En una declaración que ha sido recibida con escepticismo o ironía, el gobernante Miguel Díaz-Canel afirmó el viernes que “para lograr la construcción del socialismo es necesario tener un sistema económico bien estructurado”. La confesión fue hecha durante la clausura del IX Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC), celebrado en el Palacio de Convenciones de La Habana.
Aunque el evento se presentó como un espacio para el análisis técnico y propositivo, el tono dominante fue el de la consigna ideológica, la defensa del modelo y el llamado a la resistencia ante “la agresión del imperio”, mientras millones de cubanos enfrentan una realidad marcada por la inflación, el desabastecimiento y la desesperanza.
De acuerdo con el diario oficialista Granma, Díaz-Canel sostuvo que el documento discutido en el congreso debe convertirse en una “guía de trabajo” para apoyar el “Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía”. Una afirmación que, lejos de inspirar confianza, parece confirmar lo que muchos ciudadanos viven a diario: un país sin un rumbo económico claro y sometido a medidas improvisadas que han profundizado la crisis.
Desde la unificación monetaria hasta el fracaso del comercio en MLC, pasando por el aumento de la migración del talento económico al sector privado o al exterior, Cuba ha experimentado los efectos de una gestión que muchos especialistas califican de ineficaz. Ahora, en palabras del mandatario, se reconoce que “la economía no puede seguir siendo un terreno de improvisaciones” y que debe ser “ciencia aplicada a la justicia”.
Para el gobierno, fortalecer la empresa estatal socialista, reducir el déficit fiscal, ordenar el sistema cambiario y combatir la corrupción no son solo reformas técnicas, sino “trincheras de la Revolución”. Sin embargo, para el ciudadano de a pie, estas medidas no han logrado contener la caída del poder adquisitivo ni revertir la precariedad en los servicios básicos.
El discurso oficial sigue insistiendo en el bloqueo estadounidense como causa central del desastre económico, mientras omite autocríticas profundas sobre el modelo económico centralizado y el control estatal asfixiante. Ni una palabra se dijo sobre el impacto de la represión, la censura o la falta de libertades económicas en la situación actual.
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Algunos delegados de la ANEC hablaron de la necesidad de contar con análisis económicos objetivos, de evitar la improvisación y de promover retroalimentación real entre propuestas técnicas y decisiones políticas. Pero el espacio para el disenso sigue siendo mínimo, y el propio congreso concluyó con una Declaración Política reafirmando su apoyo al régimen y denunciando “campañas de desinformación” contra sus “logros en justicia social”.
No es la primera vez que el régimen apela a consignas y promesas para justificar su modelo. En ocasiones anteriores, Díaz-Canel ha recurrido incluso a citas de Lenin para pedir “paciencia” en la construcción del socialismo, mientras sigue culpando al embargo estadounidense de todos los males. Sin embargo, la población, cada vez más escéptica, ha respondido que lo que hay en Cuba no es un socialismo en desarrollo, sino un sistema obsoleto y empobrecedor.
Frases del pasado como la de Fidel Castro en 1990, asegurando que vendrían más personas “a ver el desarrollo social” que a disfrutar las playas de Cuba, han vuelto a circular en redes como recordatorio irónico del abismo entre el discurso oficial y la realidad: basura acumulada en las calles, edificios en ruinas y miles de familias separadas por la migración.
La falta de resultados concretos, sumada a un discurso oficial cada vez más desconectado del pueblo, ha dejado a muchos cubanos con una sola certeza: no se puede vivir de consignas.
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