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Hijo de Batista: "Ha llegado el momento del cambio para Cuba"

No he vuelto a Cuba desde aquel fatídico 30 de diciembre de 1958. Ganas no me faltan, eso que conste y vaya por delante. Pero jamás quiero regresar a un país donde el respeto a los derechos humanos brilla por su ausencia y los principios democráticos son burlados un día sí y otro también.

Bobby Batista Fernández, hijo del general Fulgencio © Cortesía del entrevistado
Bobby Batista Fernández, hijo del general Fulgencio Foto © Cortesía del entrevistado

Este artículo es de hace 3 años

Roberto Bobby Batista Fernández (Nueva York, 1947) habla varios idiomas con acento neutro y con precisión de relojero suizo, pero con todo el cuerpo y una risa jacarandosa, que contrasta con sus modales de caballero francés, leal a su familia y amigos y apasionado del chocolate, como la mayoría de los cubanos, que se cruzarían con él en cualquier callejuela del mundo sin saber que es hijo de Marta Fernández Miranda y Fulgencio Batista Zaldívar.

Bobby tiene alma de jiribilla y aprovechó el encierro forzoso del coronavirus para rematar unas Memorias (Verbum, 2021) que cuentan ramalazos de su vida de viajero a la fuerza, sus estudios en Suiza y Madrid, donde el descubrimiento del sexo supone más angustia que placer, y que contrasta con las felices estancias en Madeira y Marbella, donde muere su padre repentinamente, en agosto de 1973.

Portada del libro de próxima aparición / Foto: Editorial Verbum

Pero el hijo cariñoso que pronto descubre el peso de su linaje, no evade el ajuste de cuentas con su padre; a quien critica por el golpe de estado de marzo de 1952 y la ruptura drástica con los comunistas, con quienes había gobernado con tal espíritu de cooperación que el propio Blas Roca no dudó en calificar a Batista de reserva de la democracia cubana y Carlos Rafael Rodríguez describió al General como un político cubano serio, reformador social y laboral, en su artículo La Plataforma de Batista y el Proletariado.

Los errores se pagan caros y nosotros, los Batista, los hemos pagado con creces. Por eso digo con orgullo: ¡Constitución, ahí está tu triunfo! Porque tu debido respeto implica continuidad, estabilidad, libertad republicana y jamás populismo espurio al estilo verde olivo, advierte Bobby en su libro atrozmente sincero, que es un viaje entre la ternura de los juegos infantiles, el trauma de la muerte prematura de su hermano Carlos Manuel, el deterioro de su madre, tras la muerte de su papá y ese niño que deambula en busca de respuestas porque tampoco consigue explicarse cómo llegó la noche a Cuba y a su vida.

Bobby, un nieto travieso de Fidel Castro Ruz, alardeó recientemente, corriendo en un Mercedes Benz. ¿Qué opinión te merecen ese tipo de actos?

Esas travesuras de un miembro de esa familia pueden calificarse de incoherentes. No corresponden al tan llevado y traído “dentro de la Revolución todo, fuera nada”, si tenemos en cuenta que su abuelo proclamó que era una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Desde luego es una conducta que no casa con el adoctrinamiento y el empobrecimiento espiritual y material al que sometieron y someten al pueblo cubano.

En diciembre, se cumplirán 63 años de tu salida de La Habana en un vuelo a Nueva York. ¿Cómo ves a Cuba ahora? ¿Valió la pena vuestro destierro forzoso?

Añoro a Cuba en la distancia, tengo grandes recuerdos de mi niñez en la patria. La Cuba de ahora es muy diferente. Como todos sabemos, es un país que sufre, hundido en la miseria y con gran ansiedad latente por liberarse de un régimen abusivo. Por otro lado, no creo que el destierro forzoso al que te refieres haya merecido la pena. Nuestro país en 1958 se situaba en el tercer lugar en el continente americano en cuanto a progreso y logros sociales. Esto no lo digo yo; lo dicen las estadísticas.

El exilio no tuvo razón de ser, ni para nosotros ni para el pueblo cubano. Se hubiera evitado la catástrofe si la oposición hubiese sido más constructiva y no destructiva, como hizo gala con el ataque al Palacio Presidencial (marzo 1957), asaltos a cuarteles e impidiendo la labor edificante de un régimen, que si bien había nacido de un golpe de estado, demostraba a la nación que podía brindarle adelanto económico y desarrollo social a todos los niveles.

