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Memoria del Exilio: Cómo nació Viva Cuba, toma dos

Así que - para conocimiento y pesar de los acérrimos y obtusos nacionalistas - debo confesar que VIVA CUBA es, en verdad, una película franco-cubana-norteamericana.

Fotograma de Viva Cuba © Cortesía del autor
Fotograma de Viva Cuba Foto © Cortesía del autor

Este artículo es de hace 4 años

A Locarno arribamos al mismo tiempo que el resto de la delegación que venía de la isla.

Creo que fue una de las más numerosas en la historia del ICAIC.

Invitaron a una pila de gente.

Éramos como quince entre artistas y funcionarios.

Milán fue mi entrada más cercana, pues está a escasas dos horas de la bellísima ciudad suiza.

En el aeropuerto, nada más salir por una puerta, encontré un cartel indicando la salida hacia la urbe italiana, tirado en el piso. Parecía que estaban reparando la zona. Y como desde hacía mucho recopilaba señales públicas abandonadas, cargué con aquello - bastante pesadito, por cierto - hasta que volví a la Habana y pude colgarlo, como parte de mi colección de pasquines, o anuncios, recogidos en plena calle. *

* Entre las que figuraban, el de la vía donde residí en Oberhausen, Alemania, llamada GUSTAVSTRASSE; un cartel de la calle MADRID, en la colonia Roma, del Distrito Federal mexicano; rótulos de arterias de la Habana Centro, pero sobre todo Vieja - el que más gustaba era el de PERSEVERANCIA - y el anuncio arrancado, con fiereza y resolución, en plena madrugada, de uno de los espectáculos más bellos que he visto en mi vida - y puedo darme, con un canto en el pecho, de haber visto, mucho con demasiado, bueno y bastante, aunque no me baste - el CIRCO RONCALLI. El único en su clase que no utiliza bestias amaestradas y hasta he sabido que experimentan, actualmente, con la presencia de animales, pero, sólo a través de imágenes holográficas. Allí aluciné.

Era verano.

Y en Suiza - durante ese año, cuyo número me cuesta recordar, con saña vieja, en particular - se había desatado una cruenta y asfixiante ola de calor.

- Mira tú, la suerte del desgraciado - se me quejaba una de las funcionarias que iba al frente de la comitiva caribeña, mientras yo la escuchaba, partido de la risa, por dentro - Llevo dos años preparando este viaje - pues ella era la que lo había coordinado todo - para escapar del calor cubano y me toca este castigo. ¡Qué salación, madre mía, qué encarne la del calor conmigo!

De verdad que era lacerante y contraproducente. Pues, puedo aseverar que ese agosto, fue mucho, pero mucho más, caluroso en ese cantón del Tesino, que en las barriadas de la Habana.

Además - para ponerle la tapa al pomo - los suizos, están, super bien, preparados para enfrentar los más duros inviernos, pero, al parecer, hasta esos días, no conocían el ardor de la caliente cotidiana.

El más tórrido de los estíos azotaba a Europa.

Las habitaciones del bellísimo hotel, con vista al apacible Lago Mayor y a unos Alpes, derretidos, no tenían - absolutamente ninguna - aire acondicionado. *

* El sopor fue tal, que hubo que avisar al director de producción del ICAIC - quien padecía y arrastraba un excesivo volumen corporal y estaba también invitado al evento - para que se trajera, desde su casa en el Vedado, un par de ventiladores, con los cuales viajó y pudo mantenerse - más o menos fresco - en medio de esa ardiente situación. Y en Milán, supimos que - en todas las tiendas - se habían agotado. El viejo continente ardía en llamas, aquello parecía sartén.

Sólo había un ventilador en la recepción del albergue.

Que - desde la primera noche - desapareció, subrepticiamente.

¡Faltaba más, viniendo nosotros de la amarga experiencia que tiende el subdesarrollo, en la mayor de las Antillas, con su eterno, agobiante y socialista verano!

El aparato “de lenta rotación”, se mantuvo - durante todo el evento y hasta nuestra salida del alojamiento - encerrado en el closet de la habitación que me habían designado.

Lo ocultaba en mi maleta, cuando salía a la calle, con llave y candado.

Sólo lo sacaba de ahí para dormir por la noche.

Y, aun así, las gotas de sudor me corrían y me mantenían despabilado.

La única solución posible fue abrir, de par en par, las ventanas del balcón y acostarme, encuero, en pelotas, tirando el colchón para el piso.

Yo no sé si aquello fue como el anuncio lumínico de una casa de putas, pero, lo cierto y agradable es que, durante todo el tiempo que duró el certamen, mis apetitos sexuales se saciaron, profusamente, a gusto y a vistas de todo público.

