciona la permanencia en puesto de trabajo, incluso estatal, a la ideología o postura política del empleado.

Ariel Ruiz Urquiola, tras pasar por la cárcel con huelga de hambre incluida, ha establecido un receso en el foco de conflicto y ha viajado a Europa para seguirse preparando como científico; ¿por qué entonces hay que castigar también a su hermana, para que busque una salida temporal o permanente de la isla?

Cuba lleva descapitalizándose humanamente desde la crisis económica de los años 90, del siglo pasado, y no tiene sentido seguir exportando mano de obra cualificada al resto del mundo y menos por razones tan espurias como la discrepancia política.

El envejecimiento de la población, la baja productividad de la economía, el empobrecimiento generalizado, la falta de profesionales en diferentes ámbitos y la baja tasa de nacimiento, aconsejan hacer país y no destruir personas, enviando el mensaje erróneo de que la virtud solo es castrista. Craso error.

El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez tiene la responsabilidad de revertir esta dinámica totalitaria y asumir el goce de la diferencia como una herramienta a favor de Cuba, que ya ha pagado muy caro la simulación, la mentira y la huida de parte de los mejores de sus hijos.

La reconstrucción de Cuba pasa –necesariamente- por un proceso de reconciliación nacional que despenalice la disidencia política y promueva un plural debate sobre todo lo que afecta e importa a los cubanos, incluidos los que no piensan como el Buró Político del Partido Comunista.

Seguir machacando en la consigna de que toda disidencia es traición obedece al viejo esquema totalitario que ha traído más inconvenientes que ventajas a Cuba y a su gobierno, que se ha visto cuestionado en foros internacionales por violaciones de los Derechos Humanos.

El despido de Omara es una tragedia para Cuba por la brutalidad que implica, por la irracionalidad de su injusticia y porque pone en tela de juicio la proporcionalidad de un gobierno, aparentemente todopoderoso, pero temeroso de sus ciudadanos.

Díaz-Canel debería ordenar la reposición inmediata de la profesora Ruiz Urquiola en su puesto, que los ejecutores de la sanción se disculpen y exigirle lo normal en cualquier sociedad moderna: que cumpla con sus obligaciones laborales y sea una ciudadana respetuosa de las leyes.

No siempre el diferente carece de razón y la gravedad de la situación de Cuba –exige ahora más que nunca– gobernar escuchando y dialogando, que es lo mismo que reclama el gobierno cubano para Venezuela y a Donald Trump, al que acaba de proponer una relación “civilizada”.

Claro que la civilización en los vínculos humanos y políticos es una carta de triunfo, por eso no se entiende que Cuba no haga de esa cualidad una seña de identidad en su estilo de gobierno, salvo que estemos ante otro caso de rubro exportable.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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