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La cantaleta irrevocable

El tardocastrismo yerra al pretender la irrevocabilidad del socialismo en la Isla, que lleva años padeciendo el peor capitalismo de Estado y la represión comunista y porque en la vida nada es irreversible, excepto la muerte.

La Habana. © CiberCuba.
La Habana. Foto © CiberCuba.

Este artículo es de hace 5 años

El tardocastrismo yerra al pretender la irrevocabilidad del socialismo en la Isla, que lleva años padeciendo el peor capitalismo de Estado y la represión comunista y porque en la vida nada es irreversible, excepto la muerte.

En 1989, el burócrata Carlos Aldana hizo una gira por las principales unidades militares para contar a jefes y oficiales que la revolución se había equivocado y que el socialismo, como estaba ocurriendo en Europa del Este y Asia, era reversible y que, a partir de entonces, la revolución sería martiana y fidelista.

Aldana, que se creyó cosas, sazonaba su teque con una anécdota de Ulan Bator donde habrían detectado a personas pro Gorbachov que aprovechaban las protestas para, provistos de altavoces, lanzar consignas a favor de la perestroika y la glasnost en Mongolia.

Raúl Castro Ruz, un hombre pragmático por naturaleza y convicción, está desperdiciando una oportunidad de oro para servir a su patria, estableciendo como irreversible una fantasía que convertirá en vieja y papel mojado la Constitución que será aprobada, en referéndum popular, el 24 de febrero de 2019, según el calendario oficial.

Para la mayoría de los cubanos, socialismo es sinónimo de represión y hambre y la Isla corre el peligro de sufrir un movimiento de péndulo hacia posiciones de extrema derecha con poco espacio para la justicia social que establece la democracia.

Para la mayoría de los cubanos, socialismo es sinónimo de represión y hambre y la Isla corre el peligro de sufrir un movimiento de péndulo hacia posiciones de extrema derecha con poco espacio para la justicia social que establece la democracia.

La gente, incluidos los que aún defienden las conquistas de la revolución, está harta de no tener jabón, de comer pensando en el día siguiente y frustrada porque el tardocastrismo se apendejó ante el efecto Obama y reculó ante el aluvión del mulato, que fue un soplo de aire fresco, porque creyó que tendría tiempo si Hillary Clinton ganaba las elecciones.

A nadie con más de 80 años se le pide que encabece una revolución, pero al menos se espera que facilite al máximo posible la necesaria transición democrática que conduzca a Cuba a la reconciliación nacional, a la libertad y riqueza con justicia social.

La renuncia al socialismo y al comunismo ya estaba negociada y sus efectos amortizados en el inconsciente colectivo, por tanto, no había necesidad alguna de empeñarse en una necedad que ha causado sufrimiento y pobreza en países tan diferentes como la Unión Soviética, Albania y Cuba, donde ha fracasado estrepitosamente por el menoscabo que implicó a la soberanía nacional, los daños que supuso y supone el enfrentamiento permanente con Estados Unidos y por la desconfianza hacia los cubanos.

Resulta vergonzoso que una de las ventajas que vende el tardocastrismo a potenciales inversores extranjeros es la “estabilidad” porque en Cuba no hay huelgas. El mundo al revés, la nomenklatura de una dictadura del ¿proletariado? vendiendo la burra de una paz social impuesta con hambre y atropellos.

La Constitución cubana debe ser cubana y con gran espíritu inclusivo, que evite marginar a los que no compartimos la idea de socialismo que adoptó el castrismo para garantizarse la permanencia en el poder, y debe estar despojada de cualquier intencionalidad política.

La Constitución cubana debe ser cubana y con gran espíritu inclusivo, que evite marginar a los que no compartimos la idea de socialismo que adoptó el castrismo para garantizarse la permanencia en el poder, y debe estar despojada de cualquier intencionalidad política.

La Unión Soviética y el Muro de Berlín se cayeron de un día para otro; así que no había necesidad alguna de contaminar la Carta Magna de principios del siglo XXI cubano con la etiqueta ideológica que solo ha servido para vender humo en la propaganda que hacían aquellos paraísos fabricantes de pobres.

José Martí tampoco tiene nada que freír en un documento parido por una comisión ad hoc encabezada por el general de Ejército y en la que no participaron voces que se oponen al monólogo totalitario que asola a Cuba desde hace casi 60 años. Otra oportunidad perdida de contribuir a la reconciliación nacional.

Martí no era socialista ni comunista, solo un cubano antiimperialista que promovió la lucha sin odio contra España, la independencia nacional y una Cuba con todos y para el bien de todos, aspectos que descuida la nueva Constitución al marginar a una parte de los cubanos.

Además, el Apóstol se equivocó en aquella pretensión fantasiosa de impedir con la independencia de Cuba la penetración norteamericana en la región, pues la Constitución de las 13 Colonias fue la revolución más exportada del mundo y, actualmente, el sueño americano sigue seduciendo a muchos en el continente.

Alguna responsabilidad tendrán en esa pasión proyuma los gobernantes desde el siglo XIX hasta la fecha, incluidos los mandamases castristas, con un diseño económico con fuerte dependencia de un suministrador energético externo y de las remesas, viajes y recargas de gusanos y gusañeros.

La apelación a Fidel Castro en la Constitución obedece a razones sentimentales, pero también contamina políticamente el documento, pues el castrismo fue una revolución ilusionante que contó con una masiva legitimidad popular y acabó como una pesadilla empobrecedora y represiva.

La apelación a Fidel Castro en la Constitución obedece a razones sentimentales, pero también contamina políticamente el documento, pues el castrismo fue una revolución ilusionante que contó con una masiva legitimidad popular y acabó como una pesadilla empobrecedora y represiva.

Quizá sería útil dejar a la historia que valore el castrismo en su justa dimensión y valore el papel de Fidel Castro en el Tercer Mundo y los programas educativos, sanitarios y sociales que impulsó la revolución en todos los ámbitos.

Para estas piruetas, eliminar la palabra comunismo, reconocer parcialmente la propiedad privada y el derecho de homosexuales a casarse, no hacía falta tanto aspaviento. Bastaba con modificar las leyes específicas y ocuparse de su estricto cumplimiento, como recoge el preámbulo del Borrador, con palabras del comandante en jefe. Pues ya sabemos que del dicho al hecho va un buen trecho.

Los problemas sociales no suelen arreglarse con leyes ni constituciones, sino con más educación basada en valores como la tolerancia, el respeto mutuo y principios éticos, pero antes, hay que tener una ciudadanía próspera, fraterna y libre.

Raúl Castro aún está a tiempo, aprovechando el proceso de discusión al que ha convocado a los cubanos -incluidos los que vivimos fuera de la Isla- de modificar las insensateces políticas que lastran un documento que debía sentar las bases de una Cuba diferente en la que todos sus hijos se sientan cómodos sin incomodar a su vecino.

La Constitución que se pretende no se parece a la Cuba actual que sigue siendo pobre, pero es más plural y sabe que el socialismo es pasado, sobre todo, cuando escucha a los gobernantes machacar a sus adversarios con epítetos de mercenarios proyanquis y otras lindezas del amplio vocabulario de insultos totalitarios de aquellos que actuaron como mercenarios de la URSS y que han sobrevivido con los petrodólares bolivarianos y los dólares de los exiliados y del turismo capitalista.

Insultar es fácil. Lo difícil es construir un consenso que promueva lo mejor de cada cubano a favor de una Cuba rica, plural y sensata que convierta la discrepancia política en el goce de la diferencia y cierre la puerta a los violentos de cada orilla que sueñan con una noche de San Bartolomé.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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