En tus recuerdos apareces como un andarín Carvajal por medio mundo; siempre con una maleta a punto, desde 1959 hasta 1989, incluso después; ¿cómo has logrado superar esa condición impuesta de cubano errante?

Desde el principio me acostumbré a vivir en diferentes países. Para mí era lo normal. Hubo momentos en mi vida ya de adulto en que vivía con una maleta abierta delante de mí, pues no tenía techo definitivo. Parece increíble, pero así fue.

Sin embargo, esto me permitió emprender una conducta enfática para con el prójimo, pues me eduqué entre ciudadanos de múltiples países. Así aprendí a tratar a cada uno por su condición humana, por sus determinadas características y no por otros motivos. Debemos pensar cómo se desenvuelve un niño de once años que llega al exilio a un país prácticamente desconocido y que debe entonces aprender a sobrevivir en ambientes que le eran ajenos.

El 30 de diciembre de 1958, junto a tu hermano Carlos Manuel, llegas a Nueva York y sufres el primer acto de repudio del castrismo. ¿Vuestra salida de Cuba indica que tu padre ya tenía organizado el exilio o fue un acto precipitado?

Es una fecha inolvidable y me remito a mi libro donde queda descrita esa imagen desgarradora para unos niños de 11 y 9 años. Añadiría que la turba, cuando se desata, como fue aquel anochecer en el aeropuerto de Nueva York, no respeta edades y se salta todas las barreras con tal de lograr su fin que en este caso no era otro que herir a unos niños.

Quiero que quede bien claro. Si dañaban a unos niños, que nada tenían que ver con el delicado proceso político de aquellos días, qué podía esperarse de quienes llegarían al poder en las próximas horas.

Por conversaciones con mi hermano Rubén, tengo entendido que nuestra salida de Cuba se empezó a organizar hacia el 28 de diciembre de 1958.

Describes a tu familia unida por el amor y la cubanidad, incluso en la prematura muerte de tu hermano Carlos Manuel y el fallecimiento repentino de tu padre, pero confiesas sentirte -durante muchos años- aterrado por el peso de tu apellido paterno. ¿Tanto pesa el apellido Batista?

Roberto Batista Fernández / Foto: Cortesía entrevistado

El apellido ha sido muy productivo en numerosas ocasiones, tratándonos con respeto en la mayor parte de los lugares que frecuentamos. Aquí debo decir que mi padre en el exilio supo ganarse la simpatía de todos aquellos a quienes trató y en todos los lugares que frecuentaba era acogido con cariño y respeto.

También es cierto que hubo momentos en los que el apellido nos pasó factura y pienso que en mis Memorias abrí mi corazón al respecto. Lo que debemos subrayar es que todos los Batista nos comportamos con la debida respetabilidad y el prudente decoro hacia la memoria de nuestro padre. Nobleza obliga, no lo olvidemos.

¿Cuál es el origen de la fortuna de la familia Batista – Fernández, siendo tus padres de origen humilde?

Mucho se ha hablado al respecto, pero nunca se ha probado irregularidad ninguna. Pienso que mi padre, como todo ciudadano particular, tenía derecho a una vida privada llevando a cabo cuantos negocios lícitos nos permitiesen vivir en paz. No debe especularse en vano, no debe acusarse sin pruebas y no se debe manchar la imagen de un presidente que -ante todo- demostró un amor sin reservas por su patria.

Afirmas que tu padre se equivocó dando el golpe de estado de marzo de 1952 y sugieres que pudo equivocarse con su ofensiva anticomunista, pese a que venía de alianzas anteriores con ellos y habiendo sido elogiado por Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, entre otros. ¿Cómo llegas a esas conclusiones?

Esta es una pregunta dolorosa. El relato que hago de esta fecha, en el libro de próxima aparición, explica y analiza los acontecimientos que tuvieron por resultado esa decisión política. No soy partidario del Gobierno de marzo y opino que, aunque parezca inverosímil, mi padre debería haber seguido la alianza con los comunistas tal y como él la concibió en los años cuarenta. Fue entonces una alianza productiva que, de prolongarse en el tiempo, hubiera contribuido a la estabilidad democrática en Cuba.

