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La Unión Eléctrica (UNE) confirmó que el sistema eléctrico nacional atraviesa uno de sus peores momentos en años, con afectaciones superiores a los 1,000 MW y varias termoeléctricas fuera de servicio.
Sin embargo, lejos de asumir responsabilidad por el colapso energético que paraliza al país, el régimen volvió a recurrir a su excusa propagandística más desgastada: el “bloqueo” estadounidense.
Según el comunicado oficial, las limitaciones financieras impuestas por las sanciones externas son la “causa directa” de la falta de combustible, los retrasos en el mantenimiento y la imposibilidad de modernizar el parque energético nacional.
"Sin fin del bloqueo financiero, no habrá estabilidad energética permanente", sentenció la empresa estatal en sus redes sociales, trasladando la responsabilidad de sus fracasos a las políticas de Estados Unidos.
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La narrativa repite el libreto conocido: sin divisas, no hay combustible; sin combustible, no hay electricidad. Lo que el gobierno omite es que, durante décadas, el sistema eléctrico ha sido víctima de la burocracia comunista, la mala planificación y el abandono institucional, no del embargo.
El pueblo cubano, exhausto de los apagones que duran más de 20 horas diarias en muchas provincias, percibe la realidad con otra luz. Las “restricciones financieras externas” son apenas una cortina de humo para tapar la desidia interna y el desvío sistemático de recursos destinados a la generación eléctrica.
Las termoeléctricas no colapsan por falta de dólares, sino por décadas de mantenimiento deficiente y obsolescencia tecnológica.
Cuba mantiene relaciones comerciales normales con decenas de países con capacidad tecnológica para recuperar la infraestructura eléctrica —entre ellos potencias aliadas como Rusia y China—, pero el régimen elige destinar los recursos disponibles a la construcción de hoteles y proyectos turísticos, mientras el pueblo sigue a oscuras.
Mientras el régimen se victimiza, los cubanos viven entre la oscuridad, el calor y la desesperanza.
Las promesas de nuevos parques solares o baterías de almacenamiento son recicladas cada año, pero el país sigue dependiendo de termoeléctricas envejecidas y grupos electrógenos que apenas funcionan. La supuesta “resistencia creativa” se traduce en inventos improvisados, cables pelados y generadores privados que solo pueden costear quienes reciben remesas.
El discurso oficial pretende presentar cada apagón como un acto heroico de resistencia frente al imperialismo. Pero la realidad es más cruda: el sistema energético está colapsado porque el castrismo priorizó la represión y la propaganda por encima del desarrollo. En lugar de transparencia y gestión técnica, ofrece consignas y culpas externas.
A más de seis décadas de “bloqueo”, Cuba no ha logrado construir un sistema eléctrico estable, eficiente ni sostenible. La causa no está en Washington, sino en La Habana. Cada apagón que sumerge a la isla en la oscuridad no es consecuencia del embargo, sino del fracaso estructural de un régimen que ha convertido la penumbra en su estado natural.
La verdadera luz que necesita Cuba no saldrá de una planta eléctrica, sino del fin del sistema que la mantiene a oscuras.
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