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EDITORIAL: Ni mal nacidos, ni ex cubanos

Los cubanos en cualquier parte del mundo deben sentirse aludidos: esto va con todos, contra todos.

Diaz-Canel, Raúl Castro y Machado Ventura © Yamil Lage / Reuters
Diaz-Canel, Raúl Castro y Machado Ventura Foto © Yamil Lage / Reuters

Este artículo es de hace 5 años

El último domingo de 2018 pasará a la Historia de Cuba como el día en que el totalitarismo cubano recordó al mundo que podía cambiar de gobernante, pero nunca de esencia.

Fue, además, el primer día que el aprendiz de dictador colocado por la nomenclatura mostró que cuando insistía hasta el hartazgo en que él era continuidad, no mentía. El mando cubano está en manos de un hombre igual de discriminador y segregacionista que sus antecesores.

Son apenas 47 caracteres tecleados en la red social Twitter donde se resume todo el odio, el divisionismo y el interés por desacreditar cualquier forma de enfrentamiento al régimen castrista que acaba de cumplir 60 años.

El tweet publicado por el gobernante Miguel Díaz-Canel donde echa mano de la película “Inocencia”, de Alejandro Gil, como leit motivpara llamar “mal nacidos por error” a aquellos cubanos que el poder de La Habana considera "peores que el enemigo que la ataca”, debería erizar los cabellos hasta de los propios simpatizantes de la Revolución Cubana, siempre que se consideren, al menos, individuos decentes.

Que el presidente de una nación publique un mensaje de semejante alcance estigmatizador, dividiendo a los hijos del país que preside en bien nacidos y mal nacidos por error, en dependencia de la ideología y el grado de adhesión que exhiban esos cubanos al proceso calamitoso nacional, debería provocar una oleada de absoluto rechazo internacional. Sencillamente es inaceptable, y ningún actor activo o indirecto de la política que interaccione con el gobierno de La Habana debería permanecer silente ante esta bochornosa ofensa.

Los cubanos a los que Miguel Díaz-Canel hace referencia indirecta en su aborrecible tweet solo cometieron un pecado: declararse contrarios a un sistema que ha lanzado al mar a un número jamás esclarecido de hijos del país, que ha enfermado de polineuritis avitaminosa a toda una hambrienta nación, y que inaugura este 2019 como uno de los gobiernos más feroces del mundo contra la libertad de prensa, libertad de asociación y de expresión.

Los “mal nacidos por error” a los que Díaz-Canel les vomita su odio viven en su enorme mayoría fuera de Cuba, y aun así contribuyen más con la economía nacional que todas las industrias arruinadas tras décadas de ineficiencia, despilfarro y corrupción soterrada.

Las remesas merecerían la condición de Héroe de la República de Cuba por encima de cualquier simpatizante o miembro del ejército. Las remesas de “mal nacidos por error” han salvado a más cubanos que todos los militares de las FAR, han aliviado más penas y llevado más esperanzas que cualquier discurso demagogo de los tiranos que se han repartido el pastel del poder cubano con un despotismo descarado.

La dictadura cubana ha usado al exilio de Miami de manera muy particular: exprimiéndole hasta el último dólar que ha podido con tarifas abusivas, estratosféricos precios de boletos, cambios de dólar a pesos convertibles con gravamen incluido, y a modo de pago o reconocimiento le ha dedicado hasta la última ofensa que se le haya ocurrido al dictador o alabardero de turno. La dictadura cubana ha chupado la sangre de sus detractores y ni siquiera ha sido digna agradeciendo la transfusión. Jamás una sanguijuela trató peor al mastín del que se alimentó.

Cuando Fidel Castro convirtió en escorias y gusanos a los primeros cubanos que huyeron de su desgracia no podría suponer, ni en sus más dorados sueños, que sesenta años más tarde el primer tirano colocado a dedo por su dinastía familiar, usaría un fenómeno tecnológico y libertario llamado Twitter para redoblar el escarnio.

Él mismo, el Castro creador del sistema, el método y el escarnio, no vaciló en afirmar que si no quedaba más remedio, valía más la pena derramar la sangre de muchos gusanos que de muchos mosquitos. Fundador también de la raíz discriminatoria que ahora bebe su pupilo Díaz-Canel, Fidel Castro dictaminó quiénes tenían el legítimo derecho a llamarse cubanos, y pueblo cubano. Y esos, por supuesto, eran solo los revolucionarios.

Sin embargo, la apuesta de Miguel Díaz-Canel no solo tiene resonancias en la facción más retrógrada del castrismo que aún sobrevive a la biología. También en los oportunistas de turno el privar a los cubanos de su ciudadanía, de su derecho a un nacimiento digno (simbólicamente hablando) ha sido un recurso útil para asesinar la moral de quienes no han comulgado con el proceso.

Randy Alonso, el portavoz televisivo oficial de la propaganda castrista, empleó el término “ex cubano” en 2016 para referirse a Orlando Ortega, atleta que ganó una medalla de plata compitiendo por España.

Su denigrante calificativo no fue un error. Privar a los cubanos de sus derechos de ciudadanía, y otorgárselos de vuelta como una forma de control y sometimiento, de comprar silencios una vez que estos se encuentren fuera del país, ha sido una práctica largamente extendida y perfeccionada por La Habana.

Solo que antes, al menos, lo disimulaban con ciertos eufemismos. Gusanos, escorias, camuflaban en algo el objetivo último: desproveer de cubanía al desafecto. Ex cubano no admite dudas o segundas interpretaciones.

Cuando Randy Alonso puso sobre su mesa redonda el vocablo “ex cubano” estaba dando cuerpo al castigo más soez que ha implantado la dictadura castrista contra quienes le han desafiado alguna vez: desterrarlos en la praxis. Suprimirles su condición de cubanos.

Pero esta vez no es un tonto útil el que sirve el argumento discriminatorio en bandeja pública. Es el presidente. Un presidente no elegido, no legítimo según las reglas democráticas, designado convenientemente para preservar los intereses de un puñado de nombres que se han adueñado de la nación. Pero a efectos prácticos, el presidente de Cuba.

Y ese mismo mandatario en el que muchos querían ver síntomas de aperturismo y bondad disimulada, recién acuña el vocablo “mal nacidos por error”, arrogándose el derecho a decidir quién nació bien o mal en la isla cubana en dependencia de su signo político.

Es una atrocidad.

Los cubanos en cualquier parte del mundo deben sentirse aludidos: esto va con todos, contra todos. Designar un apelativo humillante y segregacionista para quienes optan por ser dignos según el sacro concepto martiano es una afrenta nacional que no debe ser olvidada ni disminuida.

Ni mal nacidos ni ex cubanos. El día que se quiera hacer justicia ante tanto dolor y falsedad vertidos en nombre de una ideología fracasada, habrá que recordar, como símbolo terrible, que la víspera de un nuevo año y con el signo de 60 años de Revolución castrista, el gobernante designado para hablar a nombre de todos los cubanos no encontró mejor obsequio para el pueblo que representa que mancharles el nacimiento a aquellos hijos que no le son de su agrado.

Como el célebre documental: no se nos pierda la memoria.

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