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El derecho a disentir en Cuba

Disentir en Cuba es posible porque las propias leyes de la dictadura lo permiten, pero el único criterio que se aupa, desde el oficialismo, es aquel que enaltece hasta la saciedad a la revolución

Represión en Cuba © CubaNet
Represión en Cuba Foto © CubaNet

Este artículo es de hace 3 años

Recientes imágenes divulgadas por cubanos que eran atacados verbalmente por otros cubanos han asombrado a aquellos que pensaron que los actos de repudio eran cosa del pasado.

Sin embargo, ahí están las pruebas que muestran una realidad escalofriante, sobre todo en medio de las actuales circunstancias económicas, sanitarias, sociales y políticas que vive el país, agudizada por el nuevo coronavirus y estrategias del Gobierno cubano que favorecen a pocos y perjudican a muchos.

Disentir en Cuba es posible porque las propias leyes de la dictadura lo permiten, pero el único criterio que se aupa, desde el oficialismo, es aquel que enaltece hasta la saciedad a la revolución.

Aunque en la Constitución está escrito en el artículo 54 que el estado reconoce, respeta y garantiza la libertad de pensamiento, conciencia y expresión, a ese mismo estado no le tiembla la mano cuando tiene que reprimir a cubanos que se atreven con un discurso "políticamente incorrecto".

Desde que en 1961 Fidel Castro dejara sobre la mesa las reglas del juego de la revolución triunfante frente a los artistas e intelectuales de ese entonces, se ha extendido en el tiempo y el espacio el miedo a pensar distinto y la simulación forma parte del quehacer cotidiano de los cubanos que aún sienten miedo frente al terror verde olivo.

La política cultural de la revolución se convirtió en una orden y quien la incumpla tendrá que pagar bien caro el precio de ser diferente y aunque los tiempos que corren no son los mismos, nada ha cambiado en ese sentido por más que el oficialismo insista en que Cuba es un paraíso tropical bañado por las cristalinas aguas del mar Caribe.

Disentir, que según la RAE es “no ajustarse al sentir o parecer de alguien”, no es solo una condición humana, algo que nos distingue, sino que es una de las posibles vías para establecer un diálogo constructivo entre dos o más personas, que tienen visiones opuestas de un mismo asunto.

José Martí en Un paseo por la tierra de los anamitas, publicado en La Edad de Oro, recordaba la historia de cuatro sabios ciegos que nunca habían conocido a un elefante y cuando se les dio la oportunidad de vivir la experiencia, cada uno tuvo una visión diferente del animal, según lo que palpaban con sus manos.

Dice Martí en su relato que “uno se le abrazó por una pata: el otro se le prendió a la trompa, y subía en el aire y bajaba, sin quererla soltar: el otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada un asa de la fuente del arroz y el maíz”.

Luego de eso, cada ciego defendió con firmeza la forma del animal y se fueron felices a su casa con el conocimiento parcial de una realidad totalmente diferente.

Hoy en día muchos cubanos creen en la revolución, sus dirigentes y lo que la prensa oficialista repite una y otra vez con la misma firmeza que los ciegos de la narración martiana. Esa especie de fanatismo que desencadenó Fidel Castro persiste en la sociedad cubana y -como si se tratara de un renglón exportable- se ha internacionalizado y es hoy uno de los males que más distingue a una parte de la emigración cubana.

La campaña electoral de Estados Unidos ofrece imágenes paradigmáticas en el sentido de la radicalización entre cubanos, como ya ocurrió a partir del parteaguas de 1959, como la de dos cubanos enfrentados porque uno ve a Trump como el Capitán América y a Biden como el impulsor del socialismo en esa nación; mientras su oponente acusa al actual presidente de ser el Diablo y elogia al candidato demócrata como el Mesías salvador.

