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Torpeza represiva de la dictadura comunista acelera el desmoronamiento de Cuba

Los graves problemas que amargan la vida de los cubanos no se resolverán con manotazos.

Imágenes del 27 de enero en el Ministerio de Cultura © Captura de video
Imágenes del 27 de enero en el Ministerio de Cultura Foto © Captura de video

Este artículo es de hace 3 años

La cuerda empezó a romperse por el eslabón más impensado en el esquema represivo del castrismo, que siempre consideró a la mayoría de los intelectuales y artistas como unos pendejos asalariados y deseosos de gritar "¡Viva Fidel!" en cada ocasión propicia o provocada. Pero la imagen de un ministro arrebatando con manotazos un teléfono móvil a un periodista retrata la indigencia moral de la dictadura comunista.

Miguel Díaz-Canel no debería mantener ni un minuto más en el cargo al burócrata Alpidio Alonso Grau, y recomendarle que se someta a tratamiento psicológico para dominar sus impulsos. En política, el paisanaje debe ser tenido en cuenta, pero no debe comprometer a la principal figura del gobierno, ya desgastada por la escasez de alimentos y medicinas, la espiral de coronavirus y el discurso defensivo frente a las ansias de libertad de la mayoría de los cubanos.

La agresividad del ministro confirma el miedo que corroe a la dictadura y la negativa de funcionarios y trabajadores a participar en los mítines de repudio, que datan de 1980, cuando la estampida de Mariel, obligando a los altos funcionarios a asumir los atropellos de manera personal e impúdica.

El presidente no acaba de asumir la gravedad de Cuba y se dedica a pasear por su tierra natal en una demostración de fuerza absurda, convocando a los burócratas más notables para ensayar el relevo de Raúl Castro Ruz, en abril próximo, y lanzar obviedades como lo de "reordenar el reordenamiento", sin destituir a Marino Murillo y a Alejandro Gil Fernández, que se han lucido con su paquetazo neoliberal.

Alonso Grau debe ser destituido y sometido a juicio por agredir a un ciudadano, junto con los policías que hicieron la encerrona y golpiza de la guagua y los que participaron en los cacheos personales de las mujeres retenidas. Si el ministro sintió miedo ante un joven armado con un teléfono móvil, no vale para desempeñar cargos públicos.

Yunior García y sus compañeros deben seguir defendiendo la opción de diálogo y comunicar su posición públicamente para que los cubanos y la comunidad internacional sepan cuál es su postura y no se queden solo con la versión oficial.

Ahora saldrán los sirvientes de la casta verde oliva a armar el habitual patiñero con que intentan enjuagar las felonías del tardocastrismo porque sus amos son alérgicos a la libertad e incapaces de proveer felicidad y bienestar a la mayoría de los cubanos, incluidos esos mendigos vociferantes en redes sociales, a la espera de las piltrafas de sus dueños.

La subordinación de la burocracia cultural, al esquema represivo de los guardias acobardados ante un posible estallido popular, acabó con uno de los mitos más recurrentes de la propaganda comunista: Cultura y Educación. Ni una cosa ni la otra. La violencia solo genera más rudeza, y un gobierno debe sentarse a dialogar o dimitir, pero nunca agredir a los gobernados, especialmente en horas bajas como las que afligen al tardocastrismo.

El pugilato frente al Ministerio de Cultura, el segundo en dos meses, llega en el peor momento y ya la administración Biden le ha metido el primer conteo de protección a Díaz-Canel. Mal comienzo presidente. Europa -fiel a su decadente vivaqueo frente a La Habana- aún no ha reaccionado, pero tiene sobre la mesa una ágil petición del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) demandando el destierro de Alonso Grau del espacio Schengen y su exclusión en el diálogo Bruselas-La Habana.

La UNESCO, siempre presta a elogiar las mentiras del gobierno cubano, sigue muda ante los desmanes de la dictadura comunista y Michelle Bachelet, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, tampoco se ha pronunciado sobre el manotazo más caro políticamente de la historia contemporánea en Cuba.

La valentía democrática del Movimiento San Isidro, de los plantados frente al Ministerio de Cultura y de los cubanos que se solidarizan con ellos, son una muestra de lo mejor de Cuba y un mentís a quienes desde la tranquilidad de la cerveza fría en Miami y el vino templado en Madrid llaman carneros a sus hermanos en la isla.

Fidel Castro Ruz siempre desconfío de los artistas e intelectuales y así los trató: Pagándoles o pegándoles; pero ni en sus peores sueños imaginó que la maltratada ciudad letrada de Cuba iba a dejar en evidencia a sus continuistas ante el mundo entero, con indiscutibles síntomas de desmoronamiento.

Una niña muere por falta de una ambulancia; la propaganda oficial anuncia 100 millones de dosis de vacunas contra el coronavirus; los jubilados son brutalmente empobrecidos, pero la casta responsabiliza a sus también empobrecidos descendientes con su atención; tres niñas murieron aplastadas por un balcón en La Habana, hace un año, y el aparato de propaganda habla de fantasiosos planes de construcción de viviendas; Abel Prieto inventa que "un laboratorio yanqui" ha destrozado el discurso histórico cultural del régimen, pero obvia que los encandilados fueron alfabetizados por el totalitarismo que le paga; jóvenes cubanos acuden a dialogar al Ministerio de Cultura, y sus interlocutores los agreden.

Pero lo peor está por llegar. La mayoría de los cubanos empiezan a sufrir desnutrición y trastornos psicológicos, que se agravarán en los próximos meses, cuando se junten la escasez crónica, los nuevos precios neoliberales, la subida incesante del dólar en el mercado irregular y la torpe represión policíaca de los cobardes que desgobiernan. Menuda fiesta de jubilación para Raúl Castro Ruz, que en su pecado de despreciar la mano tendida de Obama y el perdón de los pacientes acreedores mundiales, llevará la penitencia de haber provocado mayor pobreza y desigualdad entre los cubanos.

Menos mal que los asaltantes al cuartel Moncada aseguraron que no dejarían morir al Apóstol, que hoy cumpliría 168 años, en su centenario. Menudo regalito de cumpleaños para José Martí Pérez, de ese grupito decadente que -en vez de servir a los nobles cubanos- son los capataces de la finca Castro Espín & Rodríguez López-Calleja.

Este miércoles, aquella imagen de Fidel Castro colocando su pistola encima de la mesa de la Biblioteca Nacional, frente a intelectuales y artistas, reafirmó la verdadera política cultural de la revolución cubana: Sometimiento a cambio de viajes y otras fruslerías, cada vez más escasas, porque la UNEAC está en baja como agencia de viajes para gusañeros ilustrados o crimen y castigo.

El ministro de Cultura es un empleado servil, torpe y zafio, pero prescindible; más ahora que -con su guapería- aguó la fiesta de colorines con la bandera cubana que perpetraba la dictadura en sitios representativos. Los verdaderos culpables de la tángana más reciente son Raúl Castro Ruz, Miguel Díaz-Canel Bermúdez y Manuel Marrero Cruz.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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