Archivo Cuba ha documentado que 864 cubanos fueron ejecutados extrajudicialmente y 32 fueron desaparecidos durante la dictadura de Batista. ¿Conoces la investigación, qué opinión te merecen esas muertes y desapariciones?

Este es otro punto álgido. Se culpó a mi padre, ¿pero merecía este trato? ¿Quiénes eran los que ponían bombas, quiénes atentaban contra el orden público, quiénes atropellaban, mataban por las calles, cines y doquier? Lógicamente el gobierno debía proteger y amparar a la sociedad. Es lo que hizo y, si alguna vez erró, es porque la oposición en masa provocó una situación tan violenta que de alguna manera había que acabar con las atrocidades desbocadas por elementos indeseables. ¡Qué no se les haga pasar por otra cosa! El gobierno intentó resolver esta situación y hemos visto el resultado de aquella política nefasta que mantuvo la oposición y que desembocó en 63 años de tiranía y dictadura.

¿A qué atribuyes que tu padre nunca más haya podido entrar a Estados Unidos, ni siquiera de visita, habiendo vivido previamente en Nueva York, donde tú naciste, y en Daytona Beach?

¿No te parece una injusticia? ¿No fue mi padre el gran amigo, colaborador y defensor de esa gran nación? ¿Qué pasó para que el Departamento de Estado le haya negado a mi padre toda posibilidad de supervivencia política?

Me remito al libro del embajador Earl T. Smith, El Cuarto Piso, donde queda descrito el ambiente que injustamente llevó a mi padre al exilio. No hubo otro motivo para negarle la entrada que la perversión política de ese negociado que favorecía a los rebeldes, que eran los verdaderos enemigos de Estados Unidos, pero disfrazados de corderitos.

Y simultáneamente se le negaba a mi padre lo que justamente se le debía. Nunca hubo otro motivo por aquellos años para prohibirle regresar a nuestra casa floridiana. No obstante, y sin motivo alguno, se le continuó negando la entrada a un país donde había sido nombrado Hijo Predilecto de Daytona Beach, en 1956, sufriéndose ya el embiste de los rebeldes en suelo patrio.

Panteón familiar en el cementerio de San Isidro, Madrid / Foto: Lázaro J. Chirino Díaz

¿Eres tú el más francés de los Batista cubanos? ¿Por qué?

No lo soy; lo es mi hermana Marta María que, además, es profesora de francés, idioma que domina como lengua materna. En ella recae ese honor, pues enarbolar la bandera de estudios franceses es la mejor manera de honrar a esa gran nación que es Francia. Pero los Batista que cursamos estudios en la Suiza francesa tenemos una inclinación justificada por todo lo franco, porque cuando tomas el pulso a la cultura francesa jamás puedes desligarte de ella. Así de grande es Francia.

¿De tu admiración por Francia, nace tu inveterada pasión por el chocolate?

Mi pasión por el chocolate arranca en la niñez. Siempre fui muy goloso. Todavía recuerdo los cakes de La Gran Vía, en La Habana, y las tartas caseras de Taylor, nuestro cocinero. Más adelante, al marchar a estudiar a Suiza, el contacto estrecho con el chocolate helvético se incrementó. Entonces en el internado daban un chocolate caliente excepcional al que me aficioné con más pasión, si cabe.

Recuerdo a nuestra querida Madame Fortoul, la profesora de literatura francesa, historia y latín, a la que dedico unas páginas en mi libro, pasearse por los pasillos con una barra de chocolate entre dos barritas de pan lo que aguijoneó mi entusiasmo chocolatero. Entonces me dio por imitarla y, hasta la fecha, lo hago en casa.

Sin embargo, mi aprecio por Francia no es por el chocolate. Es debido al concepto de grandeur que Madame Fortoul supo inculcarnos por su país natal y por su dedicación a la literatura francesa que explicaba como si la estuviese viviendo. Páginas del teatro de Corneille y Racine quedaron gravadas en mi espíritu y las releo en cuanto tengo tiempo y a veces hasta las memorizo. En eso radica mi aprecio por lo francés.

¿A qué olía la biblioteca de la finca Kukine, por qué ese nombre?

Era muy niño todavía cuando estuve en Kuquine por última vez, pero lo que siempre me llamó la atención era el olor a libro, pues de todos es sabido que mi padre era un lector empedernido. En su biblioteca logró reunir una gran colección que espero haya sido guardada en algún lugar. Esa biblioteca es testimonio de la cultura de aquel que salió de la nada, que fue autodidacta y cuyo amor por el arte en todas sus formas es desconocido por la mayoría de sus compatriotas.

