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Gustavo Andújar in memoriam

Gustavo Andújar era uno de los pilares de ese laicado que no se resignó a la cultura de la mentira y de la muerte que bien distingue al comunismo de otras ideologías. Gustavo era un hombre que amaba la verdad y la belleza, que buscaba la excelencia.

Gustavo Andújar © Facebook / Arzobispado de Asunción
Gustavo Andújar Foto © Facebook / Arzobispado de Asunción

Este artículo es de hace 2 años

Conocí a Gustavo Andújar a principios de los años noventa, en esa época comencé a frecuentar la biblioteca de la Casa Laical "Julio Morales Gómez"; una institución recién inaugurada que brindaba al laicado habanero un espacio de encuentro fraterno y necesaria autonomía en el seno de una Iglesia que comenzaba a florecer después de un largo tiempo de silencio y santidad forzosamente anónima.

Gustavo era uno de los pilares de esa Casa, de ese laicado que no se resignó a la cultura de la mentira y de la muerte que bien distingue al comunismo de otras ideologías. Gustavo era un hombre que amaba la verdad y la belleza, que buscaba la excelencia, un tipo de persona que escasea y molesta en todas partes, pero de un modo particular en el totalitarismo marxista leninista, ese obstinado fracaso donde las personas inteligentes y sensibles sufren más.

Debo decir que simpaticé con él desde que lo conocí en aquellas reuniones del laicado habanero, admiré su cultura, su sentido del humor, su precisión conceptual, su apologética serena, su lealtad a la Iglesia. No siempre coincidimos en cuestiones de método, quizás porque su experiencia vital y la mía eran muy diferentes, pero siempre reconocí en él la
honestidad intelectual que he perseguido.

En la Casa Laical se reunía un laicado que se formó en el silencio y la excelencia, hombres y mujeres que creían en el diálogo como instrumento para encontrar la Verdad, una Verdad que lleva a los hombres hacia bien y la virtud. Creían que la Iglesia debía ser fermento de libertad y trabajaban con perseverancia para lograrlo, aunque eran conscientes de las limitaciones que impone una tiranía. A veces han sido juzgados con demasiada severidad porque no siempre se aquilata lo difícil que es permanecer en Cuba y anunciar la Esperanza contra toda esperanza, sembrando una arboleda de la que nunca verás los frutos.

Este laicado que conocí nada tiene que ver con los que han intentado convertir a la Iglesia en la tribuna de sus intereses, emparentado el afán evangelizador y civilizador de la Iglesia con los supuestos logros de una Revolución que no ha logrado nada. Enfatizando la existencia de un supuesto pacto social que nunca existió porque no puede haber pacto social auspiciado por el terror y la violencia. Invirtiendo recursos en la idea de que se puede homologar al exilio con la tiranía y colocar a las víctimas y a sus victimarios en el mismo escalón de miseria.

El laicado que conocí no creía en esto, lo mejor del laicado de hoy tampoco cree en esto. Gustavo Andújar creía en los valores de la libertad y del progreso, creía en un proyecto de nación para todos los cubanos sin exclusión, cuánto lamento que no haya presenciado, por unos pocos días, el despertar de esa Cuba nueva.

Una de las peores cosas del exilio es ver morir de lejos a los amigos, me consuela saber que me esperan al final del camino. Se marcharon sin ver el final de la tiranía, pero ruegan a Dios por nosotros y señalan el camino de la libertad desde el cielo.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Eduardo Mesa Valdés

La Habana 1969. Narrador y poeta. Miembro de la directiva de Cuba Humanista. Fundador de la revista Espacios. Coordinó la revista Justicia y Paz, y el boletín Aquí la Iglesia.


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