APP GRATIS

Junio adverso

"Yo lo único que puedo hacer, además de padecer, es contar sobre lo que me pasa y sobre cómo vivo. A todo el mundo. Yo se lo cuento a todo el mundo".

Juan Carlos Cremata con su mamá en Francia © Cortesía del autor
Juan Carlos Cremata con su mamá en Francia Foto © Cortesía del autor

Este artículo es de hace 4 años

Los famosos aguaceros de mayo de mi infancia se han mudado.

Llueve más tarde por estos tiempos.

Y el aire se vuelve gris, apesadumbrado, sin ganas de relucir.

Para ver si algo se mueve, una amiga me aconsejó recurrir a la oficina de la recién electa congresista demócrata: Donna Shalala.

Que es, además, la que me toca por mi circunscripción.

“No hay peor gestión…”

Busqué la dirección y - como es sólo a nueve minutos del lugar donde habito - salí a encontrarla.

Luego de dar varias vueltas - usando un GPS medio vuelto loco - la localicé en los altos de un Guitar Center. *

*- ¡Vaya - me dije -esto viene con acompañamiento musical! No será sólo el tarareo, a capella, del apellido de la representante ante el Congreso: Chá-la-la-la-lá, la, la, la, la, lá. La vida me agrega cuerdas.

Me solicitaron llenar una planilla con mis datos - como es habitual, a la entrada, en esos lugares - antes de abrirme la puerta, e indicarme caminar hacia al fondo de un pasillo, donde podía distinguirse, clara y orgullosamente, la bandera americana y un sello con el nombre de la parlamentaria. *

*- ¡Voy a verla, me va a recibir, qué buena atención! - pensé, durante la corta trayectoria.

Mas - en un inesperado giro dramático, o vuelta de tuerca de la historia - mi paso, brioso y matutino, fue interrumpido, súbito*, por un llamado, desde otra oficina, ubicada, justo antes de la final.

*- “…de un salto arranca. Húrtase, se quiebra, gira. Abre en dos la cachemira, Ofrece la bata blanca.

Desde donde me interceptó - también el ánimo, la fe y la confianza - la voz de un asistente, casi, entonando a breve alarido.

- Es aquí, aquí al lado - me aclaró, solícito, el auxiliar mancebo.

Entré, igual, decidido, resuelto y me senté a explicarle los pormenores de mi caso.

Pero, antes, creí prudente - recomendable, civilizado y decente - el deber de presentarme.

Cosa que el amable asistente, también se encargó de interrumpir, aclarándome.

- ¡No se preocupe, señor, yo lo conozco! ¿Cómo puedo ayudarle?

Y, oh, sorpresa. *

*Si lo pongo en un guion me tildan de exagerado.

¡Qué decepción me invadió de repente!

Traté de argumentar más sobre mi desgracia, pero, las palabras empezaron a parecerme vacías.

Retórica redundante, pues, creí que me repetía…

Cuando pude reconocer, que estaba hablando, con la misma persona, con la que había tramitado, la misma petición de ayuda, hace ya bastante tiempo atrás, pero, en la oficina de la anterior y saliente representante (republicana): Ileana Ros-Lehtinen. *

* De ser parte de una telenovela mexicana, o venezolana, aquí se hubiese escuchado un acorde trágico, de tensión, o sobrecogedor.

¡Ya esta película yo la vi! - pensé

A su lado, estuvo sentada una muchacha - al parecer recibiendo entrenamiento - que se mantuvo, todo el tiempo, sin decir una sola palabra.

Una vez más, el funcionario - tan amablemente, como en cada ocasión que me atendió con anterioridad - me explicó que el proceso de residencia, está tomando mucho más tiempo y, como es lógico, no depende, ni está en sus manos resolverlo.

- Bueno - argumenté - en la Oficina de Inmigración de Kendall, fue donde me recomendaron qué buscara la asistencia de un político influyente en la zona.

Se caldeó el ambiente.

Un poco, además, mi voz. Debo reconocerlo.

Hubo tensión.

- Así yo, busqué, como bien usted sabe, la ayuda de la diputada anterior y sigo, al cabo de un año, en la misma situación.

- ¡No ha pasado tanto tiempo! - respondió.

- Señor - con pausa breve - este fin de semana se cumple el primer año de la muerte de mi madre y ella supo sobre mi gestión anterior - otro pequeño intervalo - Con usted.

- Bueno, las cosas han cambiado. No es la misma situación - intentó calmar la gravedad del momento.

- La mía sólo ha empeorado. Y sí. - cerrando agregué - Usted cambió de oficina.

- Yo no le puedo prometer nada. - reiteró - Como en aquella ocasión, le aseguro que no está en nuestras manos ofrecerle solución inmediata a su problema.

No pude dejar de sentir que había ido por gusto.

- Mire, - continuó, luego de haber visto crecer la desesperanza en mi mirada - con respecto al Permiso de Trabajo, no le puedo asegurar nada. Pero, si usted me trae una carta de un empleador, diciendo que están dispuestos a ofrecerle trabajo, una vez que usted reciba la autorización, podríamos hacer la presión, para que el proceso se acelere.