Tropicana en pantalla panorámica, ¿qué mejor propaganda para Cuba?

Eso potenció que nuestra ya habitual sensación de plenitud e independencia, se exacerbaran extra considerablemente. *

* Pensando pura y freudianamente.

Es decir, que circulé, aún más, suelto y sin vacunar, tirando - literalmente - la casa por la ventana.

En palabras, sabrosamente enunciadas, se me declaró el “a guaracharrrrrrrrrrrrr”.

(breve pausa para comerciales)

Amén de la proyección de una selección de películas de nuestro país, el popular festival centroeuropeo, había previsto una especie de conferencia de prensa, donde cada realizador se presentaba en público, debiendo dar detalles, por arribita, de un futuro proyecto a realizar.

Luego, en la tarde, se programó un encuentro con productores, organizado de una manera muy singular, pues, cada productora, o posible mecenas, se sentaba en una mesa diferente. Y cada cineasta debía rotar, de uno a otro, contando, ya en detalles, un esbozo de sus delirios y necesidades, para tratar de convencerlos de la validez de su apuesta y, por ende, de su coproducción.

Debo hacer un alto para apuntar que, desde hacía mucho tiempo, me movía por el mundo - y todavía lo hago - portando siempre conmigo, a mi adorado Elegguá* - a quien, en definitiva, terminamos dedicando la película - que no es nada pequeño y al que presentaré visualmente cuando cuente la aventura vivida por VIVA CUBA en Cannes.

* Nunca supe cómo se las arreglaba - antes del 11 de septiembre y el ataque a las torres gemelas -para viajar en primera clase. ¡Hubo veces que las aeromozas me lo arrancaron de las manos, amablemente, para resguardarlo en un posición más cómoda o privilegiada!

Pero, ese es un cuento que contaré, más adelante, en alguna crónica futura.

En Locarno teníamos mucho tiempo libre y entre otras cosas, alguien, no recuerdo quién, me invitó a una playa nudista.

¿Cómo? - me dije inicialmente - si Suiza no tiene costa a ponto alguno.

Igual, no me lo pensé dos veces y para allá fuimos, como Juana que se despetronca.

Playa que no era tal orilla, ni tampoco litoral - aunque pude zambullirme también en el lago ubicado frente al alojamiento - sino un tímido desfiladero de agua, proveniente de un riachuelo, entre las montañas que, a veces, caía en pequeñas cascadas y otras se estancaba en nimias pocetas.

Un agua fría como carajo, casi hielo.

Mas, tirados sobre enormes piedras lisas, tomaban el sol, aisladamente, cual camaleones de la zona, una pila de maricones.

Estaba la playa divina, todo el mundo estaba en la playa.

Y, como hace Vicente… donde va la gente… ¡Allí mismo me encueré!

Era todo un espectáculo, aquello, donde por supuesto, había mucho cruising, es decir, levante, ligue, zorreo, calentura o “explotación del hombre por el hombre”.

A pleno sol.

Todo con mucho respeto, nada de potajera, tumultos, obscenidades, o excesos.

Y antes de irnos, concertamos un calinoso homenaje a Matamoros, que concretamos, luego más tarde, en la noche. *

* Como Hilarión fui entonando “una morena y una rubia…”

Así que, la mañana más importante del evento, que caía en domingo, me agarró fresco como una lechuga, saciado y más que realizado, casi consumido, pélvicamente.

- ¡Eso es importante! - me celebraba la misma funcionaria acalorada. Fue allí que me enseñó a usar y reconocer, en algunos, la expresión - que es sensación - conocida como PINGUSTIA.

Humberto Solás, en cambio, no me quiso creer cuando lo conversamos durante el desayuno. Lo achacó a mi histrionismo, o a mi capacidad de fabulación.

-Ay, Humberto, entre que me creas, o no, me da lo mismo. Sarna con gusto, es más rica.

Lo dejé con la palabra en la boca y me fui a la misa de la pequeña iglesia del lugar.

A limpiarme de pecados, ja, ja, llevaba una jaba.

Las campanas me saludaron a la entrada.

Y vi caer al jefe de la delegación cubana, acompañado por su secretaria esposa, ya bien iniciada la ceremonia.

Ellos mismos, después, no querían creer que pusiera a mi inmenso dios afrocubano, sobre la mesa, en la conferencia de presentaciones y que - rogando porque le abriese un amplio camino al cine cubano - le encendiese una vela, antes de relatar sucintamente los proyectos futuros que me animaban.

* Humberto apagó la vela cuando le tocó su turno. ¡Qué pena!, pensé. Yo había abogado por todo el mundo.

