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Bobby Batista, el cubano que supo escuchar y sonreír

Un hombre honrado no puede huir de su propia vida y Bobby no solo asumió su condición de hijo de Batista, sino que profundizó en la tragedia de Cuba.

Bobby Batista Fernández © Cortesía de Bobby Batista
Bobby Batista Fernández Foto © Cortesía de Bobby Batista

Este artículo es de hace 2 años

Bobby Batista Fernández acaba de morirse en Madrid para desgracia de Cuba, familia y amigos, por su capacidad de escuchar, sonreír ante la adversidad, su honestidad y coherencia a la hora de valorar a su padre, Fulgencio Batista, el político más influyente en la primera mitad del siglo XX en la isla, a la que su hijo nunca volvió por coherencia democrática.

El chocolate y una ensalada de lechuga y tomates, coronada con gelatina de menta, típica del sur de Estados Unidos, eran sus grandes debilidades y, aun cuando comiera frugal o con algún exceso, siempre buscaba la ocasión de rematar el encuentro en un chocolatería cercana, como hacía los domingos de Nueva York, tras salir de misa.

Bobby se vacunó contra la intolerancia, en diciembre de 1958, cuando sufrió el primer acto de repudio del castrismo, a punto de tomar el poder; tras su llegada a Nueva York, junto a su malogrado hermano Carlos Manuel; dos niños de 9 y 11 años hostigados e insultados por una jauría vociferante que preanunció el martirio que aguardaba a opositores e indiferentes, en los próximos sesenta años; aunque a esa hora nadie escuchaba.

Funeral de Bobby Batista en Madrid / Foto: CiberCuba

Con su honestidad habitual, contaba que -desde aquella salvajada- evitó a Cuba hasta el extremo de faltar casi un semestre a clases de un asignatura de Derecho en Madrid, temiendo que el profesor -conocido por su militancia de izquierda- fuera a afear su apellido.

Pero un hombre honrado no puede huir de su propia vida y Bobby no solo asumió su condición de hijo de Batista, sino que profundizó en la figura de su padre, en la tragedia de Cuba y alumbró unas Memorias que -lejos del ajuste de cuentas- iluminó el cuartelazo incruento y antidemocrático del 10 de marzo, asumió las dudas sobre el origen de la fortuna familiar y los muertos del batistato; sin dejar de contar la vida de una familia unida en la gloria y en la desgracia.

Con su muerte, Cuba pierde a un hijo que la amó desde el extravío impuesto y que defendió la democracia y la ley como imperativos para curar la nación; su familia a un vigía cariñoso y sus amigos a un contertulio fraterno y de lujo que, entre risa y sonrisa, indagaba sobre todo lo cubano, con la curiosidad del niño que correteó por Kuquine, husmeando en su biblioteca: la prudencia de un Andarín Carvajal forzado y el rigor de un jurista con cuerpo y ademanes de jiribilla, que bromeaba en francés, inglés y español.

Bobby, no era de pico fino para contar cosas como el Juan Candela de Onelio; quizá por pudor; pero sabía escuchar -rara cualidad en un cubano- y vivió instalado en el goce de la discrepancia, soñando con una Cuba, donde los compatriotas se estrecharan las manos.

Gracias, Bobby, por evitar que el rencor anidara en tu alma de habanero cosmopolita; pese a todo lo que sufriste; como saben padecer los hombres buenos que solo miran al futuro y contrarrestan la adversidad con una sonrisa.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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