En medio del colapso económico, la crisis energética y el derrumbe del turismo internacional, el régimen cubano celebró con lujo y euforia la apertura del Hotel Torre K en La Habana, presentado como un “reflejo auténtico de nuestra historia, nuestro sabor, nuestra identidad”.
Durante la feria FitCuba 2025, considerada la cita más importante del calendario turístico de la isla, funcionarios del Gobierno, empresarios del sector, diplomáticos y directivos de la cadena Iberostar se congregaron en la Torre K, un imponente rascacielos de 41 pisos ubicado en el corazón del Vedado, para rendir tributo a lo que describieron como “una nueva estrella” del turismo nacional.
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La celebración incluyó discursos grandilocuentes, material audiovisual exaltando a La Habana como “ciudad con dos corazones”, presentaciones musicales y un brindis final por el futuro del sector turístico, según reporte de excelenciascuba.com.
En su intervención, Alexeis Torres Velázquez, director de marketing de Iberostar Cuba, aseguró que esta instalación es una muestra de que “seguimos apostando por Cuba como un destino versátil”, destacando que cada planta del hotel rinde homenaje a una película cubana.
Sin embargo, el entusiasmo gubernamental por la Torre K contrasta de forma escandalosa con la realidad del país.
Mientras se inauguran hoteles cinco estrellas, los hospitales públicos enfrentan una grave escasez de medicamentos, recursos y personal. El sistema eléctrico nacional colapsa, los apagones son parte del día a día, y millones de cubanos viven con salarios insuficientes incluso para cubrir alimentos básicos.
Según datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), las inversiones en el sector del turismo volvieron a superar a las destinadas a la salud pública en 2024. Todo ello en un contexto en el que, durante el primer trimestre de 2025, el turismo internacional se desplomó respecto al mismo período del año anterior.
En lugar de reconocer errores o replantear prioridades, el primer ministro Manuel Marrero Cruz volvió a culpar al embargo estadounidense de la debacle del turismo, en una reciente intervención pública.
Mientras tanto, el régimen cubano invierte recursos y capital político en obras como la Torre K, que para muchos cubanos representa un insulto al sentido común y una burla a la miseria extendida.
“Hablamos de una nueva estrella”, dijo Torres Velázquez, sin mencionar que la torre fue construida con una “inversión 100% cubana” y financiado por la Empresa Inmobiliaria Almest, perteneciente al Grupo de Administración Empresarial S.A (GAESA), en medio de una pandemia, con escasos recursos para el pueblo y una inflación galopante.
La fastuosa presentación de la Torre K no es otra cosa que una postal de la corrupción, la desigualdad, el cinismo institucional y la ceguera estratégica de una élite burocrática y militar que gobierna ajena al bien común, centrada en sus intereses oligárquicos de adueñarse del país.
Lejos de ser un símbolo de “nuestra identidad”, la Torre K se erige como un monumento al privilegio en un país que se desangra, y donde los únicos que aún pueden brindar son los que nunca hacen colas.
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