Completábamos el show, “emperifollado” con collares de santería - nada trabajados por santero alguno, es decir, puros vestuario y utilería - que produjeron una fuerte impresión, entre unos pocos miembros de la delegación nacional. Pero, causó una gracia exótico-folclórica en la de los no cubanos.

Además de mi característica presencia con sombrero alado, pequeños espejuelos redondos de sol, mi bolsa con cascabeles bulliciosos y - como pintaba la ocasión - tratando de aplacar la combustión ambiental con una vistosa y colorida penca africana, que me había agenciado cerca de Montmartre.

¡Pasar inadvertido hubiese sido imposible!

Lo que no se anuncia, no se vende, ¿no?

Después de una tibia recepción - donde no hubo ni croquetas - fue, entonces, el encuentro privado con cada uno de los productores invitados, entre los que figuraba, únicamente, un norteamericano.

Para más datos, buen mozo, con pinta de buena gente y a todas luces - según mi sexo sentido - gay.

¡Mi gente!

Cuando me tocó su turno, después de una pequeña introducción y antes de contarle algo sobre nuestra propuesta, el “yuma” - declinaré mencionar su nombre, pues se ha convertido en una importante figura de éxitos internacionales de televisión - me sorprendió, callándome con una pregunta inusitada:

- ¿Tú crees que yo pueda ir a Cuba con mi novio?

Los ojos se me abrieron más que las ventanas del balcón.

La puerta estaba abierta y me la abría el más indicado de los arqueros.

- Yo llevo años con el mío allá y nunca he tenido problemas - le hice saber enseguida, para, acto seguido, alumbrarle, un poco más, la mollera, con mi rápido consejo - Pero, te recomiendo que, si vas a Cuba, vayas, precisamente sin tu novio. Pues opciones de recreo y solaz esparcimiento no te van a faltar. Te lo aseguro. Si quieres, quedemos en contacto.

Risa mediante, se estableció una confianza que duró, después, por mucho tiempo.

Y ya muy relajados me pidió que le contara lo que tenía para él.

- Nada - le contesté - Mi amistad si te cuadra - agregué - Pero, quisiera pedirte un favor, si no te es molestia.

- Tú dirás - me conminó a contarle.

- ¿Tú ves toda esa gente que está esperando ahí para reunirse contigo? Todos buscan enganchar al americano para que sea su productor. Si a ti no te interesa ninguno de sus proyectos, yo te pido, encarecidamente, que digas que te complace el mío, aunque no lo conozcas, ni tampoco sea de tu incumbencia. No sé por qué me divertiría mucho, verles las caras rebosando de envidia, ja, ja.

Y el gringo se prestó al juego.

Nada más hice levantarme de la mesa, anuncié a toda voz.

- ¡Señores, pesqué al yuma y es mío! ¡No quiero cuento!

Y un manto de tirria, tiña, dudas, malditas miradas y celos se tendieron apabulladas sobre mi cabeza.

No pasó más nada.

Ni hubo nada más.

Con el amigo americano nos vimos esa noche en una discoteca y comentamos, muertos de risa, la inocente trastada.

Pero, hasta ahí.

Regresé a Cuba, igual de feliciano, mas, completamente desorientado.

No sabía cómo continuar levantando, ni siquiera un cortometraje.

Y, pasado un mes después de aquel encuentro helvético, mi teléfono timbró en la Habana.

Era el productor norteamericano.

Anunciándome que él sí estaba interesado en ayudarnos a conseguir financiamiento para esa película con niños.

Y que creía que lo tenía en sus manos.

¡Que nada es imposible y sólo hay que creer en las sorpresas!

Por supuesto, había que sortear las barreras impuestas por el embargo norteamericano a la isla, pasándolo todo a través de Francia.

Así que - para conocimiento y pesar de los acérrimos y obtusos nacionalistas - debo confesar que VIVA CUBA es, en verdad, una película franco-cubana-norteamericana.

Pero, en esos tiempos, nadie podía saber nada.

Ni de un lado, ni de otro.

¡Qué absurdo!

Y así comenzó la carrera indetenible por lograr hacer nacer, valer y dar a conocer nuestro filme.

¡Jamás calculamos todo lo que vino después!

Pero esa es, también, otra historia que haré otro día, más adelante.

Sólo puedo adelantar que el primer reparo - en el lugar que nací con su más dañino, e imperecedero, bloqueo bruto interno - fue ¿por qué no VIVA CUBA LIBRE?

Desde entonces, mi respuesta siempre ha sido la misma.

- ¿O VIVA MOJITO?, ¿o VIVA DAIQUIRÍ?

(dedicado a mi antiguo, cercano y bienquisto amigo Jorge García Bango que me lo reclamó encarecidamente)

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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