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Díaz-Canel y lo infelizmente feliz

No hizo falta mucho para que el presidente de Cuba, un presidente que no eligió el pueblo, sino que le impusieron, diera muestras de debilidad mental

Miguel Díaz-Canel © kremlin.ru
Miguel Díaz-Canel Foto © kremlin.ru

Este artículo es de hace 4 años

Al comienzo, Miguel Díaz-Canel me inspiraba lástima, después una especie de vergüenza. Lo primero lo sentía porque me pareció un hombre simple, mediocre hasta la médula, al que habían puesto en uno de los cargos más desafiantes que ahora mismo podría desempeñar un cubano: el de presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Tan solo la cantidad de mayúsculas en el título, pueden asustar. El propio Díaz-Canel había admitido ser un tipo “penoso” —supongo quiso decir tímido— en una entrevista que dio a Telesur hace poco más de un año.

Era, en principio, un ex profesor universitario de antecedentes medio hippies, luego, oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el leviatán de la política y la economía cubanas. En resumen, un hombre que había navegado por distintas aguas, un cuadro variopinto del Partido Comunista, esos que uno podía escoger con pinzas. Entretanto, su figura debía tener una vara para medirse. En un país que recurre tanto al pasado para garantizar su futuro, nadie sería digno de resaltar por sobre el nombre de Fidel Castro.

Es decir, si alguien, por alguna casualidad encaminara al país, bajo las pautas que Castro había formulado durante treinta años, haciendo quedar luego al “líder histórico” como un incapaz, no se sabe dónde ese alguien hubiera terminado sus días. Esto llevó a plantear dos hipótesis entre la gente con quien solía conversar. Una, que Díaz-Canel se investía como marioneta de Raúl Castro y la generación del Moncada. Dos, que Díaz-Canel se hacía pasar por bobo —un papel que desempeña, por cierto, a las mil maravillas— y esperaba a que la ley de la vida —los que realmente mueven los hilos rozan los noventa de edad— le concediera finalmente el poder de decidir como presidente.

Antes, sin embargo, un video que se había filtrado exhibió a un Díaz-Canel con el rostro imperturbable que lo ha caracterizado, amenazando a los medios independientes. “Que digan que censuramos, está bien, si aquí todo el mundo censura”, dijo. Hoy no solo están bloqueados más medios en la Isla que en el período de Raúl Castro, sino que han aumentado el acoso y la represión contra sus reporteros.

Quién puede decir que no haya sido una estratagema del menor de los hermanos Castro para librarse de los ataques, y poner por delante los cachetes del sucesor. Para más contraste, a este personaje ojeroso le toca lidiar con desastres insólitos: Las secuelas del huracán Irma, el accidente del avión, un tornado en La Habana y hasta fragmentos de meteorito en Pinar del Río. Si bien algunas de estas ocasiones han servido para que el presidente salga a la calle a mostrar su lado humano, posando de vez en cuando su mano sin callos sobre el hombro de una viejecita agradecida a la Revolución, como suelen hacer los cuadros formados en el horno del PCC.

Díaz-Canel también había estrechado vínculos con la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, un tiempo antes de que salieran algunas de las campañas patéticas que revistieron sus gestiones, entre ellas, la del voto por el sí en el proyecto de Constitución. Incluso, antes de ser “elegido” presidente ya contaba un par de visitas a aquel edificio, que ahora —dicen— controla más a sus estudiantes que en años anteriores. Por aquellas fechas, traté de averiguar al menos que había dicho el dirigente en alguno de los pasillos, pero naturalmente no quisieron darme ni un detalle.

Entretanto, Díaz-Canel seguía sin dar buenas señas. Leía los discursos sin emoción, como un autómata. Tuiteaba algún que otro disparate (aquí yo sentía caer la vergüenza). Se comportó ofensivo a veces. Su panza crecía.

Estados Unidos empieza a presionarlo.

No hizo falta mucho para que el presidente de Cuba, un presidente que no eligió el pueblo, sino que le impusieron, diera muestras de debilidad mental. Se le vería por televisión tratando de ser chistoso, sin otro resultado que el acostumbrado: Randy Alonso cascabelea de nuevo ante la ocurrencia sosa del mandatario. Después, viene lo que Díaz-Canel etiqueta como “situación coyuntural” en la Mesa Redonda, una crisis que va a adquirir dimensiones mayores, pero que el presidente promete no igualará al llamado Período Especial. No cabe ninguna broma en ese momento, así que el presidente queda como indolente o patán. De inmediato, sobrevienen comentarios, burlas o parodias al respecto. Se versiona, por ejemplo, la canción de La Sirenita rimando con coyuntural.

Este mecanismo de defensa psicosocial lo hemos visto infinidad de veces. El cubano quiere proyectar ante el mundo, que todo su malestar es digno de comedia. Ahora evade la amargura de su realidad haciendo memes. ¿Hasta qué punto esta actitud es sana? ¿Hasta qué punto da resultados que no sean la ligera filosofía de “Yo río para no llorar”? ¿Vamos a seguir —digámoslo en cubano— tirándolo todo a bonche? ¿De cierto modo, no es una forma de cobardía, o de inacción, a la que disfrazan bajo el manto conveniente de la “cubanía”?

Por último, ¿qué rayos es la cubanía, sino una palabreja que secuestró el régimen para, a cada rato, anestesiarnos, un páramo donde poner a reposar toda la furia en medio de la tempestad? No tenemos nada, ni nacionalismo, todo eso se disuelve en el mar, de un continente a otro. A algunas generaciones, apenas les queda el pozo azul de la nostalgia. Por no tener nada, no tenemos ni presidente. Lamentablemente, solo ha sido remplazado por un gran chiste.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Maykel González

Periodista de Cibercuba. Graduado de Periodismo por la Universidad de La Habana (2012). Cofundador de la revista independiente El Estornudo.


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