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El silencio del exilio cubano ante la ofensiva de Trump contra inmigrantes

Resulta vergonzoso que los políticos cubanoamericanos y los activistas del exilio permanezcan mudos apoyando –tácitamente– los anuncios trumpistas y traicionando a muchos de sus votantes.

Donald Trump, en una imagen de archivo © Flickr/ Michael Vadon
Donald Trump, en una imagen de archivo Foto © Flickr/ Michael Vadon

Este artículo es de hace 4 años

La mayoría de los políticos cubanoamericanos y activistas del exilio permanecen mudos ante la ofensiva antiinmigrantes del presidente Donald Trump, que quiere asegurarse la reelección con mensajes emocionales que tendrán un complicado recorrido legislativo y que podrían no llegar a entrar en vigor nunca.

La causa que provoca el exilio cubano sigue siendo la misma desde hace 60 años: una dictadura verde olivo, que ha empobrecido a la isla y perseguido y encarcelado a los ciudadanos que no acatan sus reglas de juego.

Resulta vergonzoso que los políticos cubanoamericanos y los activistas del exilio permanezcan mudos apoyando –tácitamente– los anuncios trumpistas y traicionando a muchos de sus votantes, incluidos aquellos que como ya resolvieron su estatus se creen superiores al resto de cubanos y se abrazan a Trump, como el nuevo hombre pródigo, como hicieron antes con Fidel Castro.

La cobardía y la demagogia se pagan caro en política y el número de cubanos que se declaran apolíticos y abusan de las ventajas de un sistema de protección socialista como el que impera en Estados Unidos, son minoría en relación a la mayoría del exilio honrado, trabajador y respetuoso de las leyes.

Crear esa imagen de cubanos vagos y pícaros solo beneficia a los intereses políticos cortoplacistas de Trump y, como es habitual en los CVPs del exilio, a la dictadura cubana que, desde 1959, lleva diciendo que quienes huyen de la isla son lo peor, que el pueblo cubano permanece al lado de su revolución.

Cada cual puede elegir en la vida el grado de cretinismo político en el que quiera militar y cada cual es libre de apoyar o criticar al político que considere que mejor se adapta a sus expectativas y visión del funcionamiento de la sociedad; pero de ahí a apoyar y jalear políticas antiinmigrantes, siendo emigrante, equivale al suicido colectivo de la sociedad alemana cuando –ante la frustración que generó en ellos la República de Weimar– se abrazaron a Adolf Hitler, el político más costoso de Europa en el siglo XX.

La administración norteamericana tiene recursos para detectar los fraudes y castigar a sus responsables, sin necesidad alguna de lanzar mensajes de odio al extranjero. En el caso de los cubanos resulta inexplicable ese odio epitelial contra sus hermanos que, aunque lleguen desorientados, empobrecidos y con códigos diferentes, no dejan de ser también víctimas del totalitarismo comunista.

Las democracias tienen instrumentos legales a su alcance para castigar a los infractores y garantizar el normal funcionamiento de las sociedades; incluida la acogida de emigrantes.

Y un aviso para aguafiestas "opinionados": si Estados Unidos cierra la puerta a los pobres; alguien tendrá que desempeñar esos trabajos y eso implica que los pobres y lúmpenes nativos tendrían que abandonar sus sistemas de protección y ponerse a trabajar; circunstancia que garantizaría la vuelta triunfal y aplastante del Partido Demócrata, ahora debatiéndose entre galgos y podencos, pero que no dudaría en poner un candidato ganador.

La miopía y la irresponsabilidad políticas es otro gran triunfo del castrismo sobre el ADN cubano. Personas que hasta antes de ayer eran pobres y hoy son trabajadores hipotecados ya rechazan a los pobres recién llegados. ¡Esto es Cuba, Chaguito!

Los silentes políticos cubanos-americanos siempre activos con Venezuela y otras causas; debían saber que la viabilidad del sistema democrático pasa por perfilar un Estado que proteja a quien realmente sea vulnerable, que elimine cualquier síntoma de fraude, y que promueva el trabajo como fuente de renta y bienestar.

Cualquier otro invento, incluida la guataquería simplona a Trump, abrirá la puerta a la izquierda aquí y acullá; si alguien duda solo tiene que mirar a Argentina o México ahora mismo, y la izquierda para mantenerse en el poder solo necesita que siga aumentando el número de pobres dependientes del erario público, es decir, del trabajo esforzado y del pago de impuestos del resto de los ciudadanos.

Y para los aguafiestas que ya creen ver otra ventaja en ir acumulando odio y frustración en América Latina, devolviendo emigrantes para que sus gobiernos lidien con ellos, sepan que esa olla a presión puede estallar por acumulación de pobres en Estados fallidos con gobiernos corruptos y débiles, creando una crisis geopolítica de gran repercusión en Estados Unidos, cuyo enemigo principal no son los latinoamericanos míseros, sino el terrorismo islámico, China y Rusia.

Cuanta menos emocionalidad contamine la política, será mejor para todos; incluidos los que ahora callan vergonzosamente ante los anunciados atropellos de Donald Trump contra emigrantes y pobres en general.

En el mundo –y especialmente tras la rotura de los consensos post Segunda Guerra Mundial y la plaga que han significado para sus países los gobiernos anticoloniales y antinorteamericanos– hay más pobres que ricos, y el capitalismo financiero se ha encargado de ir ahondando la brecha entre ricos y pobres, haciendo que una parte viva sobre un polvorín, aunque muchos irresponsables insistan en fumarse un Habano.

La Primavera Árabe no fue un movimiento político organizado, sino el estallido de la pobreza. Barack Obama se precipitó en sus apoyos y tuvo que pegar un frenazo cuando la Inteligencia norteamericana detectó que los equilibrios regionales saltaban por los aires en una región convulsa y acechada por el islamismo radical.

Y que nadie se lance contra Obama, con luces y sombras como todo hombre público; porque aquel republicano que fue George W. Bush cometió la inaudita torpeza de destruir Iraq y echar a Sadam Hussein, un sunita que mantenía a raya a los chiítas, abriendo un gran frente de radicales chiíes junto con Irán, la peor hipótesis para Estados Unidos y la democracia.

La política no es improvisación ni ocurrencia porque se pagan muy caras. La obligación primera de un político cubano-americano es proteger a sus hermanos, dejando claro que quien viole la ley afrontará las consecuencias; pero sin dejar de tender la mano a sus paisanos para que visualicen que el capitalismo y la democracia son las mejores herramientas para construir el futuro plural que exige Cuba.

Guataquear es fácil y tan antiguo como la tos; lo complicado es construir, establecer consensos y enrumbar a la mayoría de los cubanos hacia valores de tolerancia, respeto a la ley y trabajo honrado. Mientras eso no ocurra, el tardocastrismo seguirá produciendo marabú, polizones y baba sin quimbombó; pero seguirá en el poder amargando la vida de millones de cubanos, unos por estar condenados a la pobreza mendicante y otros por sentirse obligados a ayudar a familiares y amigos, además de pagar sus recibos y educar a sus hijos en tierra extraña que nunca debe dejar de ser generosa con las víctimas del totalitarismo.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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