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Cuba, cerrada hasta nuevo aviso para los cubanos

La Isla se ha convertido en un "no lugar", donde las personas son anónimas y con ellas el Estado sólo establece una relación de consumo: nosotros (los de a pie) pagamos (por el pasaporte y hasta por la sonrisa) y el Gobierno cobra (por todo).

Ni un alma en el aeropuerto José Martí de La Habana. © Aeropuerto José Martí / Facebook
Ni un alma en el aeropuerto José Martí de La Habana. Foto © Aeropuerto José Martí / Facebook

Este artículo es de hace 3 años

El Gobierno de Cuba cerró las fronteras por coronavirus el 24 de marzo de este 2020 y desde entonces sólo pueden entrar a la Isla colaboradores, turistas y vuelos humanitarios o de carga en los que no se sabe bien qué requisitos hay que cumplir para formar parte del pasaje.

No basta con que a usted se le esté muriendo el padre o con que su madre tenga cáncer y esté sola en un cuarto piso, en un edificio de microbrigada del Mariel; o con que un bebé de cuatro meses al cuidado de una abuela que sufre de ataques epilépticos no pueda reunirse con su madre, varada en España.

Tampoco importa si usted ganó la Lotería de Visas de Estados Unidos y el visado se le vence y no es renovable o si ha pasado seis años a la espera de la reunificación familiar en Florida o si sus clases empiezan mañana en una universidad española. No puede salir de Cuba y punto. So pretexto de la pandemia la Dirección de Inmigración y Extranjería está ignorando los tratados migratorios firmados, por ejemplo, con la Administración norteamericana. El país está cerrado con candado hasta nuevo aviso.

Si nos esforzamos mucho podemos llegar a entender que las autoridades cubanas limiten la entrada de personas porque las tienen que alojar en cuarentena, a gastos pagados en La Habana, y ya sabemos que el dinero en Cuba no es para los cubanos. Ellos se lo guisan y ellos solitos se lo comen.

Pero cuesta más entender por qué se deniega la salida a los ciudadanos que no tienen intención de regresar a la Isla en el corto plazo. Me refiero a las parejas de cubanos que están a la espera de empezar una nueva vida, con sus maridos y esposas, lejos de las colas multitudinarias para comprar perritos, café y detergente.

No hay que ser un lince en Matemáticas para caer en la cuenta de que el Gobierno necesita tener a esas personas como rehenes. No hay que ir a la universidad para intuir que detrás del permiso coyuntural establecido por el MININT para permitir las salidas a los cubanos se esconde la segunda parte de una película que todos conocemos. Señores, señoras, diversos y diversas, esto es "El regreso de la carta blanca". Huele a que vamos a volver a pagar por salir del país.

Necesitan y quieren hacer caja con todos y cada uno de los cubanos que ya han pagado sus trámites migratorios y están deseando subirse a un avión sin mirar por la ventanilla el desastre de país que dejan detrás. En Cuba, desde que tenemos uso de razón, no hay nada coyuntural. Todo lo cuelan por la coyuntura.

A los comunistas cubanos no les importa la vida de la gente. Les da igual que sufran; que se tiren al mar en una balsa o que crucen la selva a pie. No saben lo que es la empatía ni les suena de lejos. Ellos han decidido que sólo entran y salen del país personas con residencia en el extranjero y punto. No se molestan en evaluar caso por caso. Es mejor que todos los funcionarios que se mueren de aburrimiento se sigan rascando la cabeza mientras hay cientos de familias desesperadas por reunirse.

Para ellos, el individuo desaparece porque Cuba se ha convertido en eso que Marc Augé ha definido como un "no lugar", donde las personas no tienen nombre, ni vida. Son anónimas y con ellas, en nuestro caso, el Estado, sólo establece una relación de consumo. Nosotros (los de a pie) pagamos (por el pasaporte y hasta por la sonrisa) y ellos, el Gobierno, cobran (por todo).

Para los comunistas cubanos los que queremos entrar o salir del país somos Moneda Libremente Convertible. Y lo peor es que ganan ellos. Tenemos que tragar con eso porque del otro lado está la familia: tienen a nuestros rehenes.

Cuando se escriba la historia de estos años de decadencia en Cuba, habrá que abrir un capítulo aparte para la guerra sin cuartel que el gobernante Partido Comunista ha abierto contra la familia como institución sagrada y como célula fundamental de una sociedad.

Pero también habrá que abrir un capítulo aparte para las instituciones religiosas que han avalado con su silencio e incluso con su apoyo expreso ese terrorismo psicológico implantado desde el Estado. Que Dios los perdone.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Tania Costa

(La Habana, 1973) vive en España. Ha dirigido el periódico español El Faro de Melilla y FaroTV Melilla. Fue jefa de la edición murciana de 20 minutos y asesora de Comunicación de la Vicepresidencia del Gobierno de Murcia (España)


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