Las ya rutinarias tandas de apagones vuelven a extenderse por toda Cuba justo cuando comienza el verano. Casi la mitad del país queda sin electricidad durante varias horas al día, en un momento en que el calor se intensifica y el malestar social se agrava. El régimen no ha logrado revertir la crisis energética: el deterioro de las plantas termoeléctricas, la falta de combustible y la nula inversión mantienen al país en la penumbra. En La Habana, las interrupciones eléctricas oscilan entre 4 y 7 horas diarias, mientras en otras provincias los apagones se extienden hasta 20 horas.
En paralelo, se suma un nuevo golpe al bolsillo y la conectividad: ETECSA impuso en mayo un tarifazo que encarece y dolariza parcialmente el acceso a internet. A partir de ahora, los cubanos solo pueden adquirir 6 GB por 360 CUP antes de verse obligados a pagar en moneda extranjera. Con el salario mínimo fijado en 2.100 CUP, ni siquiera trabajar un mes entero basta para garantizar unos días de conexión básica.
El impacto es brutal. Miles de personas que usaban sus teléfonos para informarse, estudiar o comunicarse durante los apagones ahora también quedarán desconectadas. La diferencia entre quienes reciben recargas del exterior y quienes no marca un abismo cada vez más profundo. “Es un apartheid digital”, denuncian muchos usuarios, obligados a elegir entre comida o conexión.
La indignación no se hizo esperar. Por primera vez en años, estudiantes universitarios de distintas facultades se articularon en una protesta coordinada, declarando paros académicos y exigiendo la marcha atrás del tarifazo. La movilización, que comenzó en la Facultad de Matemática y Computación de la Universidad de La Habana, se extendió rápidamente a otras como Psicología, Filosofía, Historia, Ingeniería y a centros en provincias como Villa Clara.
No fueron protestas callejeras ni masivas como las del pasado 11 de julio del 2021, pero sí significativas por su origen dentro de las universidades públicas, protagonizadas por jóvenes que crecieron bajo el sistema y que hoy reclaman con firmeza por sus derechos. La protesta por el acceso a internet destapó un malestar más profundo relacionado con la precariedad cotidiana: sin luz, sin agua, sin transporte, sin alimentos.
El régimen, lejos de rectificar, insistió en que “nada ni nadie interrumpirá” el curso escolar. Miguel Díaz-Canel justificó el aumento alegando que sin divisas frescas el sistema de telecomunicaciones colapsaría. En otras palabras, reconoció la bancarrota estatal y trasladó la carga a los ciudadanos. Con palabras vacías, dijo “no desear” la medida, pero la consideró “inevitable”, como si el pueblo tuviera alternativa.
Lo más leído hoy:
En lo que va de 2025, la isla vive un retroceso vertiginoso: colas más largas, tiendas vacías, apagones generalizados, desconexión digital, censura y desesperanza. Mientras los ancianos sudan en la oscuridad, los jóvenes pierden las pocas oportunidades que les quedaban. Sin luz, sin internet y sin futuro, los cubanos enfrentan un verano que no será solo cálido, sino sombrío y silencioso. El régimen sigue robando tiempo, derechos y dignidad a un pueblo cansado de sobrevivir.
Archivado en:
Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.
