APP GRATIS

Canallas de papel higiénico

En un país donde más de 60 mil cuentapropistas entregaron sus licencias en el primer cuatrimestre de 2019, Oni Acosta Llerena pide que los bares privados sean privados de poner la música que les de la gana y que los músicos no avalados por “las instancias competentes” no puedan ser contratados.

Exteriores de la Unión de Periodistas de Cuba © CiberCuba
Exteriores de la Unión de Periodistas de Cuba Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

Durante al menos seis años, yo coleccioné páginas de periódicos cubanos. No era el diario completo. Era apenas una página por lo general. Su contenido me gritaba ser coleccionado. Algún artículo, algún editorial, algún reportaje que de tan insufrible o abyecto o despiadado me permitiera convencer a mi hijo o mi nieto, muchos años después, del tamaño de la infamia que vivimos y que de tan aberrante podría ser carne de sospecha: “Este se lo inventa”.

Así tenía, espoleando un poco a mi memoria, aquel resumen a página doble publicado en el año 2000 donde el diario Granma resumía lo más relevante del arte y la creación del país en el siglo que recién terminaba. Aquello inspiraba desalfabetizarse: dolía la pupila de leerlo. En el apartado Literatura, rezaba más o menos así: “Nunca antes las letras cubanas gozaron de mayor salud y de una política tan incluyente como después de 1959. Dos escritores cubanos, Alejo Carpentier y Dulce María Loynaz, merecieron el Premio Cervantes.”

Son unos cracks de la jeta innoble, del caradurismo universal. Así que dos Premios Cervantes. Y no tres. Cabrera Infante no nació en Gibara, no creció en La Habana, no fue agregado cultural incluso, incluso, en Bruselas, de la naciente Revolución Cubana. O no ganó el Premio Cervantes como he leído por ahí. La magnitud de la burla es de campeonato: el mismo párrafo que presume de inclusividad, excluye.

Yo guardaba cosas así, como el Editorial cuando el fusilamiento de los escapistas de la lancha “Baraguá”, el resumen transcrito de aquella comparecencia de Fidel Castro donde se burló de los ventiladores armados con motores de lavadora, los mismos con los que llevábamos par de décadas aliviándonos el sopor; ciertas perlas de Pedro de la Hoz. Fechorías por el estilo.

Pienso en aquella manía que tuve como una forma de amenaza soterrada. Un recordatorio para escribanos infames, para alabarderos, oportunistas, chivatones, cobardes de internet mercenaria; un guiño de víctima que a pesar de todo sonríe como quien dice: “No se nos va a olvidar”.

Porque no se nos debería olvidar. La tradición canallesca de la seudo prensa cubana, su abyección sin límites ni pudor, su servicio descarado a los poderosos para amedrentar, justificar, oprimir, debería tener su apartado en el Juicio de Nuremberg que los cubanos deberíamos reeditar alguna vez. Sea simbólica o literalmente.

A quienes me lean hoy mismo en la isla: el Granma de este 5 de agosto tiene una página que merece formar parte de ese archivo de la ignominia. La página va adornada por un textículo llamado “Música y nocturnidad: ¿vampiros al acecho?”. Guárdenla, les pido.

Está firmada por un oscuro tecleador de idioteces mal pagadas a quien dos cosas le causan escozor. Solo dos. Una es la verdad, y otra es su nombre. Se llama Onailimixam, pero él se anuncia como Oni. Con el trabajo que pasaron sus padres para sacarse de la chistera ese prodigio creativo con forma de nombre, ¿a que sí? Maximiliano al revés. Dime cómo se te quedó el cerebro con esta genialidad Made in Centro Habana, el barrio donde nació y creció el pequeñín Onailimixam. El mismo que hoy, desde las cámaras de la televisión nacional y desde el pasquín Granma se encarga de mantener viva la llama del odio contra el famélico sector privado del país.

