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Chucho y Paquito, virtuosos de Cuba

La imprescindible reconciliación cubana hizo vibrar el Botánico de la capital española.

Paquito D' Rivera y Chucho Valdés © Noches del Botánico / Ayuntamiento de Madrid
Paquito D' Rivera y Chucho Valdés Foto © Noches del Botánico / Ayuntamiento de Madrid

Este artículo es de hace 1 año

Los jueves sale la canalla temba de Madrid y adyacentes para evitar a los pepillos de viernes y sábados; primero se cena, como Dios manda, y luego ya cada grupo coge su ruta de bares y cantinas, donde siempre hay una penúltima copa, sobre todo anoche, cuando la calor subía por Gran Vía, bajaba por Castellana hasta Recoletos y rompía el termómetro en el Jardín Botánico, donde dos grandes de Cuba se abrazaron a saxo y piano limpios.

Paquito D' Rivera y Chucho Valdés saltaron a la fama con Irakere, pero ya venían de casa cargados de corcheas y descargas, de feeling y de bacalao con pan; con los padres de ambos como jefes inspiradores; luego la ida del primero los separó musicalmente, pero siguieron manteniendo el vínculo por encima de la siempre desafinada Seguridad del Estado, que usaba toscos micrófonos con forma de cebolla Made in RDA.

Una amistad a prueba de bombas que ni siquiera se interrumpió en los días saturnianos y tristes del Caribe, cuando la latitud geopolítica de ambos obligó a intercalar notas Octava y Ce; como parte del ruido mentiroso y destemplado que entra y sale de la vida cubana desde 1959, casi sin interrupción y con dolor agudo.

Chucho ya había sufrido el absurdo extrañamiento con su padre Bebo Valdés y no quiso repetir el error o concesión con Paquito, que tampoco estaba dispuesto a distanciarse del genio amigo que puso en Misa negra toda la melancolía que cabe en su corazón de hombretón con manos de mago.

La grandeza de Paquito D' Rivera no consiste solo en haberle vendido el cajetín a la afonía verde oliva, siendo un consagrado; sino en su coherencia frente al terror, sin dejar que la urgencia política contamine su brillantez apasionada, el mejor antídoto contra mediocres perseguidores, desconocedores del goce de la discrepancia y la armonía de rumbear con Dizzy Gillespie y las Hermanas Márquez, esas jacarandosas cubanas que llenaban escenarios en Nueva York y Tenerife y, todo, por medio peso.

El reciente disco I Missed You Too fue el hilo argumental del concierto, con la pianista brasileña Eliane Elías como invitada especial, y a la que Chucho ayudó a completar el disco Mirror Mirror, que no pudo terminar de grabar porque la muerte se llevó a Chick Corea, su compañero inicial de espejo de pianos.

Será un disco irrepetible, para escucharlo a diferentes horas; pero incompleto hasta que ambos no se suban a un escenario en La Habana y pongan al público a delirar con su manera de atacar la clave cubana, como esta vez, cuando Chucho escuchó la versión de su tema Chorriño, en el clarinete de Paquito y le mandó un whatshapp: Eres un fenómeno, compadre, todavía te extraño, y el aludido ripostó como solo saben hacerlo los virtuosos: I missed you too (Yo también te eché de menos).

Nada raro en un universo musical, con antecedentes parecidos como el de Blanca Rosa Gil, atacando a Oswaldo Farrés en un pasillo de la CMQ: Maestro, hágame un hit... Muchachita, tu crees que hacer una canción es tan fácil... Ay, maestro, no se haga, que usted, con tres palabras, hace un número; el mismo que tocaron Chucho y Bebo Valdés, durante su reencuentro en Nueva York.

Los españoles que anoche abarrotaron el Jardín Botánico de Madrid ignoraban muchas de estas claves, pero les dio igual porque, nada más sonar la banda, supieron que valió la pena desafiar el calor y aplazar cena y tragos para constatar que Dios tocó la cabeza y los dedos de Paquito y Chucho, dos virtuosos que derrotaron la barbarie a pura armonía, algo tan escaso en Cuba, como imprescindible.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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