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Díaz-Canel: Qué hippie ni qué nada

Qué mejor manera de vender al actual mandatario cubano que dibujarlo en sepia con el pelo largo y escuchando música anglosajona, cuando ambas preferencias estaban prohibidas por el orden.

Díaz-Canel, de visita en San Petersburgo, antigua Leningrado. © Estudios Revolución
Díaz-Canel, de visita en San Petersburgo, antigua Leningrado. Foto © Estudios Revolución

Este artículo es de hace 4 años

El hijo del mandatario cubano, Miguel Díaz-Canel, reconoció en una entrevista ofrecida recientemente a la plataforma oficialista Cubasí que una de las influencias que tuvo para su formación como músico, fue la beatlemanía “descomunal” de su padre.

Miguel Díaz-Canel Villanueva, director de la agrupación D'Cuba, dijo también que su afición por la música se la debe un poco a su hermana, vocalista del conjunto, que sí estudió canto -a diferencia de él-, en la especialidad de Artes Plásticas en la Academia de San Alejandro.

“También en la casa siempre había música, todo el tiempo: Silvio todo el tiempo, Los Beatles todo el tiempo, Carlos Varela, Santiago Feliú… Yo creo que por ahí viene, porque estuve toda mi niñez escuchando todos los discos de Los Beatles así, repetitivamente, y ahora se lo agradezco mucho a mi papá (…)”, describió.

Es posible que Díaz-Canel Villanueva haya tenido privilegios en su carrera, o que, al revés, se haya negado a los mismos, por todo eso de que los líderes cubanos y su prole tienen que dárselas de humildes y sin prerrogativas. En cualquier caso, es lo de menos, porque bien que hemos sabido de ostentaciones sin tapujos.

En un país donde los presidentes —la revolución le ha dado cinco, contando a los efímeros Urrutia Lleó y Osvaldo Dorticós— hace más de medio siglo no necesitan de campañas para darse a conocer antes de proclamarse como tales; la prensa, al servicio de un único partido, desliza uno o dos atributos personales en favor de generar empatías y justificar un falso apego popular.

Cuba acoge una juventud hundida en la mayor apatía política que se haya conocido desde la colonización española. Tenían los aparatos ideológicos que acercar por ende la figura de Díaz-Canel a ese sector, en especial, a los universitarios, y qué mejor manera de hacerlo que dibujar en sepia a un político que en sus años mozos osaba dejarse el pelo largo y escuchar música anglosajona, cuando ambas preferencias estaban prohibidas por el orden.

Algunos incluso fueron engatusados, hasta que afloró la condición supina del “nuevo” gobierno. Ahí no solo los más cercanos al poder mostraron actitudes rastreras.

Un par de semanas atrás causó sorpresas el crítico cubano Guille Vilar, al negar en un artículo haber sufrido persecución por escuchar a Los Beatles hacia los años 60. Es, por lo menos, una ofensa —anoten otra— a quienes incluso padecieron los campos de trabajo forzado de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), creadas para corregir, entre otras cosas, el llamado “diversionismo ideológico”.

Fidel Castro, después, quiso limpiarse un poco, como si hacerle una estatua a John Lennon en un parque de La Habana, borrara de un brochazo la memoria colectiva e histórica de un pueblo.

Y eso porque los Beatles de algún modo daban una imagen de mente abierta, una cualidad de la que el régimen ha carecido bastante, y el mundo tenía que saber que eran, no obstante, “patrañas del imperialismo” y de grupos subversivos,decir que Castro despreciaba a los hippies en medio de un proceso que llamaba a la inclusión.

Pero ya sabemos que el totalitarismo no pide permiso para sus pifias, ni mucho menos disculpas. Tan desvergonzado es que ordena ofenderse si un presidente de Estados Unidos pide disolver viejos malentendidos, como sucedió con la visita de Obama, y si le piden cuenta de sus atropellos, cambia de asunto: La suciedad, parecen querer señalarlo, va debajo del tapete.

Para más insolencia, ha servido resaltar no pocas veces el carácter exhippie del actual mandatario cubano, queriendo hacer valer quizás no solo un espíritu rebelde, gestado en un ambiente contraproducente para el mismo, sino una dosis de simpatía por el prójimo.

A pesar de que los temas de la mundialmente famosa banda de Liverpool, promocionaran valores como el amor y la paz —“peace and love”, pregonaba el movimiento de la contracultura—, la unión no ha resultado precisamente una de las virtudes en lo que va de gestión díazcanelista.

De manera habitual, es recordado aquel controvertido mensaje en Twitter donde se refería a los cubanos que no compartían la aprobación del castrismo, como “mal nacidos por error”. Al mismo tiempo se puede recordar que su administración ha estado caracterizada más bien por un aumento de la represión contra activistas opositores y periodistas independientes, a la que se suman acciones contra la comunidad LGBTI.

Estamos cantándole a mi generación ahora mismo, dijo Díaz-Canel Villanueva, refiriéndose a las proyecciones de su grupo, que hace dos años lanzó un clip en que participaba el actor Fernando Hechavarría, una de las caras de la propaganda oficialista más reciente contra la Ley Helms- Burton. ¿Casualidad?

Mientras tanto, Díaz-Canel padre, acaso recordando con un hilo de nostalgia sus movimientos sin gracia al compás de “Back in the U.S.S.R.”, estrecha vínculos con Rusia. En la Isla acaso hay una regresión cobrando forma.

Qué más podrían pedir los apasionados beatlemaníacos del Partido Comunista de Cuba. Machado Ventura y Raúl Castro, por qué no, son capaces de celebrar estos avances oyendo el Sgt. Pepper's; eso sí, lo reproducirían seguramente en un tocadiscos soviético.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Maykel González

Periodista de Cibercuba. Graduado de Periodismo por la Universidad de La Habana (2012). Cofundador de la revista independiente El Estornudo.


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