No pretendo extenderme demasiado en este ejercicio de bribonada oportunista, de verdad. Esto es como el detritus radiactivo de Chernóbil: si te expones demasiado, si te pasas de minutos, te forma el acabose celular. La mierda contagia, de veras. Solo quiero apuntar que en un país donde más de 60 mil cuentapropistas entregaron sus licencias en el primer cuatrimestre de 2019, sus negocios con el rigor mortis de los cuerpos insalvables, Oni Acosta Llerena pide a lágrima viva que los bares privados sean privados de poner la música que les de la gana y, más vomitivo aún, que los músicos no avalados por “las instancias competentes” no puedan ser contratados para funciones privadas y ni siquiera sus obras puedan ser reproducidas al descuido.

En la Cuba que “Oni” preconiza, el Benny habría sido el limpiabotas con mejor garganta del Caribe. Solo eso. Ni un peldaño más. “El mensaje no puede edificarse en que prevalezca la ley del mínimo esfuerzo ni tampoco ponderar o vitorear al que no estudió y ahora mal hace canciones de moda”. Así reza el penúltimo párrafo del texto que le brotó a Onailimixam de los intestinos y que, desde luego, encontró inmediato espacio en un diario hecho a su imagen y semejanza.

Un esperpento que se hace retratar con guayabera y bermudas, que exhibe 10 especialidades, distinciones o empleos en su muro de Facebook (la chealdad revolucionaria confunde una red social con un curriculum vitae) y a quien su nombre de pila le parece atroz -que lo es- pero que Oni Acosta le parece mejor, ese mismo atizador de bajas pasiones y de estupidez institucional, es uno de los cancerberos del bueno gusto y el progreso nacional.

Y este lunes se rasca un intestino y le nace el texto de los vampiros al acecho (así define a los dueños de bares que no ponen la música que él estima conveniente), pero la semana anterior nos deforma la realidad de las colas por gasolina en La Habana: no es escasez, no es desabastecimiento nacional. Es culpa de los trabajadores del servicentro de 23 y 28, por ejemplo, en el Vedado, que hicieron mal manejo de la cola y de los servicios.

Pero antes que Oni y sus mamarrachadas fue la susodicha que nos contó la verdad detrás de la espuma: las cervezas faltan porque los cuentapropistas sobran. Y antes que esta estuvo el soldadito de barba rala, pútrida imitación de Fidel, que redactó aquel libelo acusador contra Leinier Domínguez y dio marco teórico a la censura nacional. Son reciclables. Nunca se gastan porque el totalitarismo sabe cómo revivirlos cada vez. El miedo es una cosa muy jodida. Y el servilismo en tiempos de crisis, también.

Pero merecen ser guardados en hemerotecas. Y que algún día las puertas de esas hemerotecas sean custodiadas con el mismo celo con que defendieron los alemanes aquellos archivos que la Stasi quiso vaporizar cinco minutos después de que el muro fuera historia.

Ellos, los redactores de bazofias como estas, son tan victimarios como los que reparten palos y dictan condenas en el paraíso socialista que un día soñó Fidel. Los operadores de esta maquinaria propagandística, lo mismo los pelagatos patéticos como Oni Acosta Llerena que los pretorianos de oscuridad probada -los Randy, Iroel, Abel, Arleen, Taladrid- se llevan a casa cada día una recompensa por mentirles a los cubanos en los tiempos más desgraciados que se recuerden desde el Período Especial.

Por eso vale la pena el ejercicio de coleccionista que alguna vez emprendí. Para no olvidarnos nunca de que el mismo día, exactamente el mismo día tremendo, en que el “Maleconazo” cumplía un cuarto de siglo, un canalla de papel higiénico (más que periódico) lanzaba la jauría oficial contra los músicos sin carné y los bares sin música de Buena Fe. Y eso merece inmortalizarse para el futuro, que no se nos pueda olvidar.

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:

Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689


Siguiente artículo:

No hay más noticias que mostrar, visitar Portada