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Vociferar no resolverá el drama de Cuba

La notable decadencia cubana alcanza nombrar mal las cosas y actos de repudio contra el discrepante.


Este artículo es de hace 2 años

Uno de los mayores daños del totalitarismo castrista consiste en mantener a parte de la sociedad sumida en clave de monólogo totalitario, nombrar mal las cosas reiteradamente y acusar al prójimo de traiciones y herejías, especialmente cuando discrepa de discurso impositivo ajeno.

Aun cuando un cubano considere que otro yerra proponiendo un diálogo nacional, la conducta democrática contempla la crítica razonada, nunca la acusación o el insulto; armas habituales de la dictadura más antigua de Occidente, donde a la pobreza y desigualdad se malnombran como situaciones complejas, a los mendigos, se les llama deambulantes, a los daños, afectaciones, a la dolarización forzosa, MLC, y a los adversarios, mercenarios proyanquis y otros insultos del amplio catálogo represivo.

En paralelo a la profundización de la crisis política y económica de Cuba, vivimos una polarización de los extremos, donde cada uno se erige en juez del resto y reparte certificados de méritos a favor y en contra del tardocastrismo, siempre según el grado de adhesión ciega o discrepancia con la causa que muestre el devaluado rehén.

La opción de dialogar es tan respetable como la de no dialogar; y quienes discrepen de una u otra tienen todo el derecho del mundo a señalar fallos y debilidades, pero sin insultar a unos y a otros; convirtiéndolos en sospechosos de un hecho y de lo contrario; en una noria perversa e infinita que aflige a la nación.

Hasta hace poco, dialoguero era el insulto preferido de la radicalidad anticastrista; ahora ya la sola mención de la palabra diálogo genera una catarata de reacciones emocionales con epítetos malsonantes; mientras que la casta verde oliva y enguayaberada, usa el término mercenario contra sus oponentes.

¿Qué democracia será posible construir basada en insultos y descalificaciones mutuas; ¿qué principio político y ético faculta a un cubano para denigrar a otro?; ¿qué sentido tiene contaminar la razonable discrepancia y crítica con vituperios?

No hay naciones políticamente uniformes y, solo las más plurales, como Estados Unidos, gozan de mayor salud democrática y prosperidad; en contraste con esos paraísos de pobres, como Cuba y Corea del Norte.

Cuando un cubano descalifica a otro por su posicionamiento político, solo está reproduciendo el viejo esquema de Fidel Castro que -para justificar el unipartidismo hegemónico- argüía que José Martí había fundado un solo partido; como si los próceres fueran generadores de franquicias políticas; ya bastante desgracia comunista padece Cuba, para tener que soportar dos grupos de mujaidines contrapuestos e instalados en la ferocidad militante, que solo concibe el mundo a su imagen y semejanza.

En el bando tardocastrista abundan oportunistas y simuladores y en la facción contraria, quienes en la isla no se atrevieron a discrepar ni en pelota y viven necesitados de construirse convenientes biografías imaginativas; convirtiendo el aeropuerto José Martí en máquina del tiempo, como si el resto de cubanos fuera tonto y desmemoriado.

Desgraciadamente, la mediocridad no es patrimonio exclusivo del tardocastrismo y también anida en parte de sus oponentes; y los dos bandos patrullan vidas ajenas, persuadidos de la adhesión simplona, de la aniquilación del adversario, de la persecución del discrepante, del desprestigio del diferente, como armas de sus idearios políticos.

Solo hay que echar un vistazo al partido comunista y al gobierno y luego, voltear los ojos hacia el grupo de enconados oponentes, para constatar que se retroalimentan mutuamente por el cordón umbilical de la intolerancia y la mediocridad; incluidos maoístas actos de repudio, que parecían afrentas del pasado y han resurgido con fiereza dentro y fuera de la isla.

Cuando pasen los años, desde la nueva serenidad democrática, muchos cubanos contemplarán horrorizados a un paisano suyo vociferando: ¡Abajo los Derechos Humanos! y a otro que mientras gritaba ¡Patria y Vida! arremetía contra quienes enviaban ayuda humanitaria a sus hermanos en la isla, en medio del desastre sanitario, agravado por el coronavirus.

Cuba que atesora una larga trayectoria de ruina empresarial, alimenta su imaginario totalitario, con dos empresas de plantillas superinfladas: La CIA y el G-2; comodines para justificar el rechazo y la persecusión de unos contra otros; mientras la nación aguarda por una alternativa democrática que lidere las ansias de libertad de esos millones de ciudadanos anónimos que no cobran de la Inteligencia norteamericana ni de la Contrainteligencia castrista.

Pobre Cuba, tan atiborrada de militantes paranoicos y tan carente de demócratas serenos que apuesten por el goce de la discrepancia en una nación justa y eficaz que solo se parezca, geográficamente, a la vieja, donde algunos siguen empeñados en aplastar al diferente, en una perversa reafirmación de sus incapacidades, oportunismo, decadencia y miedos.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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