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Dedos anónimos en las llagas cubanas

El tercer inning de la transición cubana ha puesto el acento en un exceso regulatorio que agravará aún más la crisis cotidiana de los cubanos.

Calles de La Habana © CiberCuba
Calles de La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

Cubanos anónimos están poniendo sus dedos en las llagas cubanas, aprovechando los debates programados del borrador de nueva Constitución y desmintiendo a todos esos que desde el exilio y el inxilio niegan el pan y la sal a sus hermanos de la isla, como si fueran solo un hato de borregos domesticados.

Esos cubanos son expertos en aprovechar las rendijas que ofrece la dictadura y, sin algarabía, sugieren que la nueva Carta Magna establezca que los ciudadanos puedan vivir de su salario y que los nacidos en la isla puedan invertir y crear empresas y riqueza.

Otros muchos comparten estas tesis, pero aún están paralizados por el miedo y la certeza de que los que hablan en momentos claves deben asumir las consecuencias de su civismo y que el tardocastrismo sigue disponiendo de un amplio abanico de opciones para reprimir a los incómodos, según el grado de incomodidad que les genere su planteamiento.

Hace unos días, tras ser liberado de una retención, el artista Luis Manuel Alcántara contaba que los gedosianos le habrían dicho que “aquí no puede pasar lo de Nicaragua”. Revelación del miedo que corroe a la cúpula cubana y a su estructura represiva, obsesionada con apagar las chispas que puedan generar incendios incontrolables porque los militares cubanos no van a disparar contra el pueblo.

La cúpula, como la canción, está partida en dos: los abuelos alérgicos a los cambios por razones biológicas y los cincuentones que no saben cuál es el ritmo que deben imprimir a las reformas para conseguir contentar a la gente y aflojar la tensión, pero evitando que el ritmo los arrolle y los deje bailando con la más fea en la hora de los mameyes.

El entorno regional e internacional tampoco contribuye a un ritmo sosegado de reformas estructurales porque Cuba carece de aliados efectivos y una parte de la izquierda mundial y regional –por fin- está pidiendo a gritos que se condenen los abusos en Nicaragua, Cuba y Venezuela.

El tercer inning de la transición cubana ha puesto el acento en un exceso regulatorio que agravará aún más la crisis cotidiana de los cubanos y en otoño seguirá la estela represiva con nuevas medidas contra los transportistas privados, pese al aviso de la prensa oficial de que el transporte público es un caos y condiciona las vacaciones veraniegas.

El turismo, pasado el efecto Obama, vuelve a sus niveles habituales, comprometiendo las inversiones con prisas que algunos gusañeros retornados y extranjeros con familia o testaferros acometieron; creyendo que los yumas habían llegado ya. Y los yumas, como en la película “Bienvenido, Míster Marshall” pasaron de largo por esa combinación saducea del duro Trump con el miedo de Raúl Castro.

Pero como la gente de a pie, tiene que seguir sobremuriendo y ya no siente presa del compromiso ideológico que la ató a cambio de medicina y educación gratis, los jodedores se pusieron a darle cabeza al agua del coco y, mira por donde, descubrieron que la Constitución en ciernes no garantiza vivir decorosamente con el salario y que los cubanos no pueden ni montar moto acuática en una isla con kilómetros de costa y playas.

Los burócratas amaestrados, que guiados por Homero en esa Ilíada del Palacio de Convenciones hicieron el paripé, no cayeron en que cubanos anónimos los iban a dejar en ridículo en un par de reuniones; pese a las prisas de Raúl Castro, que faltó el respeto al parlamento al pedir que se acelerara el debate porque llevaban mucho tiempo, dijo señalando al reloj, e iban por el artículo 15.

La actitud del General de Ejército obedece a la lógica de tener todo el poder durante muchos años, pero revela la incomodidad del tardocastrismo cuando se trata de cubrir el expediente y la cobardía de los diputados, incapaces de reclamar todo el tiempo necesario para abordar lo que afectará, de una manera directa, la vida de los cubanos en los próximos años.

Raúl Castro quiere jubilarse tranquilamente, sabe que tras su muerte, se pondrán en marcha los cambios reales, salvo que La Habana no aguante más y se adelanten a su jubilación del partido comunista, incluso con un congreso extraordinario. Pero su guión sueña con controlar el proceso hasta su muerte y que luego, los cincuentones lidien con la terrible herencia que les deja.

Las dictaduras suelen controlar el show mientras el simulacro ocurre en los escenarios pautados, pero una vez que los documentos salen a la calle, la gente asume indiferencia, crítica o le busca las cuatro patas al gato, sabiendo que el gato es martiano, fidelista y miliciano, pero cojea.

De ahí esas sencillas sugerencias de cubanos anónimos, una empleada del hotel Copacabana que reclamó un salario real y la de otros muchos de dejar que los cubanos inviertan en Cuba. Aspiraciones tan sensatas que ponen en peligro toda la escenografía tardocastrista de apoyo masivo y entusiasta a la nueva Constitución.

El problema es que con las constituciones contaminadas ideológicamente no se come y la gente normal quiere, y necesita, desayunar, almorzar y comer con sosiego y no tener que estar robando e inventando un día tras otro para suplir las carencias de un salario injusto y atropellado por la doble moneda, una ocurrencia costosísima para Cuba.

Cuanto más tarden los cincuentones en asumir las riendas y acometer las reformas impostergables que duermen desde hace años en las gavetas; peor será la salida cubana a la crisis impuesta por el totalitarismo.

Ya pueden los bardos solemnizar el cerco y juntar diatribas contra el discrepante, el apático y el opositor; todos ellos -con matices- son la mayoría de los cubanos, frente a una minoría acobardada, desprestigiada e incapaz de generar libertad, riqueza, y justicia social.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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