En Cuba, frente a las casas de artistas independientes y cubanos disidentes se han aglomerado vecinos para gritar ofensas y consignas, cantar el glorioso Himno de Bayamo (otro símbolo patrio secuestrado por el PCC) mientras la casta de guayaberas de hilo y uniformes verde olivo permanece a salvo en sus palacetes, alejados del pueblo que sigue hambriento de pan y justicia, aunque nunca le falte el circo.

Las Brigadas de Respuesta Rápida, que surgieron como una iniciativa supuestamente popular, no son más que uno de los tantos brazos represores que tiene el régimen que mal gobierna Cuba, inspiradas en la práctica maoísta y totalitaria de la Revolución Cultural.

Las calles no son solo de los revolucionarios, son de todos los ciudadanos que tienen el derecho constitucional a transitar libremente por ellas y, por eso. cuando el gobierno insiste en azuzar consignas, comete un acto genocida contra los hombres y mujeres que discrepan del discurso totalitario y empequeñecedor.

En 2018, la Organización de Naciones Unidas hizo al gobierno de Cuba un total de 51 pedidos específicos relacionados con la Libertad de Expresión, de los que fueron aceptados, de manera íntegra, solo dos; y La Habana sigue sin ratificar los Pactos de Derechos Políticos y Civiles de ONU, que firmó en 2008.

En la cincuentena de peticiones, la ONU pidió al gobierno cubano reconocer públicamente la función y la labor de los miembros de la sociedad civil y tomar las medidas necesarias para asegurar que ejerzan sus derechos de libertad de expresión, reunión y asociación pacíficas, de conformidad con las obligaciones internacionales de Cuba y sus leyes.

En los diez primeros meses de 2019, se identificaron en Cuba al menos mil 468 detenciones arbitrarias,en su mayoría por actos represivos contra la libertad de expresión, según un informe presentado a la ONU por la Alianza Regional por la Libre Expresión y el Observatorio Cubano de Derechos Humanos.

Aunque la Carta Magna vigente menciona veinte veces las palabras libertad o libertades, algunas regulaciones aprobadas en los últimos dos años, violan ese derecho humano en Cuba y, por tanto el estado viola sus propias leyes y atropella a la mayoría de los ciudadanos.

En el documental Cuba and the cameraman, el norteamericano Jon Alpert, una de las escenas más impresionantes es un grupo de hombres y mujeres, frente a la entonces Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, gritando contra varias familias que pretendían irse del país.

Las ofensas, incluidas alusiones sexuales y personales, iban acompañadas de golpes, empujones y algo de sangre. Triste escena sin editar, sino capturada oportunamente en medio de ese campo de batalla en que la dictadura ha convertido a la nación.

Enfrentar a cubanos empobrecidos entre si, es la mejor manera que tienen los castristas de conservar el poder, ya que mientras la turba enajenada tiene su “minuto de odio”, como en "1984", de George Orwell, la élite política continúa apoltronada y empuja a la batalla a sus peones, sin importar cuánto daño se infliga, en nombre de la revolución ni la cantidad de veces que sea necesario violar las leyes que promulgan sus propios dirigentes.

Nada ha cambiado en Cuba. Todo sigue igual porque las ideas de Fidel Castro no perecen bajo una piedra en Santa Ifigenia, sino que se multiplicaron entre aquellos fanáticos y oportunistas que defienden, desde la continuidad, que el Buró Político y los Consejos de Estado y de Ministros han convertido en una consigna vacía.

Cada acto de repudio, cada atropello contra la oposición, cada ataque en las redes sociales, no es más que la evolución de ese espíritu totalitario que transmuta en el dirigente de turno y que la muchedumbre es incapaz de rechazar, ya sea por miedo a estar en el otro lado o porque la fe ciega también habita fuera de las iglesias; pero en cualquier caso, evidencia la crisis de valores que padece Cuba.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Lázaro Javier Chirino

Periodista de CiberCuba. Licenciado en Estudios Socioculturales por Universidad de la Isla de la Juventud. Presentador y periodista en radio y televisión


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