¿A que nadie conoce la afición que mi padre tenía por la ópera? Además de los libros escritos en el exilio como Respuesta y Piedras y Leyes, culminando una tarea que empezó en 1945 al publicarse su libro Sombras de América.

Por otro lado, el nombre de Kuquine procede de la manera con que mi madre se dirigía a mi papá, llamándole “mi Cuqui”, con C y no con K.

¿Cómo te enteraste que el comandante Camilo Cienfuegos rompió, con una patada, un cuadro de tu mamá, que encontró en el entonces Palacio Presidencial?

Me enteré por la prensa a mis pocos años. Fue un gesto depravado, sucio y cobarde. Mi madre demostró ser un gran apoyo en todas las obras de salud pública y beneficencia, como bien se ha documentado. Y más de una vez se lanzó a las aguas que invadían los pueblos de Cuba cuando eran azotados por un huracán. Todo esto también está documentado.

¿Has vuelto a Cuba, te gustaría; has hablado con algún funcionario del castrismo?

No he vuelto a mi patria desde aquel fatídico 30 de diciembre de 1958. Ganas no me faltan, eso que conste y vaya por delante. Pero jamás quiero regresar a un país donde el respeto a los derechos humanos brilla por su ausencia y los principios democráticos son burlados un día sí y otro también. Ha llegado el momento del cambio para Cuba.

Y no, jamás he hablado con un funcionario del castrismo, quitando la vez que acudí al Consulado cubano de Madrid para obtener un pasaporte porque por aquel entonces no tenía nacionalidad.

¿Cuándo acudiste al consulado cubano en Madrid para obtener tu pasaporte, tras renunciar a la ciudadanía americana para no ir a la Guerra de Viet Nam, fuiste bien atendido por aquel funcionario con quien hablaste?

Me trataron bien y el funcionario, competente en la materia, estuvo en todo momento correcto.

¿Cómo es la Cuba que tu sueñas; volverías a vivir a La Habana, aunque el colegio La Salle y tu casa de infancia, Kuquine, sean espejismos en la mente de un niño de 11 años que se aleja sin saber cuándo volverá?

Sueño con una Cuba en libertad, sueño con una Cuba con sus poderes ejecutivo, legislativo, y judicial separados; y sueño con una Cuba en la que los compatriotas nos demos la mano y construyamos el futuro brillante que se merece nuestra patria.

Los recuerdos de La Salle (colegio), Palacio (Presidencial), Columbia (Campamento militar) y Kuquine (casa familiar en Arroyo Arenas) no me dejarán jamás, son parte de mi ADN como se dice hoy en día. Son recuerdos estupendos de una niñez privilegiada cuando todo a mi alrededor era armonía, equilibrio y serenidad. Si vuelvo a veces la vista atrás es para recordar esa etapa con el agradecimiento filial hacia unos padres que, a pesar de las dificultades del momento, lograban que sus hijos tuviesen el desarrollo humano y escolar más conveniente.

Cuéntales a los lectores de CiberCuba la receta de la ensalada de lechuga y tomates con gelatina de menta; ahora que la cocina ocupa espacios de máxima audiencia en las televisiones de medio mundo.

Nuestra abuelita Carmita (que en realidad no era nuestra abuela, sino la secretaria personal de mis padres, que vivió con nosotros a partir de finales de los años cuarenta) era sumamente partidaria de todo lo americano. Cuando vinimos a Madrid, allá por el verano de 1965, Carmita dejó nuestra casa de Daytona Beach donde había permanecido desde la salida de Cuba y se reintegró al hogar familiar en Madrid.

Carmita visitaba los Estados Unidos por lo menos una vez al año y de Daytona trajo su creación culinaria, muy sencilla, que consistía en presentar platos individuales de ensalada de lechuga y tomate que rociaba de una porción equilibrada de aceite y vinagre. Encima añadía gelatina de menta que a nosotros nos divertía tanto pues nos parecía siempre un invento original. Tampoco sabíamos que era costumbre en gran parte de los Estados Unidos, sobre todo en territorio sureño. Todo muy sencillo, como los lectores de CiberCuba podrán apreciar.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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