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Libres y juntos por Cuba

La actualidad de Cuba que, incluso, de algún modo pudiera ser más que actualidad social, nos exige cruzar el umbral de la grandeza espiritual y política, o rendirnos ante el fracaso, al cual habremos contribuido si dejamos de empinarnos.

Cartel en La Habana llama a los cubanos a despertar Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

La crisis del COVID-19 puso de manifiesto, y ahondó, todas las crisis de Cuba hasta un punto en el cual ya será imposible, incluso, continuar “administrando” nuestras pobreza, frustraciones, y ese paradójico modo de “enterrar sin sepultar” nuestros anhelos.

Cuba vive, a manera de Bing–Bang, la creación de “nuestra Cuba” o hacia un brutal fracaso nacional, quizá definitivo. Todo dependerá de nosotros los cubanos.

En medio de ello, como es natural, abundan el rechazo, el desconsuelo, la desesperanza. Pero también, junto a esto, se distingue cierto aldabonazo a nuestros valores, algún profetismo, finos cimientos de esperanza. Preciso esto último, no por algún tipo de demagogia, sino por justicia.

Somos la misma nación que se expresó a través de Félix Varela, Ignacio Agramonte, Mariana Grajales, Antonio Maceo, José Martí.

Somos el mismo pueblo que luchó desde antes de 1868 por su independencia, con una emigración que fue cimiento de todo ello capaz de constituir una República digna en 1901, a pesar del vértigo por entonces muy intenso que siempre puede provocar la presencia estadounidense en nuestras cuestiones internas; sustituida en 1940 por una novedosa carta magna que procuraba aún mayor dignidad, que no le permitió a Fulgencio Batista mancillarnos, aunque hubiera sido un facilitador de la Segunda República, después de la independencia, pues ya teníamos una anterior, a modo de madre, la República en Armas.

Somos esa misma sociedad que no ha dejado jamás de buscar “toda la dignidad”.

Esbozo estos ejemplos, algo lejanos en el tiempo, no porque dejen de existir paladines posteriores sino para confirmar que esa simbiosis entre dignidad individual y Patria, es elevada entre nosotros y resulta una condición esencial de lo cubano, desde su propia gestación.

Es cierto que también poseemos defectos, cargamos con pecados, algunos históricos, y hasta hemos cometido horrores. Pero ello, per se, no resulta una contradicción que desautorice el criterio anterior. Decía Jesús, “a quien se le perdona poco, ama poco”.

La actualidad de Cuba que, incluso, de algún modo pudiera ser más que actualidad social, nos exige cruzar el umbral de la grandeza espiritual y política, o rendirnos ante el fracaso, al cual habremos contribuido si dejamos de empinarnos.

Asistimos a uno de esos desagradables, pero enaltecedores, momentos de un país en que la historia exige a las generaciones del presente una resultante de categoría y cualidad superior, proveniente del civismo de cada uno y de todos los ciudadanos.

Considero que debemos comprenderlo, asumirlo, y autoproclamarnos una especie amnistía. No tanto a modo de cancelación de culpas y errores, sino sobre todo en busca de ese tipo de vindicación capaz de un nuevo inicio colectivo.

Esto implica, entre otros desafíos, reconocer en la autonomía del individuo la instancia suprema, pero también comprender que la sociabilidad humana es el hábitat de esa libertad individual. Por ello, pudiéramos encontrar los raíles de tal inflexión -en la libertad, -a la vez en la marcha juntos, -entendida como compromiso con Cuba y la disposición para dirimir pacífica y democráticamente nuestros desacuerdos.

Pero esto no sería realmente edificante si dejamos de convertirlo, además de vocación, en oportunidad concreta. En lo inmediato deberíamos concedernos algunas de las condiciones para ello. Sólo mostraré, a modo de ejemplo, tres probables binomios de estas: Distensión y diálogo, libertades de asociación y prensa, transformación del modelo económico y reforma electoral que facilite el acceso de todos los cubanos a los cargos de autoridad pública.

Coloquemos nuevamente a José Martí en el principio, en el centro, en el fin, en el vértice, y serenemos nuestras fobias, nuestros ardores, porque ello podría conducirnos hacia esa libertad, hacia esa marcha juntos, hacia lo que parece imposible.

Debemos hacer nuestra esa máxima martiana que sostiene al ideal de Casa Cuba: “la Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos”. José Martí, el cubano insigne que proclamó "Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno...". De este modo, seguro podremos.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Roberto Veiga González

Licenciado en Derecho por la Universidad de Matanzas y Maestría en Desarrollo Social por la Universidad Católica de Murcia. Editor de la revista católica Espacio Laical (2005-2014). Director del Laboratorio de Ideas Cuba Posible (desde 2014) y miembro del Diálogo Interamericano (desde 2015).


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Roberto Veiga González

Licenciado en Derecho por la Universidad de Matanzas y Maestría en Desarrollo Social por la Universidad Católica de Murcia. Editor de la revista católica Espacio Laical (2005-2014). Director del Laboratorio de Ideas Cuba Posible (desde 2014) y miembro del Diálogo Interamericano (desde 2015).

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