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Los solares de La Habana, el arte de dar vida a las ruinas

Con el paso del tiempo, en La Habana los solares han pasado a convertirse en dramática seña de identidad, la prueba más palpable de una ciudad que literalmente se cae a pedazos.

Entrada de un solar en La Habana © CiberCuba
Entrada de un solar en La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

Las casas de vecindad en Cuba ―más conocidas como “solares” o “cuarterías”― a menudo están fundadas en el origen noble y acomodado de los primeros moradores de grandes palacetes, imponentes residencias que acabaron convertidas en ruinas y en domicilio obligado de miles de personas que prefieren "eso" a nada.

Se trata de espacios que tras el abandono de sus dueños iniciales quedaron destinados a albergar a muchos cubanos que han acabado por vivir hacinados y con mínimas condiciones de salubridad en muchos casos.

(Foto: CiberCuba)

Cuentan los historiadores que algunos esclavos, una vez liberados, acabaron por ocupar las antiguas viviendas de sus amos cuando muchos de ellos se trasladaron hacia otras zonas de la ciudad, convertidas en focos emergentes de lujo y nuevas comodidades como el Cerro (siglo XIX) y posteriormente el Vedado (siglo XX).

(Foto: CiberCuba)

El resultado es que con el paso de los años, el cambio de foco urbanístico y el creciente abandono del mantenimiento constructivo, especialmente desde 1959, en Cuba los solares pasaron a convertirse en dramática seña de identidad, la prueba más palpable de una ciudad que literalmente se cae a pedazos.

(Foto: CiberCuba)

El resultado ha convertido a La Habana en un variopinto catálogo de solares que conservan ecos de esplendor en algunos elementos constructivos como azulejos, imponentes arcos y balaustradas que sobreviven en medio de grietas, agujeros, paredes que se caen y techos que son una ruleta rusa sobre las cabezas.

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Los solares abundan en varios municipios de la capital, entre ellos Habana Vieja, Centro Habana, Diez de Octubre, Cerro y también en Plaza de la Revolución, donde no es infrecuente encontrar solares justo al lado de mansiones residenciales reconvertidas en instituciones estatales.

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Un solar habanero es, sobre todo, un microcosmos, una experiencia singular, marcada por una enorme cantidad de estereotipos que han sido ampliamente representados en el cine, la televisión y el teatro cubanos.

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Se trata de espacios heterogéneos en los que a fin de cuentas convive todo tipo de gente y se generan todo tipo de experiencias.

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El gran portón de entrada, con señas de una grandeza marchita a menudo devenida en ruina, es el gran umbral que marca la entrada a cualquier solar. La entrada a menudo da lugar a un pasillo que frecuentemente desemboca en un patio interior, lateral o central en torno al cual se ubican las viviendas.

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Se trata de viviendas apiladas sin orden ni control, obedeciendo simplemente a la inercia de sus orígenes, en muchos casos añadidos sucesivos que acaban conformando ese Frankenstein urbanístico que es toda casa de vecindad cubana.

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La mayoría de los solares habaneros tienen dos o más pisos, a menudo presididos por una escalera que también puede guardar algún indicio de lejano esplendor.

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La mayor parte de las viviendas ubicadas en solares están asociadas a la humildad económica de sus moradores, que dista en buena medida de la primera acepción que tiene el término “solar” en el diccionario de la Real Academia Española, que remite a “linaje noble”.

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No obstante, también es cierto que en el interior de algunos solares habaneros los residentes de esas singulares viviendas han conseguido habilitar espacios agradables, gracias a la imaginación y también a la inversión de recursos, que han transformado no pocas casitas en sitios coquetos, aunque siempre deban atravesar el pequeño infierno exterior antes de llegar a sus minúsculos paraísos.

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Sin embargo, la pobreza y el abandono siguen siendo el factor común de buena cantidad de solares: paredes llenas de grietas, techos que no resisten más aguaceros y vecinos que son capaces de arriesgar sus vidas con tal de defender un pedazo de techo que consideran propio.

Los solares habaneros se resisten a abandonar las señas de identidad que se han ido forjando a lo largo de décadas y que ilustran también la mirada más exótica o pintoresca que se ha ido creando desde los medios: ropa tendida, tanques de agua, cables colgando por todas partes, niños jugando, mesas de dominó, tambores, rumba, peleas, y gritos.

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A ello se suma incluso algunas veces, graffittis y hasta algún retrato del Che Guevara como testigo mudo, y de excepción, del Hombre Nuevo y sus nefastas circunstancias.

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