Mientras millones de cubanos enfrentan apagones, escasez y una inflación galopante, Miguel Díaz-Canel y su esposa, Lis Cuesta, disfrutaron este jueves de un lujoso banquete en el Kremlin, cortesía de Vladímir Putin, en el marco de las celebraciones por el Día de la Victoria en Moscú.
En la mesa no faltaron los medallones de ciervo, filete de fletán, vinos selectos y hasta una tarta de mousse decorada con bayas doradas, según reportó la propia prensa rusa.
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Putin brindó por “la paz y la prosperidad” mientras los líderes presentes, entre ellos el dictador cubano, alzaban sus copas con entusiasmo.
Lis Cuesta fue vista sonriendo ampliamente durante la cena, con lo que parecía un abrigo de piel o una fina imitación, símbolo de esa “resistencia creativa” que tan bien predican ahora desde Moscú.

Todo esto ocurre mientras, en la isla que Díaz-Canel dice “representar”, los cubanos se enfrentan a un racionamiento extremo del pan en provincias como Guantánamo, donde ahora solo se garantiza un pan a niños menores de 13 años. Ya no hay vuelta que darle: en muchos hogares, el desayuno se volvió un acto simbólico.
Y si se prefiere cocinar, habrá que hacerlo con imaginación, porque en Sancti Spíritus el propio gobierno admitió el desabastecimiento de gas licuado, sin ofrecer una solución ni fecha para restablecer el servicio.
Desde los medallones de ciervo en Moscú hasta el pan racionado en Guantánamo, la distancia entre la élite y el pueblo cubano no se mide ya en kilómetros, sino en niveles de cinismo.
Pero claro, para el régimen, estas imágenes no son un escándalo: son “diplomacia”. Y si hay que posar sonrientes junto a un autócrata en guerra, brindar entre líderes que no enfrentan elecciones, ni escasez, ni apagones, ellos lo hacen con gusto y con postre.
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