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Se le ha visto en todos lados. En las tribunas, en los congresos, en las caminatas por fábricas paralizadas o en los actos del Partido donde se repiten promesas vacías. Roberto Morales Ojeda acompaña con disciplina al actual dictador cubano en cada actividad de carácter político. Lo respalda, lo escolta, a veces lo reemplaza en el discurso.
Quita y pone Secretarios Provinciales del Partido Comunista como si se tratara de peones administrativos. Su rostro ya es habitual en la prensa oficialista, donde aparece no por carisma propio, sino por insistencia mediática. Poco a poco, el aparato lo posiciona, no lo anuncian, pero lo insinúan: Morales Ojeda se perfila como posible sucesor de Miguel Díaz-Canel.
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Médico de profesión, nacido en 1967, Morales Ojeda ha escalado meticulosamente los peldaños de la estructura comunista. Desde sus años como funcionario en el Comité Provincial del PCC en Cienfuegos —donde llegó a ser Primer Secretario— hasta su gestión como Ministro de Salud Pública (2010-2018), su carrera ha estado marcada por la obediencia y la funcionalidad, no por el liderazgo.
En 2018 fue designado vicepresidente del Consejo de Estado y luego Viceprimer Ministro. En 2021, asumió una de las posiciones más estratégicas del poder: Secretario de Organización y Política de Cuadros del Comité Central del PCC, el encargado de moldear la cantera de dirigentes políticos en la isla. Si alguien está bien posicionado dentro del sistema, es él.
Ahora bien, la Constitución cubana de 2019, en su artículo 127, establece que para ser elegido Presidente se debe tener entre 35 y 60 años al momento de iniciar un primer mandato. Morales Ojeda cumple 61 el 15 de junio de 2028. Sin embargo, si la Asamblea Nacional del Poder Popular realiza la elección presidencial —como sería lo lógico— antes de esa fecha (en abril, cuando se cumplen cinco años del actual mandato), él todavía estaría dentro del rango permitido por la Constitución. Es decir, queda una pequeña ventana legal para que su candidatura sea viable. Lo justo pero suficiente para ponerlo en carrera.
Más allá del tecnicismo constitucional, el punto de fondo es otro: ¿hay alguien más en condiciones de asumir ese rol? El castrismo enfrenta hoy uno de sus vacíos más severos de liderazgo. Ni siquiera entre los más jóvenes del aparato partidista hay figuras con la capacidad de articular una narrativa renovadora, generar empatía o ejercer influencia real. El relevo natural está bloqueado por la desconfianza, el verticalismo y la falta de legitimidad que corroe desde adentro a las instituciones del Estado. No hay herederos, solo sobrevivientes.
Lo que Morales Ojeda representa, entonces, no es liderazgo, sino continuidad. Su eventual llegada al poder no sería una decisión de ruptura, ni un intento de rescatar el proyecto, sino una maniobra para mantener vivo el cascarón vacío del sistema a través de un nuevo rostro obediente. Otro burócrata sin brillo, sin base popular y sin visión, pero con el visto bueno de los que realmente mandan.
Y en ese contexto, la apuesta es especialmente peligrosa. Cuba atraviesa una de las peores crisis de su historia reciente: apagones diarios, escasez de alimentos, colapso del transporte público, éxodo masivo y represión en ascenso. A eso se suma el creciente descrédito internacional del régimen y la sensación de hartazgo que recorre las calles, aunque no siempre se traduzca en protestas visibles.
La gestión de Miguel Díaz-Canel ha sido desastrosa. Ha profundizado el aislamiento, legitimado la represión y empujado a cientos de miles de cubanos al exilio. En lugar de corregir el rumbo, consolidó el derrumbe, pero si algo parece preocupar menos al régimen es la eficiencia de sus líderes: lo que importa es su fidelidad. Por eso, Morales Ojeda encaja perfectamente en ese molde: no es una solución, es una prolongación.
Por regla biológica, los rostros históricos del castrismo comenzarán a desaparecer uno tras otro, de forma escalonada e inevitable. El dilema entonces no será solo de sucesión, sino de sentido: ¿Cómo sostener una estructura sin alma, sin relato y sin referentes ante una sociedad que ya no cree? ¿Qué país le quedará a Morales Ojeda —o a quien sea— cuando lo herede?
El castrismo, que supo ser un proyecto ideológico, luego una máquina de poder y hoy un modelo de supervivencia, sigue aferrado al continuismo. El problema es que ya no hay nada que continuar.
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