- ¿Y por qué no me dijo eso cuando lo fui a ver en la otra ocasión? Yo llevo más de un año desempleado, teniendo propuestas de trabajo que no puedo aceptar por culpa de mi documentación. ¿Cómo he podido resistir? De milagro. Y gracias a la ayuda de un amigo que me ha acogido en su casa

- Yo también soy inmigrante y sé por lo que se pasa - intentó consolarme.

Pero, ya yo no entendía nada, ni pude entender.

Y se lo hice saber.

En lo que él envió a la muchacha callada a hacer fotocopia de mis papeles.

- ¿Por qué tengo que creer que después de esta conversación, cuando yo salga de aquí, no me vas a ayudar nada? Cada vez que te llamé fuiste muy atento. Pero, incluso, me dijiste que Inmigración no les respondía. Y ahora, yo te pregunto: ¿Inmigración no responde a una llamada de un Congresista en este país? ¿De verdad? Me cuesta creerlo.

Lo demás, ni lo recuerdo.

Él volvió a argumentar con estadísticas de los casos resueltos, o no, por su Oficina, mencionó su buen desempeño… y no me acuerdo qué más agregó.

Yo estaba ya gris con pespuntes negros.

Tomé una de las tarjetas de presentación suya, que tenía ante mi vista y le pregunté.

- ¿Puedo usar tu nombre?

- ¿Para qué? - respondió extrañado.

- Bueno, las tarjetas las tienes aquí para ofrecérselas a las personas, ¿no? Yo escribo, doy entrevistas, no sé. Yo no sé cuánto ustedes pueden hacer por mí. Yo lo único que puedo hacer, además de padecer, es contar sobre lo que me pasa y sobre cómo vivo. A todo el mundo. Yo se lo cuento a todo el mundo. Me interesa que todo el mundo sepa lo que acontece a mi alrededor.

Recogí mis cosas y me fui.

Con mi música a otra parte.

Que una cosa es con guitarra y otra con violín - pensé - Y ya yo estoy muy viejo para escuchar nanas para dormir.

Buscaré la otra tarjeta suya con el mismo nombre y la otra dirección, para compararlas.

Musical. Su nombre es Remy.

El do de pecho, al parecer, lo coloqué yo.

Fa, sol, la, si…

Y ya estaba manejando de vuelta a mi hábitat, cuando el teléfono me hizo escuchar, de nuevo, la voz del funcionario interpelado.

- Mire, llamamos a Inmigración. Y los casos que están atendiendo, para lo del permiso de trabajo, corresponden a octubre. El suyo data de diciembre. Es decir, dos meses más. Le repito que, si usted me trae una carta de un empleador, tal y como le dije, podemos tratar de presionar para que, al menos, le llegue, cuanto antes, su autorización de empleo.

Le deseé buena vida.

Pero, ahora busco a todos aquellos amigos que tengan una empresa, una compañía, una colocación, o un chiringuito “oficial” para que me redacten; no una, sino todas las misivas posibles - con logo, cuño, firma y toda la parafernalia oficial - donde se diga que, si yo tuviese Permiso de Trabajo, ellos estarían en la disposición de ofrecerme una plaza laboral.

¡Tremenda perogrullada!

Porque si analizamos lo contrario, está claro, que, SIN PERMISO DE TRABAJO, NADIE ME PUEDE CONTRATAR.

Así que, la carta debe decir, en pocas palabras, que, SI TENGO PERMISO DE TRABAJO, ME PODRÍAN CONTRATAR.

En eso ando, tratando de encontrar quién me pueda ayudar con eso.

Mientras, mi hermano menor postea, en su página, una de las últimas instantáneas tiradas a mi mamá.

Hace un año le cerró los ojos.

Luego, estuvo, veintiocho horas, mantenida inconsciente.

Técnicamente se fue un día posterior.

Aunque, para mí, desde que perdió el conocimiento, ya se había ido.

“Se fue, se fue

y no se llevó mis besos.

Y estas son las santas horas que no sé,

por los aires que voló.

No está, no está

y no queda ni su ausencia,

se escurrió como la lluvia que mojó,

este llanto tan eterno.

Entona Xiomara Laugart, cual grito de amor desesperado.

Por otro lado, una muy querida amiga, desde el centro de la tierra y al azar - sin recalcar en el luctuoso aniversario de su evanescencia física - me manda una foto que desconocía y que arropa, con ternura, esta crónica amarga.

Junto a mi mamá.

Tomada el 22 de diciembre del 2004, me aclara.

En el patio interior de entrada, de la 25 rue de Fabourg du Temple, en París.

Creo que fue su primer viaje a la Ciudad Luz.

Después vinieron otros más.

Así la recuerdo.

Dando guerra.

Soltando la pata.

Metiéndose en todo.

Queriendo saber.

Iluminándolo todo con su infatigable sonrisa,

Ese escudo suyo entrañable - que es lo que más extraño - frente a toda adversidad.

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:

Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689


Siguiente artículo:

No hay más noticias que mostrar, visitar Portada