El nuevo curso escolar en Cuba arrancará el 1ro de septiembre con una imagen que resume el drama cotidiano de miles de familias, cuando los niños deberán compartir una misma libreta entre dos asignaturas, símbolo de la precariedad y el desamparo con que la educación pública se enfrenta al 2025-2026.
En una Mesa Redonda transmitida el miércoles, la ministra de Educación, Naima Trujillo, reconoció lo evidente, la llamada “norma ajustada” recorta a la mitad la entrega de libretas.
Lo que en el lenguaje oficial suena técnico, en la realidad significa que un niño de primaria tendrá tres cuadernos para seis materias, o que en secundaria deberá partirlos por mitades para que alcance. Y si la familia no logra pagar los 200 CUP que cuesta una libreta en el mercado negro, el estudiante tendrá que arreglárselas como pueda.
Uniformes: entre la carencia y el mercado negro
El otro gran golpe llega con los uniformes. De los 3,6 millones de prendas necesarias, solo 2,3 millones pudieron producirse. La decisión oficial fue priorizar a unos pocos grados iniciales, dejando al resto de los estudiantes dependiendo de uniformes heredados, prendas remendadas en talleres de costura o el mercado negro, donde un uniforme supera los 5,000 pesos.
El propio ministerio admite que apenas el 20% de la matrícula estrenará uniforme nuevo en septiembre. El resto tendrá que esperar a octubre, y con suerte recibir una sola pieza. La escena absurda ya circula en los hogares cubanos: a una niña de quinto grado le entregaron una talla 20, pensada para adolescentes de secundaria.
Por otro lado, las autoridades celebran reparaciones en 816 instituciones educativas, pero detrás de esa cifra se esconde una verdad incómoda, la mayoría de las aulas abrirán con techos filtrados, ventanas rotas y pupitres deteriorados. Desde 2018 no ha sido posible reponer mobiliario escolar, y en algunos círculos infantiles los niños deben sentarse en el piso por falta de sillas.
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La promesa de 150,000 tubos de luz fría para mejorar la iluminación de las aulas llegará tarde. El 1ro de septiembre, miles de estudiantes comenzarán las clases en salones a oscuras o improvisados.
Asimismo, el gobierno anuncia con triunfalismo la llegada de nuevos libros de perfeccionamiento, pero solo tres grados, 2do, 4to y 8vo, los tendrán en sus manos. El resto de los estudiantes deberá continuar con textos viejos o, en el mejor de los casos, acceder a versiones digitales en un país donde conectarse a internet sigue siendo un lujo.
Una “fiesta” convertida en resistencia
El inicio del curso escolar, que debería ser una fiesta del saber, se ha convertido en un acto de resistencia para padres, maestros y estudiantes.
Mientras el discurso oficial exalta la entrega de costureras y maestros, las familias cargan con la verdadera factura de resolver cuadernos, comprar uniformes en el mercado negro, improvisar pupitres y rezar para que no llueva sobre aulas en ruinas.
Más que un triunfo, el arranque del curso 2025-2026 desnuda la crudeza de un sistema incapaz de garantizar lo más elemental. En Cuba, estudiar exige hoy la misma creatividad y sacrificio que sobrevivir.
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