Clarias, mercenarios y moral ausente: Un debate que desnuda el alma digital del régimen cubano

La publicación sobre cubanos reclutados por Rusia para la guerra en Ucrania desató un debate en redes, revelando la defensa desinformada de estos actos, impulsada por perfiles afines al régimen cubano.

Escena posterior a un bombardeo ruso sobre Ucrania © X / @ZelenskyyUa
Escena posterior a un bombardeo ruso sobre Ucrania Foto © X / @ZelenskyyUa

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La publicación del primer artículo del dossier de 1,028 cubanos reclutados por el ejército ruso para participar en la invasión a Ucrania generó un encendido debate en redes sociales, especialmente en la página de Facebook de CiberCuba.

La reacción fue inmediata, pero más que mostrar un repudio masivo, reveló un fenómeno preocupante: la defensa activa, agresiva y desinformada de la presencia de mercenarios cubanos en un conflicto ajeno, impulsada en gran medida por usuarios afines al régimen —las conocidas “clarias”.


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Estas cuentas, muchas con rasgos de perfiles falsos o creados con fines propagandísticos, repitieron narrativas oficiales, minimizaron la gravedad del tema, relativizaron la ilegalidad del mercenarismo y apelaron a argumentos que rozan la barbarie moral: “nadie los obligó”, “todo el mundo va a la guerra por dinero”, “mejor eso que morirse de hambre en Cuba”.

El resultado fue una cloaca digital de comentarios donde la ignorancia, el cinismo y la obediencia ciega al poder se entremezclaron en una defensa burda y cruel del envío de jóvenes cubanos —algunos menores de 20 años— a matar y morir por una guerra imperialista.

Quienes se atrevían a cuestionar fueron insultados, tildados de "gusanos", "traidores" o "yanquis frustrados", reproduciendo el viejo manual represivo del castrismo, esta vez en versión 2.0.

El negacionismo digital: Cuando la consigna ahoga la evidencia

Un patrón que se repitió entre los defensores del régimen fue la acusación de que "todo es mentira".

Pese a que el artículo original de CiberCuba cita múltiples fuentes verificables —como el proyecto ucraniano “Quiero vivir”, medios de prensa internacionales, testimonios en vídeo, documentos oficiales rusos hackeados y los registros cruzados con la tabla de Excel filtrada—, un sector ruidoso de los comentaristas simplemente lo desestimó con el calificativo de fake news.

¿Qué lleva a una persona a negar sistemáticamente lo evidente, incluso cuando los hechos están documentados y conectados con datos verificables? El fenómeno no es nuevo en el ecosistema digital cubano: se trata de un reflejo del entrenamiento ideológico inducido durante décadas por el régimen.

Los oficialistas que gritan “mentira” frente a cada revelación no están buscando la verdad. No contrastan fuentes, no leen con atención, no investigan por su cuenta. Su reacción es automática, casi pavloviana: cualquier información que contradiga la narrativa del Estado debe ser falsa por definición. Es una defensa emocional, no racional.

Este negacionismo es funcional al régimen. Al instalar la duda sistemática y la descalificación automática de todo lo que no emana del aparato oficial, se protege la zona de confort del fanatismo y se impide el ejercicio del pensamiento crítico.

Muchos de los que niegan el contenido del artículo son incapaces de explicar por qué lo hacen, más allá de frases huecas: “Eso es propaganda”, “Eso lo inventaron los gusanos”, “No hay pruebas”… aunque estén frente a ellas.

Lo más paradójico es que muchos de estos usuarios exigen “pruebas” mientras niegan sistemáticamente todas las que se les presentan. Ignoran los reportes de prensa, desechan los testimonios de los propios cubanos reclutados, niegan los vídeos con uniformes y nombres, y rechazan incluso el acceso abierto a los documentos, sin dedicar cinco minutos a verificarlos. No se trata de escepticismo sano: es fanatismo desinformado.

Cuando defender lo indefendible es parte del guion

La participación de estas “clarias” no es espontánea ni inofensiva. En el ecosistema digital cubano, estos perfiles operan como escuadrones de contención ideológica: distorsionan debates, desinforman al lector desprevenido, y sobre todo, normalizan lo anormal.

En este caso, su narrativa intenta justificar lo injustificable: que jóvenes cubanos sean enviados a una guerra ajena, contratados bajo engaño o necesidad extrema, y puestos al servicio de una potencia invasora.

Se trata de una violación flagrante de principios éticos, legales e incluso de los valores supuestamente defendidos por la llamada “revolución cubana”, como el antimperialismo y la autodeterminación de los pueblos.

Pero la retórica de las clarias no admite contradicciones. Para ellas, si el gobierno lo permite, está bien. Si los muertos son pobres y anónimos, no importan. Si el pago es en rublos, todo se justifica. Su lealtad es al relato, no a la verdad. Y su misión no es debatir, sino aplastar cualquier pensamiento crítico que pueda amenazar al régimen.

Un espejo del vacío moral

La defensa del mercenarismo cubano revela algo más profundo: el colapso de la educación cívica y moral en una sociedad devastada por décadas de propaganda, represión y escasez.

En muchos de los comentarios, incluso los que no son “clarias” institucionalizadas, se percibe una visión deformada del mundo, donde la violencia se justifica por la pobreza, la obediencia es una virtud y la dignidad se subasta al mejor postor.

Ese pragmatismo desesperado no es accidental. Es el producto de un sistema que ha destruido la capacidad de soñar y ha reemplazado los ideales por el instinto de supervivencia. Que ha castigado la honestidad y premiado la sumisión. Que ha hecho de la miseria una política de Estado.

Implicaciones éticas: ¿Qué dice esto de nosotros?

Justificar el mercenarismo con el hambre es una derrota civilizatoria. Cuba, como nación, no puede permitirse seguir justificando que sus jóvenes luchen —y mueran— en guerras ajenas porque “no tienen otra salida”. Esa es la esencia de un Estado fallido.

El régimen cubano, con su silencio cómplice, está no solo vendiendo vidas humanas, sino corrompiendo los últimos valores que aún podrían salvarlo de la descomposición total. Y quienes aplauden esa degradación moral, desde la comodidad de una conexión estatal o el anonimato de un perfil falso, son piezas funcionales de esa misma máquina corrupta.

La defensa de los mercenarios no es solo un síntoma de ignorancia o manipulación: es una forma de deshumanización. Porque cuando aceptamos que otros maten o mueran por nosotros, a cambio de un contrato firmado en un idioma que no entienden, dejamos de ser ciudadanos y nos convertimos en cómplices.

Entre el miedo, la desinformación y el cinismo

El debate en redes ha mostrado que no estamos solo ante un problema geopolítico, sino ante una crisis profunda de valores.

Las clarias, con sus insultos y desvaríos, no son el problema en sí: son el espejo de una sociedad donde el poder dictatorial y totalitario, que desprecia al individuo y desconoce sus derechos humanos, ha hecho metástasis hasta en la conciencia.

Y si algo enseña esta lista de 1,028 mercenarios cubanos en Ucrania, es que la gran batalla por la libertad de Cuba no será solo política ni económica. Será también —y sobre todo— una batalla moral.

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Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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Este artículo ha sido generado o editado con la ayuda de inteligencia artificial. Ha sido revisado por un periodista antes de su publicación.


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